Cuando el hambre aguijoneó a muchas familias en América Central, obligadas a un confinamiento extremo por la emergencia del coronavirus y sin alimentos, a alguien en Guatemala se le ocurrió llamar la atención con una bandera blanca afuera de su vivienda, para alertar que carecía de comida, informa Edgardo Ayala (IPS) desde San Salvador.
«A través de redes sociales, se vieron a familias colocar las banderas en señal de falta de alimentos, principalmente en la ciudad capital», explica a IPS por teléfono desde Ciudad de Guatemala Aurelia Tot Maas, experta en seguridad alimentaria.
Al parecer todo se originó en Patzún, una pequeña comunidad del municipio de Chimaltenango, en el sur de Guatemala. Tras detectarse ahí los primeros casos de covid-19, el poblado fue aislado por un cerco sanitario a principios de abril por el gobierno de ese país, donde hasta este lunes 15 se reportaban 9845 contagios y 384 personas fallecidas.
Y la idea de las banderas se extendió incontenible por ciudades y barrios de Guatemala, de cerca de diecisiete millones de habitantes, y El Salvador, con una población de 6,7 millones.
En San Salvador, Carmen Carbajal recuerda que a finales de abril, cuando los alimentos escaseaban, escuchó en algún noticiero sobre esas banderas, que ya se notaban en barrios y poblados de El Salvador, justo cuando en su alacena solo había un gran espacio vacío.
Su vecina, Jennifer Maldonado, tomó la iniciativa: agarró una tijera, cortó una sábana blanca, improvisó dos banderas que amarró a un palo y las colgó afuera de la vivienda colectiva donde viven las dos con sus respectivas familias, cada una en su cuarto, junto a otras seis familias más, en las orillas del centro de San Salvador.
«Sacamos las banderas por la necesidad de alimentos, realmente casi no teníamos nada ya», cuenta Carmen, de 52 años, a IPS.
Esa bandera tradicionalmente se usa en contextos de guerra para significar la rendición de un bando, solicitud de paz, o en el caso de civiles, en medio de fuego cruzado, alzarla para que no les disparen.
Pero en el caso de familias en El Salvador y Guatemala, confinadas por la pandemia del covid-19, que amenaza con hundir más en la pobreza a esas naciones con grandes carencias sociales, solo quería decir una cosa: no tenemos alimentos.
Carmen trabajaba como empleada en un pequeño negocio de comida, donde ganaba el salario mínimo, trescientos dólares. Ella y su hijo han sobrevivido el confinamiento, vigente desde el 21 de marzo, porque tienen amigos solidarios que les apoyan.
Jennifer, quien colocó las banderas, asegura que por suerte su esposo aún trabaja repartiendo comida a domicilio, pero gana muy poco y alimentare sigue siendo un reto.
Ninguna de las dos vecinas recibió el bono de trescientos dólares que el gobierno salvadoreño repartió entre 1,5 millones de familias vulnerables, para reducir el impacto económico de la enfermedad de la covid-19.
Además del bono de trescientos dólares, el gobierno asegura que se han distribuido 3,4 millones de paquetes de alimentos para aliviar la necesidad de las familias.
Esa necesidad aumentó a principio de junio cuando la tormenta tropical Amanda causó dolor y destrozos en el país: al menos veintisiete muertos y treinta mil personas afectadas.
Nada de esa ayuda llegó a Carmen y Jennifer, recluidas en la vivienda colectiva, llamada «mesón» en El Salvador, junto a otras cuarenta personas.
Los mesones son viviendas colectivas sin servicios individuales, establecidas en torno a un patio central, erigidas en antiguas grandes casas construidas con lujo tiempo atrás pero que se han ido deteriorado con el paso del tiempo por el abandono de sus primeros dueños, hasta su tugurización actual.
Y la bandera colgada afuera no generó ninguna ayuda importante: «Nosotros esperábamos que la alcaldía de San Salvador viniera a darnos algo, y no, aquí nadie se ha asomado», asegura Carmen.
En la misma calle donde viven Carmen y Jennifer, hay unas cinco viviendas más con banderas blancas, según constató IPS en un recorrido por la zona.
Vílber Menjívar, que laboraba como agente de seguridad privado, tuvo que vender la lavadora en cien dólares para darle algo de comer a su hijo Dylan, de siete años: «Cuando le digo que no teníamos nada qué darle, era de verdad nada de nada», dice Vílber a IPS.
Lamentablemente, en esa zona del centro de San Salvador, dedicada mayormente al comercio, los grupos de ciudadanos voluntarios no han llegado a distribuir alimentos pensando en que ahí no viven muchas familias.
La ayuda de la ciudadanía llegó más que todo a barrios populares inundados y al campo, donde cientos de familias tuvieron que ser evacuadas por los estragos de la tormenta Amanda. Las banderas blancas ahora no solo obedecen al confinamiento, sino a los efectos de la tormenta.
Mientras tanto, en Honduras, un país con 9,3 millones de habitantes, no se han propagado las banderas blancas para clamar por alimentos, pero sí se dieron movilizaciones sociales demandando más apoyo del Estado en ese sentido.
«Ha habido tomas de carreteras, protestas, en diferentes ciudades, solicitando la ayuda del gobierno», señala a IPS el hondureño Leonardo Pineda, director de la oenegé Juventud Siglo Veintiuno (Jusive), vía telefónica desde la norteña ciudad de San Pedro Sula.
Hasta este lunes 15, Honduras reporta hasta 8858, contagios y 312 muertos. Del total de contagios, 70 por ciento se han detectado en San Pedro Sula, «la Wuham de Honduras», dice Pineda, sobre la situación de la considerada capital económica del país.
Agrega que el gobierno transfirió unos 14,3 millones de dólares a 295 municipios para que compraran y repartieran alimentos a más de setecientos mil hogares en situación de vulnerabilidad, pero resultaba que cada familia, al hacer las matemáticas, recibiría apenas veinte dólares.
«Es feo decirlo pero solo lo hicieron una vez, y alcanzó para una ración que solo duraba diez días», subraya Pineda.
Esa carencia, con algunas diferencias, se ha mantenido además en El Salvador y Guatemala: la ayuda no llegó a todos los que la necesitaban.
«El gobierno salvadoreño ha dejado a muchas familias sin ayuda económica y sin paquetes de alimentos», explica a IPS la activista Adela Bonilla, de la Red de Ambientalistas Comunitarios de El Salvador (Racdes), parte de la Mesa por la Soberanía Alimentaria.
Bonilla señala que la seguridad alimentaria en el país se ha visto agravada por las cuarentenas, pues el cierre de las fronteras afectó el comercio de productos, como verduras.
«Todo empeoro aún más, porque al ser importadores de alimento de Nicaragua, Honduras y Guatemala, y al cerrarse las fronteras, permitió el acaparamiento de alimentos y esto hizo que los precios subieran» recalca.
En Guatemala no fue muy distinto
Desde el 16 de marzo, cuando el gobierno anunció el confinamiento obligatorio, «los precios de los productos básicos se dispararon, dependiendo de las distancias, el maíz fue lo más caro para las familias», dice Tot.
El quintal de ese grano básico en la alimentación centroamericana, cuyo precio se mantenía en torno a los dieciséis dólares trepó hasta los veintiséis dólares, añade.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) alertó e mayo que la región se contraerá un 5,3 por ciento en 2020 debido a la crisis del coronavirus, en la que es la peor recesión en la historia de la región.
Ajeno a esos pronósticos, en otro rincón de San Salvador, René Murgas, de sesenta años, y Lucía Cortez, de 73 años, sin nada de dinero en los bolsillos, están esperando que «esto pase rápido» y que por fin puedan salir a sus ventas informales en el centro de la capital salvadoreña.
Ella vende pasta y cepillos dentales y él atole de maíz, una bebida con el grano cocido y agua o leche.
El gobierno salvadoreño comenzó este lunes 15 un proceso gradual de apertura económica, con lo que puso fin a casi tres meses de estricto confinamiento. Honduras flexibilizó la cuarentena el 8 de junio.
Pero Guatemala anunció el domingo 14 el endurecimiento del confinamiento, toque de queda de lunes a sábado, de 6:00 PM a 5:00 AM, y restricción total de circular el domingo.
Aunque Lucia y René no son pareja, ambos viven en un patio de una casa, cercado con láminas metálicas, gracias a que el dueño del lugar les permite vivir ahí.
Los dos sacaron banderas blancas cuando la cuarentena apretaba, y sí recibieron un paquete de ayuda del Gobierno: espaguetis, aceite, leche en polvo y siete latas de atún.
«Ahora lo que queremos es poder salir a trabajar», dice Lucía.