Con mucha frustración, la ciudadanía percibe cómo la realidad no cambia en Guatemala. Estamos en contextos cíclicos, fracaso tras fracaso de gobiernos que no honran su palabra, que engañan, se aprovechan del poder alcanzado en las urnas, olvidan sus promesas de campaña y emprenden, con diferentes nombres y modalidades, la misma ruta de sus antecesores.
Tenemos al final del período una camada de nuevos ricos y un incremento de desigualdad, que nos tiene ocupando primeros lugares a nivel mundial. Muchos aseguran que ya somos un estado fallido. El político y diplomático Edmond Mulet, quien ocupa un alto cargo en las Naciones Unidas y está en contacto directo y permanente con países que tienen ese grave problema, en algunas intervenciones públicas asegura que no es así, pero que nos estamos acercando peligrosamente a ese escenario; “estamos pasando lista”, advierte.
No es difícil llenar esos requisitos. Somos uno de los países más violentos del mundo, con agresividad extrema, brutalidad en casos de asesinatos, exhibimos casos paradigmáticos que aún no se resuelven y, si no, veamos el de la joven Siekavizza, los desmembramientos de personas y los linchamientos que se presentan con frecuencia. Tenemos una debilidad en el sistema de justicia que no permite romper con la impunidad. Algunos jueces y magistrados que deberían ser el paradigma de lo justo, son señalados de estar comprometidos con ilegalidades o con algún poder paralelo.
Mantenemos una corrupción institucionalizada a nivel estatal, en entidades descentralizadas, autónomas o en empresas privadas. Unos se aprovechan de los recursos públicos y otros, con diferente modalidad, engañan, estafan, evaden obligaciones y cometen actos ilícitos, enmascarados de legales. Hay una porosidad en áreas estratégicas del Estado como las aduanas, que nadie se atreve a resolver.
El Organismo Legislativo sigue el mismo patrón que en otros países en cuanto a descrédito y desprecio ciudadano. El sistema político es un fracaso. Sin temor a equivocarme puedo señalar que muy pocos se sienten representados por quienes ocupan curules en el Congreso, aunque siempre existen honrosas excepciones.
La PNC está extensamente contaminada y, aunque reconocemos que se hacen esfuerzos por su depuración, son frecuentes las noticias de elementos capturados por su vinculación con mafiosos o por la Comisión de delitos. El Ministerio de Gobernación tiene una incapacidad manifiesta para controlar tanto la delincuencia común, como a las maras y el resto del crimen organizado.
Los liderazgos sociales se caracterizan por desconfiar los uno de otros. Suelen descalificarse entre sí. No hemos sido capaces de alcanzar consensos, las pugnas internas carcomen el tejido social. Tenemos crecientes escenarios de convulsión social.
El Estado ha sido renuente frente al compromiso ético de buscar salidas a la situación de las mayorías, no hay señales que tiendan a romper con la pobreza y la desigualdad.
Afortunadamente también podemos exhibir a incontables personas aportando al país, esforzándose para frenar la caída, pero las acciones individuales son insuficientes.