En el gremio periodístico y en otros espacios, algunas personas en ocasiones, de manera subrepticia y a veces velada, me han tildado de «sabelotodo», de «chacal» de los periodistas y demás actores del ámbito comunicacional.
Ninguno de los calificativos enclava con lo que realmente soy: un aficionado del buen decir, un locutor y periodista que ha entendido la importancia de escribir y hablar de mejor manera, pues la escritura y la expresión oral son las herramientas básicas de alguien que se precie de ser comunicador social.
Manejo con relativa facilidad el tema, y sin pretender erigirme en un erudito, me ocupo de aportar material útil y sencillo, para un mejor uso de nuestro idioma. ¡También tengo claro que nunca se termina de aprender!
Y cuando les hablo de relativa facilidad, es por porque en este asunto no se puede hablar de dominio, de absolutez, pues muchos factores no lo permiten, debido a que la lengua no es un sistema que se mantiene petrificado, sino que evoluciona constantemente.
Que soy prepotente, arrogante y vanidoso, eso también es relativo. Admito que he mostrado actitudes prepotentes, arrogantes y vanidosas; pero de ahí a que ese sea mi comportamiento característico, existe un abismo. El ser humano es vanidoso por naturaleza, no se les olvide.
Pero a la par de los que me endilgan esos calificativos, hay quienes valoran mi trabajo, saben cuál es mi intención y han sido testigos de los esfuerzos por sobreponerme a las adversidades, en aras de mantener este trabajo de divulgación periodística. ¡Eso me agrada y me honra!
En ese grupo está el periodista Héctor González Burgos, actual corresponsal de Venevision en el estado Cojedes, Venezuela. Héctor y yo cursamos estudios en la siempre recordada Universidad Cecilio Acosta de Maracaibo (Unica). Es cuidadoso en la redacción, no usa términos rebuscados y, sin complejos, admite cuando incurre en despropósitos, pues tiene claro que admitir un error no es un signo de debilidad, sino de valentía y de sabiduría, ya que permite aprender de la experiencia y reconstruir la confianza con uno mismo y con los demás.
En un reportaje para el canal en que trabaja, sobre una actividad denominada «Caminata de fe, previa a la canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, dijo, palabras textuales: «…en cada una se reveló una estatua…», «…será revelado un monumento…».
Sin dudas, en los dos casos debió utilizar el verbo develar o desvelar, pues revelar, aunque es pariente cercano de develar y desvelar, no encaja en el contexto en el que se lo usó.
No sé si Héctor tuvo un lapsus linguae o lo utilizó ex profeso; pero sea cual fuere la razón, estuvo mal utilizado. Fue blanco de críticas y cuestionamientos, sobre todo por parte de personas que critican por criticar; pero que por lo general no ofrecen una solución, dado que su intención es mostrase como muy cultivados e instruidos. Ese tipo de gente es a la que le gusta hablar de lo que no sabe, que de cuando en cuando aludo en este tipo de contenido. No lo hago para zaherirla, sino para hacerla entender que cuando no se menaje con facilidad un asunto, es preferible no tocarlo.
Me envió el enlace del reportaje, me pidió mi opinión y, en un gesto de humildad, me dijo que, de haber algo inadecuado, se lo hiciera saber, además de que podía utilizarlo como material para esta publicación semanal, como en efecto lo hice, para complementar la breve explicación que le di durante un contacto telefónico que sostuvimos.
Es prudente recalcar que develar y desvelar son sinónimos que pueden usarse para aludir a algo oculto o secreto. Según los estudiosos de la materia, desvelar es la preferida en el español general; en tanto que develar es una variante utilizada en América con el mismo propósito.
Desvelar, además del significado ya descrito, alude a algo que no permite conciliar el sueño. ¡Yo uso la palabra develar! ¿Y ustedes cuál prefieren?


