La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 30) ha cerrado sus puertas y, en otro momento, recordaremos sus conclusiones finales.
Hemos afirmado en estas páginas que la contradicción de Brasil, ante la COP 30, es ser al mismo tiempo una potencia petrolera y una potencia ambiental; una contradicción que ha generado numerosos problemas, a algunos de los cuales me refiero a continuación.
Ha sido muy llamativo, desde hace tiempo, el acoso político a la ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, por su lucha coherente contra la deforestación de la Amazonia. Silva ostentó dicho cargo entre 2003 y 2008 y acabó dando un portazo al gobierno.
En la década siguiente compitió con el Partido de los Trabajadores como candidata a la presidencia defendiendo su visión de un desarrollo «socio-ambiental» sostenible, que combinaba ecologismo, prosperidad económica e inclusión social, al tiempo que hablaba de ética en la política y de la necesidad de una evolución en el bienestar de los brasileños.
En 2022 se reconcilió con Lula da Silva y luchó contra la política de desprotección de la naturaleza de Jair Bolsonaro, retornando al ministerio para el periodo 2023-2027 para encarrilar el modelo de desarrollo sostenible con una agenda climática ceñida a los Acuerdos de París y los compromisos de las COP.
Lula tiene que defender la transición ecológica de su país, pero también tiene que apoyar proyectos petrolíferos y de extractivismo tradicional y, ante esto, Silva-como nos ha contado Paco Audije en estas páginas- se defiende de los ataques apelando a la democracia, a la defensa de la biodiversidad y a la lucha contra las desigualdades: «Lo que es inaceptable es que alguien crea que por ser mujer, negra y por tener orígenes humildes, no tengo lugar en la política. Mi lugar está donde están todas las mujeres».
No cabe duda que Brasil está presentando una matriz energética más diversificada por la utilización de las renovables y que Belém do Pará es la puerta de entrada a la Amazonía brasileña, que es la «casa» de una parte vital de la biodiversidad del planeta. Lula tiene el apoyo expreso para su transición energética de los científicos, de diversos sectores latinoamericanos y europeos y hasta del Foro de los BRIC. Su protagonismo como líder climático, es incuestionable.
No podemos dejar de comentar otro éxito de Lula: más de veinticuatro millones de brasileños dejaron de pasar hambre. Brasil sale del mapa del hambre de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), gracias a los programas sociales impulsados por Lula. La Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, creada por Brasil durante su presidencia del Grupo de los Veinte (G 20), puede servir a otros países.
Lula ha sufrido presiones de todo tipo para que la COP 30 se celebrara en otro lugar: de los que se quejaban de los precios de los hoteles, de los ecologistas para que no se aprobara la denominada «ley de devastación de la selva», de los que afirmaban que el viaje era caro y contaminante o de quienes afirmaban que Belém era una pesadilla logística. Pues bien, Brasil rechazó cambiar la sede. Lula ha querido que sea la COP del cambio, quería poner a prueba el Acuerdo de París y saber si el mundo es capaz de unirse para afrontar amenazas globales.
El reto de Brasil era enorme, aprovechando la oportunidad de impulsar las tecnologías limpias y posicionarse como campeón de un nuevo orden económico liderado por el Sur Global. Belem do Pará debía aportar mayor claridad sobre cómo y cuando el mundo transitará fuera de los combustibles fósiles.
Lula lanzó duras críticas contras las fuerzas que perpetúan un modelo insostenible y contra los negacionistas, cuyo máximo exponente es Donald Trump, que ha sacado a los Estados Unidos del Acuerdo de París. André Corrêa Lago, diplomático brasileño que ha presidido la COP 30, afirmó: «El multilateralismo definitivamente es el camino», señalando la urgencia de luchar contra el calentamiento y los desastres climáticos.
Pero con la llegada de Trump, y pese a las señales de cambio, las grandes petroleras, los bancos y los fondos de inversión están dando marcha atrás. La Unión Europea (UE) está siendo acosada también por los populismos ultras. Ante esto, Lulaemplaza al mundo a cumplir con los compromisos adquiridos metiendo en el debate una hoja de ruta para acabar con la dependencia de los combustibles fósiles, «una hoja de ruta para que la humanidad supere, de forma justa y planificada, su dependencia de los combustibles fósiles», lo que no estaba en la agenda oficial y que ha acabado monopolizando la COP 30, con el resultado que ya conocemos: la negativa de los petroestados.
El Gobierno brasileño ha autorizado a Petrobras a hacer prospecciones de crudo frente a la costa de la Amazonía, en la línea del ecuador. No es de extrañar que miembros de las comunidades indígenas y activistas se manifestaran en Belém irrumpiendo en la COP 30, exigiendo medidas y afirmando «Nuestra tierra no está en venta». Un informe de Survival Internacional señala que la tala indiscriminada, la minería, la expansión ganadera y el cambio climático están destruyendo los ecosistemas de los que dependen para sobrevivir.
Brasil no está cumpliendo con la reducción de emisiones.
A Curupira, mascota de la COP 30, personaje mitológico tupi-guaraní, guardián del bosque, especialmente de la Amazonía, la Convención también le ha sabido a poco. Lula hace discursos esperanzadores, pero al final la lucha contra los combustibles fósiles, no avanza.
Lula también vive, posiblemente, en su contradicción.



