Han pasado más de 200 días con un Gobierno en funciones, sin vérsele salida a este atolladero en que nos encontramos aunque, eso sí, echándole la culpa de lo que ocurre a los demás, como suele ser moneda de cambio en esta España nuestra.
Los hechos son tozudos, por mucho que nos empeñemos en que todos tenemos la solución, sobre todo algunos tertulianos que han trasladado su voz parlamentaria a las televisiones varias desde la que nos deleitan con tanto docto saber en la cosa política mientras que les pagamos el sueldo con nuestros impuestos. Pero mientras tanto las espadas siguen en alto, estando a la búsqueda y captura de un partido o grupo de partidos que logren conformar el Gobierno que el país necesita. Todos estamos al cabo de la calle de cómo está ese patio llamado Parlamento, que en ocasiones pareciera aproximarse al de Monipodio cervantino.
Primero lo intentó por dos veces el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, previa renuncia del presidente en funciones, Mariano Rajoy, líder el Partido Popular y ganador que fuera de las anteriores elecciones. Sánchez cosechó sendos fracasos en los dos intentos recibiendo el voto negativo no solo de la bancada de la derecha, como era lógico y natural, sino de algunos que se autoproclaman progresistas y que tuvieron dos ocasiones para intentar formar gobierno con dichos mimbres. Son los mismos que ahora, tras el fracaso de Rajoy, animan a Sánchez a intentarlo de nuevo sabiendo, como saben, lo difícil que resultaría. Pero siempre es bueno echar simiente con la vista puesta en unas terceras elecciones, tiempo de recogida de cosecha.
Ahora lo ha intentado también por dos veces el líder del PP y presidente en funciones, Mariano Rajoy, al haber ganado nuevamente las elecciones, obteniendo el resultado negativo de todos conocidos, razón por la cual el país está huérfano de Gobierno, momento en el que cada palo, lo he dicho más de una vez, debe aguantar su vela. Pero mientras tanto se están tergiversando algunos datos, situaciones o ninguneando la propia esencia del sistema democrático. Porque si es cierto que el Partido Popular ha ganado las elecciones en ambas ocasiones, también lo es que la Presidencia del Gobierno la obtiene aquella persona que haya cosechado el mayor número de adhesiones a la hora de la votación en el Congreso. Ambas cosas son ciertas, por lo que no conviene llamarse a andanas y exigir, como se está haciendo, que se apoye a la fuerza más votada en las elecciones como salvaguarda de todos los males que se nos avecinan. ¿Dónde quedaría, entonces, el respeto a los millones de personas que depositaron su confianza en fuerzas diferentes a la del partido ganador?
Es cierto que estamos ante un panorama difícil, complicado políticamente hablando, y al parecer todos los partidos intentan evitar unas terceras elecciones aunque algunos, de uno y otro lado del hemiciclo, lo digan con sordina, con la boca pequeña pensando, como están, en conseguir réditos a costa del fracaso de otros, si bien resulta prudente no vender la piel del oso antes de cazarlo. Un panorama cuya radiografía ha quedado patente tras las dos sesiones de investidura a las que hemos asistido, las cuales han dejado meridianamente clara la situación. En este sentido, a la hora de la exposición de cada cual en torno a la investidura los partidos nacionalistas clásicos de la derecha vasca y catalana parecían hermanos siameses hablando de sus países respectivos, de sus naciones y nacionalidades presentes y futuras, y tocando, de soslayo, el tema central de la elección de Presidente de Gobierno, para el que habían sido citados. La representante de EH Bildu, por su parte, aprovechó la tribuna del Congreso para hablar de su país, de los presos etarras de lo a disgusto que están con todo lo que se mueve y de que Arnaldo Otegui es lo que importa para ellos. ¿Y qué decir del portavoz de ERC, que subió a la tribuna provisto de una ristre de preguntas que fue desgranando una a una cual profesor examinador? Preguntas acerca de por qué los niños catalanes tienen que dar materias en inglés, por qué no hay libertad de urnas en Cataluña, por qué los monolingües intentan imponer a los bilingües, como era su caso, y lindezas parecidas.
En cuanto a los llamados partidos emergentes, Ciudadanos y Podemos, cada uno arrimó el ascua a su sardina, como es lógico, pero intentando de paso chamuscar la sardina de algún otro próximo ideológicamente. De esta manera, Albert Rivera admitió ser un socio a la hora de votar a Mariano Rajoy, si bien guardando las distancias por aquello de que hay que nadar y guardar la ropa, haciéndolo, eso sí, por el bien de España, que para ellos parece ser lo primero. En cuanto a Pablo Iglesias, líder de Podemos, que fue “in crescendo” en su disertación, atacó duramente al candidato Mariano Rajoy, al que ya denominan en su entorno como “el rey de la corrupción”, pero dedicando curiosamente más minutos a dirigirse al que no era candidato, Pedro Sánchez, animándole a buscar una alternativa de Gobierno, sobre lo que estarían dispuestos a hablar, pero advirtiéndole muy seriamente que podría ser su última oportunidad para hacerlo… algo al parecer muy importante para el líder podemita.
Así están las cosas a primeros de septiembre, tiempo en el que hay un par de cosas que parecen claras para la ciudadanía: la primera es que, pase lo que pase, los socialistas, con Pedro Sánchez a la cabeza, van a ser los responsables de lo que ocurra, en una u otra dirección, tanto si hacen como si dejan de hacer. Lo han dejado claro desde el Partido Popular, y cito palabras textuales de Alfonso Alonso: “El problema de España se llama Sánchez”. Ni una palabra sobre casos como la Púnica, Aquamed, Gürtel, Taula, temas que están a punto de ver la luz de los tribunales. A los socialistas les han colgado ese sambenito del que les va a ser difícil deshacerse. La segunda de las cosas es relativa a los llamados partidos emergentes, Ciudadanos y Podemos, que según sus credos habían venido a la política para regenerarla, para insuflar un aire nuevo frente a los antiguos, viejos partidos, a los que llegaron a tildar de “casta”; ahora resulta que cuando tienen oportunidad de hacerlo, de intentar aunar esfuerzos en pos de un Gobierno de progreso, ya sea por el bien de España o en aras de la progresía de la que hacen gala, ni se dignan mirarse a la cara entre ellos, vetándose mutuamente en un posible intento. Para semejante viaje no necesitaban alforjas.