Influido por acontecimientos impactantes, como por ejemplo la caída de Kabul, un creciente número de musulmanes teme y rechaza el Islam radical, escribía recientemente Daniel Pipes, islamólogo y ante todo consejero áulico de la derecha estadounidense. A Pipes, fino conocedor de los entresijos del Islam moderno, se le echa en cara su parcialidad a la hora de analizar el complejo proceso de transformación que atraviesa el mundo árabe musulmán. Aunque los temas tratados suelen ser de gran relevancia, a veces la información facilitada puede parecernos incompleta. Pero el que fuera asesor de varios presidentes norteamericanos raramente corrige su tiro. ¿Mera soberbia? ¿Riesgo calculado?
Al abordar el espinoso tema de las conversiones de musulmanes al cristianismo – alrededor de diez millones desde los año 60 del pasado siglo – Daniel Pipes elude las estadísticas, detalle sumamente importante para comprender el alcance del problema. No se sabe a ciencia cierta si pretende apaciguar los ánimos de sus amigos israelíes, más propensos a censurar la violencia del mal llamado Islam político que a profundizar sobre el malestar provocado por los comportamientos radicales en el seno de la sociedad musulmana. Pipes nos ofrece, eso sí, su definición de los conversos, a los que tilda pomposamente de anti islamistas, dividiéndolos en cuatro categorías: los moderados, los irreligiosos, los apostatas y los conversos.
Escasean también los datos sobre los países de origen. Los facilita, sin embargo, una cadena de televisión cristiana magrebí Al Hayat, dirigida por el hijo de un imán que abrazó la fe cristiana. Al Hayat alude en sus programas semanales a candidatos a la conversión provenientes de Jordania, Egipto, Túnez o Marruecos. Si bien se sabe que en Irán se registraron en las últimas décadas alrededor de 300.000 conversiones al cristianismo y budismo, se desconoce la situación reinante actualmente en países como Afganistán o Pakistán, donde el radicalismo islámico avanza a pasos agigantados.
En comparación con los eurócratas de Bruselas, que apuestan por eliminar las alusiones al cristianismo de la tediosa jerga comunitaria, los nuevos conversos parecen muy propensos a disfrutar de los usos y costumbres de su nuevo credo. Algunos hacen hincapié en el hecho de que la cuestión confesional no era un tema acuciante en el Oriente de comienzos del siglo pasado. Sin embargo, hoy en día la problemática ha variado. A la presión ejercida sobre las comunidades cristianas del antiguo Imperio Otomano a partir de 1915 – 1920, se suma la ofensiva contra los musulmanes que, según los doctores de la Ley coránica, se están apartando de la ortodoxia de las principales corrientes del mahometismo. En este contexto, los ejemplos que aporta Daniel Pipes son significativos.
En Egipto, los Hermanos musulmanes contaron, durante décadas, con el beneplácito y el apoyo del presidente Hosni Mubarak. Tras la caída del raís y el poco concluyente interregno del islamista Mohamed Morsi, las críticas contra el radicalismo redundaron en el auge de los detractores del Islam de trincheras, como Islam al Behairyh, Ibrahim Issa, Muktar Jomah, Khaled Montaser y Abadallah Nasr. Curiosamente, estos críticos cuentan con el apoyo del presidente Al Sisi, antiguo simpatizante de los Hermanos musulmanes.
En Arabia Saudita, cuna y baluarte del Islam puro (término acuñado por Osama Bin Laden), los ateos representan el 5 por ciento de la población, una cifra similar a la de Estados Unidos. Utilizando la estrategia del palo y la zanahoria, la monarquía saudita trató de abrir el país a un estilo de vida más moderno – más derechos para la mujer – promulgando al mismo tiempo una Ley antiterrorista que castiga el pensamiento ateo en todas sus formas o el cuestionamiento de los fundamentos de la religión musulmana en la que se basa el Estado. En resumidas cuentas, se establece la ecuación: ateo = terrorista.
Para el responsable de Inteligencia de la República Islámica de Irán, Mahmud Alavi, la rápida conversión de los musulmanes persas al cristianismo presupone un peligro para las estructuras estatales.
Uno de los principales objetivos del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan era la creación de una generación pía. Sin embargo, los jóvenes turcos no parecen dispuestos a elegir el modo de vida islámico. A la hora de la verdad, la mayoría se decanta por costumbres occidentales: relaciones prematrimoniales, sexo fuera del matrimonio, homosexualidad. Según una encuesta realizada en Turquía por el Instituto Gallup, el 73 por ciento de los entrevistados se define como “no religioso”.
La situación es, sin duda, diametralmente opuesta en las comunidades musulmanas de Occidente, donde el radicalismo islámico sigue ganado apoyos. ¿Algo que ver con nuestra percepción o actitud frente al Islam?
Un último dato que me aporta exultante mi documentalista: el jeque kuwaití Abdullah al Sabah, miembro del clan que dirige desde hace décadas los destinos del próspero principado, confirmó su reciente conversión al cristianismo. Una excelente noticia para Daniel Pipes y, ante todo, para los asesores de… Donald Trump.