Desconfíen de los que se dicen ‘trasnochados’ si hablan de libertades

Mejor tener mal gusto que no tener ninguno, dijo aquel…

Oleiros de Velasco

Sorprende y choca el texto titulado “Sobre los posibles límites de la libertad de expresión”[1], de Conrado Granado en una publicación muy abierta, como es Periodistas en español. ¿Vale todo en lo que se refiere a la libertad de expresión?, se pregunta el autor del artículo. Estamos ante una pregunta-trampa típica de los conservadores. Normalmente, plantean así la cuestión  cuando pretenden dar algún paso para recortar la libertad de expresión. Se hace alusión al “respeto”. Y de inmediato se alude a las creencias “en el ámbito religioso” o bien “en el campo religioso”. Y para mejorar su posición de disparo, el autor se declara “un agnóstico practicante”. Practicante, ¿de qué?

A continuación cuestiona el carnaval de Tenerife, que lo ganara una drag queen, que lo hiciera con referencias a la religión católica y, para colmo, que lo retransmitiera TVE. ¿Ha olvidado el autor que en los carnavales del pasado la misma iglesia toleraba mayores ofensas para rebajar la opresión social absoluta, cuando los clérigos eran parte directa del poder?

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Fête des fous, gravure de Pieter Van der Heyden, en 1559, d’après Brueghel

En los carnavales medievales se celebraba en París, en Notre-Dame nada menos, la llamada Fiesta de los Locos. Los curas y el rey de Francia acudían para participar o ver el espectáculo después de una tradicional procesión de penitentes que se autoinfligían latigazos. Los asistentes todos, entre ellos la sociedad más despreciada a diario, la más pobre y aplastada, elegían a un Obispo o Papa de los Locos, quien tras su elección lanzaba sacrilegios y gestos obscenos a la muchedumbre.

Se sentaba ese Papa (u Obispo) de los Locos en un trono honorífico, con sacerdotes y mujeres embadurnadas y con máscaras feas. Según las crónicas, cantaban juntos una misa, mientras los asistentes danzaban “de manera lúbrica” (sic), y al lado del altar comían sopa o morcilla. No se quemaba incienso ese día, sino estiércol, y se hacía respirar el olor al tal obispo. El vino corría a espuertas, y se terminaba en grandes orgías…”

Luego, aquella muchedumbre recorría la ciudad, los sacerdotes se acercaban a las tabernas para beber y emborracharse o entraban en las casas de las prostitutas. En esas celebraciones, no faltaban las escenas de sexo en público, afirman los cronistas de la época. El festejo duraba varios días. Claro, que el objetivo de la sátira era -a la postre- el perseguido por las autoridades eclesiásticas: los ‘locos’ volvían al orden. Todo gesto fuera de lo previsto, volvía a sufrir los castigos habituales: una lengua (para los blasfemos) o una mano cortada (para los masturbadores). O el fuego de la hoguera para los declarados ‘herejes’.

Si una muchedumbre de creyentes considera a la Virgen María madre de Dios, otros creyentes no. Los ateos, tampoco. De modo que estos últimos están legitimados para burlarse como deseen o para celebrarlo con el mismo sarcasmo y empeño que los creyentes utilizan para deslegitimar a los pertenecientes a otras sectas creyentes o no creyentes.

El autor, con su texto, declara que “las creencias son cosa de cada individuo, pero el respeto debe ser mutuo”. ¿Cómo no? Aléjense ustedes de la prensa satírica como los lectores de ésta se alejan de la misa dominical. Eso es todo. Y añade que ante “el éxito obtenido por la citada y considerada como “reinona” drag, cabría pensar si el próximo año no se montará un número con personajes históricos como Jesús, Mahoma, Buda y Confucio, todo ello aderezado con un poco de hinduismo y judaísmo para dar mayor realismo al espectáculo”. ¿Por qué no?

¿O es que lo sagrado siempre cae del mismo lado? Por cierto, los hindúes son politeístas y admiten deidades de todo tipo, también las personales, inventadas o deseables: un árbol familiar, una colina que recorrieron los antepasados, un río en el que el abuelo rezó el Gayati Mantra… ¿No insulta a los hindúes metiéndolos en el mismo saco que a toda la pléyade monoteísta que se parece entre sí y que no respeta ninguna otra idea que la de “hay un Dios único”?

Muestras como Émbolo y su rap -dice- pueden ser de mal gusto. Vale, pero no disparan contra nadie, no causan otras heridas que las del mosqueo de algunos. De bala, no hieren a nadie. Cabe responderlos, abuchearlos, criticarlos a gritos, responder a sus insultos con otros insultos. Hacer chistes en los que el feo o el tonto se llame Émbolo. ¿De acuerdo? Pero si se responde a Émbolo de otro modo, entonces tenemos otro problema. Y es un problema de libertad de expresión, sí. Si no gustó su representación, váyase al bar más próximo y repita lo que piensa: diga que ha sido lamentable. Y ya está. Mejor no mentar «los límites», amigo. Eso es peligroso para todos.

Hablar de cuáles son los límites de la libertad de expresión, es asunto muy serio. ¿Recuerda el autor los delitos de “falta de decencia”, “vagancia” o “blasfemia” del franquismo?  Pues a restaurarlos es a lo que aspira el pensamiento conservador cuando se pregunta por posibles límites a la libertad de expresión. En cada púlpito (o revista satírica) hay un sentido diferente de donde están las fronteras de nuestra sensibilidad epidérmica… siempre individual e intransferible.

Con todo, lo más grave del artículo citado es que apunta con el dedo a dos medios de comunicación precisos y dedicados al humor: El Jueves y Mongolia. Al tiempo, en el texto que criticamos el autor sugiere para sí mismo un adjetivo: ‘trasnochado’, quizá. Seamos claros: es un eufemismo de otro adjetivo. ¿Reaccionario, quizá? Porque se puede ser progresista en un tema y reaccionario en otro, oiga.

No sé si todos los personajes que caricaturiza El Jueves (Felipe González, el rey emérito, Aznar, Trump, Bárcenas, Cebrián, etcétera), merecen el insulto de la portada, el de hijos de puta. Seguramente cada uno de nosotros tiene sus propios “hijos de puta” de preferencia, como aquel presidente de Estados Unidos tenía el suyo en América Central. De lo que se trata es de saber si vamos a empezar a seleccionar cada uno las caricaturas y los personajes “salvables”, según nuestras preferencias sagradas (políticas o religiosas). Sobre los hijos de puta, cada cual selecciona los suyos como le viene en gana.

Desde luego, El Jueves tiene derecho a lanzar esa portada a sus lectores, que ya saben de qué va la publicación. Es el púlpito de otra banda de gente, en la que me incluyo. Yo me parto de risa con algunas, otras me hacen menos gracia o me dejan frío. Punto pelota. Lo contrario es fingir dignidad, defender el carácter sagrado de algunos representantes del poder en sentido amplio. Y si no hace eso una publicación de humor salvaje, ¿quién hará esa descarga, en realidad necesaria y sentida por una buena parte del público, de la sociedad? Hablamos de la sociedad herida o insultada o vejada, en uno u otro momento, por esos representantes del poder gubernamental, mediático, de los gabinetes oscuros de la corrupción o del mismo poder imperial que amenaza a todo el planeta.

Y si no le hace gracia el ejemplar de Mongolia dedicado a Semana Santa, a mí tampoco me la hace Felipe González, que nos perdona la vida con su mirada por encima del hombro, ni Bárcenas, ni Aznar, ni ese señor arzobispo emérito (no sé, si eso existe), el tal Rouco, que vive en un piso de lujo con vistas a las terrazas de Las Vistillas (Madrid) y disfruta de privilegios negados al común de los mortales.

El autor entresaca párrafos de gusto discutible. Bien, pues eso, tan discutibles como la veneración a Rajoy, al Papa de Roma, a Pablo Iglesias o a la gestora del PSOE. Discútalo, pero sin azuzar el pensamiento ‘trasnochado’ que no espera otra cosa sino restaurar límites de la libertad de expresión. ¿O es que con la aplicación de las leyes Mordaza no tenemos ya bastante, señor autor del artículo? Dedíquese a ver su efecto y deje libre a las libertades de prensa y expresión.

No hay que olvidar que todos los días se imponen límites de lo políticamente correcto. Así que otros tienen derecho a reivindicar las orgías del medievo, las barras de los bares, la prensa del sarcasmo o el vino turbio. Coluche, aquel bocazas humanista, ya dijo que prefería que las mujeres y los negros inventaran sus propios chistes a que alguien prohibiera los chistes racistas y misóginos. Y una de las veces en que lo amenazaron con la cárcel, apuntó lo siguiente: “Quieren meterme en chirona porque he llamado cabronazo a un poli. Carajo, creía que todas las cárceles estaban llenas a reventar. Si empiezan a encarcelar a la gente por llamar cabronazos a los polis, van a estar todas las cárceles llenas hasta los cojones”.

Quizá quienes se mosquean con el humor más duro y sarcástico, y de las publicaciones que lo representan, saben que la mayor parte de lo que dice esa prensa es mayormente cierto. Aunque haya su patatí y su patatá. En muchos casos, no sé si en la mayoría, lo que se puede ver y leer en El Jueves y Mongolia se acerca mucho a la realidad, va en serio. Por desgracia, así lo creo. De modo que con eso de los posibles límites a las libertades, menos bromas, amigo.

Enlace 1

Sobre posibles límites a la libertad de expresión

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