A partir de historias reales y del fenómeno de las “chicas perdidas”, el realizador islandés Baldvin Zophoníasson –conocido como Baldvin Z, “Jitters”, “Island Song”– ha pintado en las dos horas largas de “Déjame caer” (Lof mér ad falla) un drama social con tintes de tragedia, un retrato devastador de una juventud perdida en el submundo de la toxicomanía.
(no sé precisar exactamente, pero la Reikiavik de esta película me ha recordado mucho al Madrid de aquellos ’80, cuando no era imposible encontrarse un muerto en el portal).
Cuando la joven Magnea (Elín Sif Halldórsdóttir, debutante en el largometraje, conocida por su participación en la serie “Case”) conoce a Stella (Eyrún Björk Jakobsdóttir) su vida cambia para siempre. La que era una excelente alumna abandona de golpe su vida de adolescente de la clase media para seguir a su amiga en la poco convencional vida que le ha fascinado.
Su entrada en el universo de los irrecuperables, primero a base de pequeñas estafas, luego en la consabida amalgama de drogas, alcohol y sexo indiscriminado, se produce en paralelo al surgimiento de algún tipo de amor entre las dos chicas. La película las acompaña a trompicones hasta que entran en la edad adulta y pierden el contacto.
Doce años más tarde, Stella tiene una profesión y una vida mientras Magnea continúa a la deriva pese a la tenacidad de su padre (Þorsteinn Bachmann, “La vida en una pecera”), que acabará dándose por vencido.
Tras dos años de investigaciones y entrevistas, Baldvin Z, uno de los realizadores islandeses con mayor prestigio, ha escrito la oscura historia de esas adolescentes que «caen en la droga y desaparecen», un hecho que se repite con dramática frecuencia en Islandia; se les llama “chicas perdidas” y su rostro aparece frecuentemente en las primeras páginas de los periódicos. Presas de sus adicciones, son niñas grandes que acaban encontrándose solas e indefensas.
Relato de aprendizaje y emotivo drama social, «Déjame caer» es una película incómoda que pretende también medir el impacto que las conductas de estas jóvenes –destacable la interpretación de ambos personajes por dos actrices apenas conocidas– está teniendo en la minúscula sociedad islandesa: un clima de desamparo generalizado que subrayan la imagen (sombría) y el sonido (banda sonora del prestigioso compositor Olafur Arnalds).