He tenido que recurrir a una antología bilingüe de Celso Emilio Ferreiro, que el autor me dedicó en su día, para recordar la fecha en que me habló de su librito La taberna del Galo. Fue en el verano de 1977, pocos meses antes de que A taberna do Galo se publicara en gallego, y desde entonces quedé con ganas de leerlo.
Pez de Plata, portada de La taberna del Galo, de Celso Emilio FerreiroAquella cálida tarde del mes de julio en su piso de Madrid, Ferreiro compartió con el periodista una larga charla, bien agradable y sazonada por más copas de las convenientes de licor café. El libro, según acabo de leer en la magnífica edición en castellano que sacó la editorial asturiana Pez de Plata, venía a ser un avance de lo que el autor nunca llegó a dar a la luz y que sus admiradores de seguro hubiéramos celebrado.
Leo en la advertencia previa del autor que Celso Emilio Ferreiro estaba acabando de escribir en 1978 sus Memorias de nunca, que él mismo había titulado así, y desconozco si ese proyecto lo cortó su muerte en 1979, poco después de que hablara con él por última vez en el homenaje que se le hizo al académico republicano Antonio Machado en las inmediaciones de la Real Academia de Lengua, cerrada por entonces a esa posibilidad. Desconozco si la hija del escritor podría aportar algún dato sobre aquel manuscrito.
Lo cierto es que La taberna del Galo es una intrahistoria colmada de ironía e ingenio sobre la villa natal del autor, Celanova. El libro, magníficamente ilustrado, se divide en tres capítulos. En el primero, el tal Galo parrafea con un forastero y después con Celso Emilio, según se dice en el título, dando paso a una serie de circunstancias y tipos afincados en la localidad, sazonados unas y otros con la ironía y retranca propias del autor y la región a la que pertenece.
No faltan alusiones a pasajes vinculados con el currículum de Ferreiro y a algunos de sus poemas, como el intenso y archiconocido Longa noite da pedra, que sigo leyendo con unción. Especialmente emocionante es la última carta que le dirigió al poeta desde su exilio en Caracas Pepe Velo, quien había fundado con Ferreiro las Mocedades Galeguistas.
El segundo capítulo de La taberna del Galo es una enumeración de los apodos más significativos de la villa, que el autor glosa con concisión, a veces con gracia y también con crudeza. Los divide en apodos políticos, apodos de putas, pendones y descocadas, apodos de personas tímidas, apodos elogiosos, apodos de animales mamíferos más o menos salvajes, apodos de aves y pájaros, apodos de animales que cantan sin ser pájaros, apodos comestibles y no comestibles, apodos indecentes (La Ecarnación dos Carallos), apodos festivos, apodos bebestibles, apodos anatómicos, apodos atmosféricos, apodos militares, apodos psicológicos y apodos sin clasificar.
Concluye el libro con la enternecedora y breve historia del burro llamado Canuto, que sustituyó a la bicicleta que Emiliño pidió a los reyes magos en su niñez y cuyo recuerdo afloró en el poema titulado Paisaxe con figura, perteneciente al libro Onde o mundo se chama Celanova: «Un burrito –escribe Ferreiro- con su montura aparejada de la que colgaban los estribos labrados en palo de fresno, con clavos y hebillas doradas, cabezada guarnecida también de cobre, en la que afianza el bocado de herraje con las riendas de cuero encima de su pescuezo de cisne. Era una belleza”.
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