Nos invitan a que las personas con discapacidad sean las otras; esos sujetos que nacen o desarrollan una condición que les hace ser superiores a los demás. Muy superiores porque levantarse con una discapacidad y seguir es muy duro. Son mucho mejores personas que las demás, y por supuesto, tienen una grandeza y un espíritu que vemos que se manifiesta en cada uno de sus gestos, día a día, al cabo de los años.
Al pasar lista, la pregunta que sobra parte del profesorado, que con poco o ningún tacto pregunta en voz alta, ¿quién es el discapacitado? ¿quién es el de la diversidad funcional? ¿quién es el de las ayudas? La clase, comenta, busca, y por último señalan todos al unísono, a ese alumno distinto, ese que tiene algo, ese que será siempre el pobrecito, el «ay, que pena», el alumno discapacitado, con todas las letras no una persona con discapacidad. Y ese alumno, inicia su Mein Kampf particular para sobrevivir entre especies que no son iguales y le maltratan.
Esa es la realidad del comienzo de un día de clase de cualquier alumno que ya llaman distinto, desde la ética profesional del que enseña que muchas veces dudo si existe en España. Con poco o ningún tacto, repito, le sigue inquiriendo hasta averiguar qué le pasa y si las molestias que le van a surgir, van a perjudicar a la clase. Así sigue cada mañana el alumno que ya ha sido calificado que si tiene suerte, será ayudado por una o dos personas y para de contar.
La inclusión será una realidad cuando todas las personas se crien juntas; cuando no existan distinciones y los padres de los alumnos que no son especiales, les digan cuando les educan que deben ayudarles porque quizá, ellos, algún día, necesitarán la misma ayuda. Esos padres que llevan a las aulas a sus niños burbuja, todo lo que conocen es que un niño anda ve, oye, y se es perfecto para moverse entre iguales en las redes sociales y publicar en Insta. El resto, los demás niños, el resto de los ancianos, enfermos, personas con discapacidad, desaparecen de su crianza porque no vaya a ser que no sea todo cool y el niño se me traume.
A esos padres, les imploro que incluyan a la discapacidad en su educación, dado que les va a hacer necesariamente mejores personas y deben explicarles que no siempre se ve, se oye, se anda, se entiende; muchas veces, la mayor parte de las veces, en algún momento de la vida, tendremos, tendrán, un problema.
Acudir a clase sin un brazo, no tener piernas o ser espástico es una evidencia que les marca de por vida; el cojo, el manco, el…siempre hay un calificativo; algo más que nos degrada. Nos quejamos del famoso bullying cuando se llama cuatro ojos al que no ve o cabezón al chico bajito al que le sobresale la cabeza. Esa crueldad, esas palabras, no vienen de los niños sino de la educación, brillante y eficaz educación que han tenido de sus padres; esos que son guays, que son colegas y que miran por encima del hombro al prójimo.
En la escuela, sucede exactamente igual, y no digamos en la torpe universidad en donde las oficinas de integración para las personas con discapacidad lo mismo le aconsejan al profesor de turno que ponga el examen más grande a un chico sordo, o le grita a un chico que no ve, porque yo no entiendo de discapacidad, alegan…
La falta de educación y formación, siempre nos remite a la realidad, a dar cuenta del pulso del país, la falta de capacidad de ponerse en el lugar del otro y de aprender a practicar con empatía lo que el día de mañana va a ser una forma de vida para nosotros mismos; de esto nadie se libra.
La discapacidad tiene lugar cuando un día, nadando tenemos un accidente en el mar; cuando nos cortan un brazo por una infección; cuando nos detectan que la vista va degenerando; cuando por la edad, algo empieza a ir mal y necesitamos al otro. Siempre me doy cuenta de la falta de y no pongo más apodos, la falta de todo, las faltas en plural, de muchas personas que han humillado, ofendido, ignorado y obviado a las personas que no ven, no oyen, no pueden caminar, no ….es tan doloroso ver que ninguna persona, o algunas personas solo, se dan cuenta de lo que sucede y se ponen en el lugar el otro, que no me extraña qué está sucediendo en la sociedad de la competitividad, la lucha por ser el mejor y los suicidios si no llego a serlo. Ya no me extraña nada.
A los profesores que han ayudado sin que se les pida; a las personas que siempre tienden la mano a los niños que están intentando aprender lo mismo que los demás; a todas aquellas personas que siguen sin preguntarse qué es la discapacidad porque para ellos, no es nada distinto, sino que todos somos iguales, gracias. Al CRE de la ONCE que siempre ha sido el que ha dado la cara por las personas con una discapacidad para que sean iguales a las demás, gracias.
A Sus Señorías, dejen de indagar en los currículos de los demás y activen el protocolo que nos permita ser personas y que la dignidad no nos la pisoteen esos que no nos llegan ni a la altura del zapatos. Eso no lo pone en un título, no lo pone en ningún lugar; se es, o no se es persona y quizá, para ustedes, señores y señoras diputados, les recuerdo que las personas con discapacidad no son los últimos de la fila, son los primeros, llegado el caso.
A ustedes, políticos en pro de la igualdad, les recuerdo aquello de, arrieros somos. Vayan al congreso con tapones, traten de andar por la calle con un antifaz o súbanse a una silla de ruedas; verán la vida en technicolor…
Todos tendremos una discapacidad alguna vez; lo que pasa, es que aún, no lo prevemos, quizá, aún, no lo tienen previsto en su calendario de obligaciones. Veamos a ver quién se moja.