Unos mil millones de personas presenciaron ayer el final de la Copa del Mundo celebrada en el estadio brasileño de Maracaná, en el que dos grandes selecciones, las de Alemania y Argentina se enfrentaron en un encuentro en el que al final se impusieron los germanos por un gol a cero, que no le quita mérito a los argentinos, si bien al final el resultado es el que cuenta.
Como hoy se estarán publicando miles de comentarios en torno al evento, y siendo inexperto en la materia, como soy, quiero referirme a lo que para unos y para otros, latinoamericanos y germanos significa ese deporte y los hombres que lo representan. Ayudado, eso sí, por un comentario al respecto publicado hace días por Santiago Roncagliolo, experto en la materia, y que bajo el título de “El líder contra el sistema” nos ofrece una lección magistral acerca de la cosa.
Dice Roncagliolo que los latinoamericanos son caudillistas, quieren y necesitan al líder máximo que guíe sus destinos. Por eso Messi, asegura, “es más que un jugador, es la encarnación de los colores patrios”. En base a esa necesidad de guía balompédico por estos y aquellos lares, a nuestras selecciones de fútbol les damos nombres tan rimbombantes como la Roja, la Albiceleste, la Caraninha, con una adoración rayana a veces en un infantilismo de patio de colegio. Los alemanes, en cambio, a su selección le dan un nombre que lo dice todo, porque en el mismo van implícitos sus genes: Die Mannschaft. Es decir, El Equipo. No necesitan caudillos, estrellas rutilantes, porque son uno equipo en el que juegan todos para todos. Por eso la locomotora de Europa es ahora también la locomotora del fútbol, como quedó demostrado ayer.
No obstante lo dicho, esto no le resta méritos a la Albiceleste argentina, a la hay que felicitar por haber llegado donde llegó, a la finalísima, sobre todo después de los desaguisados habidos con ejemplares como la Roja española o la Caraninha brasileña, ambas rayanas en el ridículo. (¡Y pensar que los españoles iban a cobrar más del doble de prima que los alemanes!). Los germanos jugaron mejor un primer tiempo mientras que los argentinos lo hicieron en el segundo, pero en la prórroga, una vez más, se impuso Die Mannschaft, el equipo, la locomotora engrasada en una manera de ser que los identifica, ya sea en el fútbol, en el trabajo, investigación o incluso en la política, como ha quedado demostrado en el último pacto para la formación del Gobierno, algo inconcebible en el resto de Europa.
Es hora de felicitar a los dos equipos finalistas: a la Albiceleste, por estar presente en el estadio de Maracaná en la hora decisiva por méritos propios defendiendo los colores de Argentina, y a Die Mannschaft, el equipo alemán que ha traído para su país, y también para Europa, el trofeo de un deporte que para millones de personas representa algo así como el cúlmen o nuevo Olimpo de los dioses. Todo ello, dicho con el respeto y desde la óptica de un inexperto en fútbol, como el que suscribe, que se queda con la descripción balompédica del viejo profesor Tierno Galván, quien fuera en su día alcalde de Madrid, para el cual el fútbol venía a ser algo así como el enfrentamiento entre dos grupos de hombres que en calzón corto dan patadas a un cuero inflado…