«¡Yo mato a esa mujer, yo la mato!¡No podéis hacer esto conmigo. ¡Este no es mi libro!»
Fueron las palabras de una enfurecida Oriana Fallaci en Río de Janeiro, abril de 1981, durante la presentación de su libro «Un hombre», dirigidas contra Elia Ferreira Edel, quien había hecho una nefasta traducción al portugués.
Oriana arrojó el libro contra la pared, zarandeó a la traductora y lanzó otro ejemplar contra las flores que el editor Alfredo Machado había preparado para la ceremonia. Exigió la retirada del mercado de los ejemplares que quedaban y se retiró rabiosa y colérica. El enfado estaba justificado, como veremos.
Desde los años 1950 Oriana Fallaci lo fue todo en el mundo del periodismo. Cubrió como corresponsal de guerra los acontecimientos más importantes de un largo periodo del siglo veinte. Estuvo en los conflictos de India y Pakistán, de Oriente Medio y América del Sur, fue doce veces a la guerra de Vietnam, que cubrió tanto desde las trincheras del frente proamericano como del Vietcong, estuvo en los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, y durante la carrera espacial descubrió que el cerebro de la Nasa era el científico alemán Wernher von Braun, el mismo que inventó los V-1 y V-2 que Hitler hizo lanzar sobre Londres.
Entrevistó a personalidades importantes de la política, la sociedad y la cultura (Yasser Arafat, Golda Meir, Reza Pahlevi, Indira Gandhi, Gadafi, Kissinger, Sean Connery, Sinatra, Fellini…), era incisiva, atrevida y valiente (llamó tirano al ayatolah Jomeini durante la entrevista que le hizo, y se quitó el chador).
Influyó en miles de jóvenes que sintieron la llamada vocacional del periodismo gracias a trabajos suyos como «Nada y así sea», «Entrevista con la Historia» o «Inshallah».
De pequeña estatura y menos de cincuenta kilos de peso, se enfrentaba a todas las adversidades con un envidiable espíritu de superación, y asumía riesgos a veces temerarios.
Durante la matanza en la Plaza de las Tres Culturas en México, en 1968, en vísperas de las Olimpiadas de aquel año, estaba entre los estudiantes que protestaban contra el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Las fuerzas del orden y el ejército mataron a más de trescientas personas y ella recibió un disparo que estuvo a punto de acabar con su vida. De hecho la dieron por muerta y la trasladaron a la morgue. Cuando llevaba varias horas allí, alguien se dio cuenta de que aún respiraba y la llevaron a un hospital.
Oriana Fallaci nació en Florencia en 1929, hija de un albañil que luchó como partisano contra el fascismo de Mussolini y arrastró a su hija a la Resistencia contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Dejó los estudios de Medicina para dedicarse al periodismo en un pequeño diario democristiano de Florencia. En Milán entró en la redacción del semanario Época, de la editora Mondadori, que dirigía un tío suyo.
Su nombre comenzó a ser conocido cuando empezó a escribir para L’Europeo de Milán, que la mandó a Nueva York y a Hollywood para cubrir las noticias del mundo del cine y el espectáculo. Sus crónicas de estos años las publicó en «Los siete pecados capitales de Hollywood», un libro para el que Orson Welles escribió el prólogo.
Se casó con Alexandros Panagoulis, diez años más joven que ella, poeta y activista político contra la dictadura de los coroneles de Grecia, quien la ayudó a investigar la muerte de Passolini, amigo de ambos.
Fue el amor de su vida, un amor intenso y apasionado. Estuvieron a punto de tener un hijo, que frustró un aborto, una experiencia que recogió en «Carta a un niño que nunca nació».
Fue sobre Panagoulis que escribió «Un hombre», donde mantiene que el accidente en el que murió fue en realidad un crimen político. Era el libro publicado con importantes errores y manipulaciones en Brasil durante la dictadura de la Junta Militar de aquel país.
En los últimos años de su vida, tras los atentados del 11-S, Oriana Fallaci desconcertó a sus seguidores y ensombreció su prestigio a causa de sus radicales posicionamientos islamófobos y su intolerancia contra la inmigración, avalando incluso tesis negacionistas en artículos para Il Corriere della Sera y en libros como «La rabia y el orgullo» y «La fuerza de la razón».
Murió de cáncer en 2006 en Florencia, a los 77 años, una factura que se cobraron los tres paquetes diarios de cigarrillos que fumaba, aunque ella culpó de su enfermedad al humo que respiró durante los incendios de los pozos de petróleo de Kuwait provocados por Sadam durante la Guerra del Golfo.
A petición propia, poco antes de morir fue recibida por Benedicto XVI a pesar de autodefinirse como «cristiana atea». Está enterrada en el cementerio evangélico de Florencia.
Después de su muerte se publicó la novela «Un sombrero lleno de cerezas», lo último que escribió desde su retiro de Nueva York. Cristina De Stefano escribió su biografía («La corresponsal») y en el centro de Milán hay un parque con su nombre.
Entrevista con el glamour
Alianza Editorial acaba de publicar «Tan adorables», una recopilación de crónicas y entrevistas a personajes del mundo del cine hechas en los años cincuenta y sesenta, los años dorados de Hollywood, aquellos en los que Oriana Fallaci descubrió América, con secretos y curiosidades impagables.
Están escritas en el estilo del Nuevo Periodismo americano, en la línea de Norman Mailer, Tom Wolfe y Gay Talese. Estuvo con Audrey Hepburn en la época de su matrimonio con Mel Ferrer.
Incluye una amplia biografía de James Dean, con detalles importantes de su vida, corta pero intensa. Resultan fascinantes el retrato de una inalcanzable y huidiza Marilyn Monroe (aunque sí pudo entrevistar a Arthur Miller, su marido), la atmósfera de glamour en la que vivían Brigitte Bardot, Ingrid Bergman y Sophía Loren (llegó a ella con una maleta llena de spagettis que la madre de la actriz le confió para que se la entregase en Hollywood).
Impagables asimismo son las estampas de Ava Gardner, Yul Brinner, Joan Collins y Errol Flynn. Y de una Ana Magnani cordial y «a veces tan salvaje como la gente más superficial acostumbra a pintarla».
Y un sinfín de secretos y atractivas anécdotas que reflejan el mundo de aquella época en un libro que es un espejo glamouroso pero también crítico y realista de la Meca del cine, con sus éxitos rutilantes, con sus miserias y con sus debilidades.