Nos remitimos siempre, o casi siempre, a nuestra visión etnocentrista de los asuntos de este mundo, de los males que acechan el Planeta. En el caso concreto del coronavirus, de la terrible pandemia que desconoce las fronteras geográficas diseñadas por la mano el hombre, las voces de alarma proliferan y se superponen. Es un mensaje divino, una advertencia del Ser Supremo, un castigo del Cielo – de los Cielos. Los occidentales suelen emplear la palabra arrepentimiento; los orientales prefieren utilizar el vocablo venganza.
Si analizamos con detenimiento las reacciones provocadas por la expansión del coronavirus en el mundo árabe-musulmán, llegamos fácilmente a la conclusión de que la pandemia se ha convertido en un arma ideológico-religioso. En efecto, para los acérrimos defensores del mahometismo, ulemas esparcidos por las vastas tierras del islam o afincados en las capitales del próspero primer mundo, el devastador avance del virus sirve para infundir miedo a las comunidades musulmanas y reclamar una observancia estricta de los preceptos del Corán.
Cuando el coronavirus afectó la región china de Wuhan, en las redes sociales árabes aparecieron insinuaciones acerca de un castigo de Alá a los chinos por el trato dispensado a la minoría musulmana uigur, discriminada por Pekín.
Curiosamente, cuando el virus llegó a Irán, la noticia encantó a quienes estiman – en el mundo musulmán – que los clérigos chiitas de Teherán aplican un trato atroz a los suníes de Irak, Siria o Yemen. Cuando la pandemia alcanzó los demás Estados árabes de la zona, algunos pensaron que se trataba de una diabólica conjura iraní o… israelí. Alimentó las sospechas de los radicales la sorprendente declaración del ayatolá Naser Makarem Shirazi, quien aseveró que la ley islámica no prohíbe comprar medicamentos o vacunas a Israel, siempre que no haya otro país que los produzca. En resumidas cuentas, que la prohibición de hacer negocios con la entidad sionista podría obviarse en caso de extrema necesidad.
Aún más chocante resultó la exposición del profesor Muhammad Abdulhamid Qudah, parlamentario jordano y exministro de la Corte hachemita, quien no dudó en calificar al coronavirus de «soldado de Alá», enviado para castigar tanto a Occidente como a los musulmanes. Según Qudah, Alá está enfadado con los desobedientes pobladores de este mundo.
Por su parte, el clérigo salafista tunecino Bashir bin Hassan afirma que Alá tiene muchos soldados, incluidos ángeles y… virus. El coronavirus es, pues, una advertencia de Alá a los pobladores de la Tierra. Sus efectos malignos desaparecerán el día en que los creyentes vuelvan a los caminos del Señor.
Ni que decir tiene que estas reacciones paranoicas afectarán de manera negativa el embrionario diálogo árabe israelí, advierten los expertos del Instituto de Estrategia y Seguridad de Jerusalén, centro de estudios liderado por militares y politólogos hebreos. Sus integrantes, antiguos altos cargos del Ejército y los servicios de inteligencia israelíes, contemplan la alternativa de ataques suicidas contra el Estado judío perpetrados por terroristas infectados con el virus.
Los estrategas de Tel Aviv tampoco descartan el advenimiento de una crisis internacional larga y profunda, que sumiría en un profundo caos las instituciones políticas y militares del gran aliado transatlántico: Estados Unidos.
Subsiste, pues, el interrogante: ¿Cómo combatir al temible soldado de Alá llamado… coronavirus?