En memoria de Dolores Ibarruri, Pasionaria
Era octubre de 1983. En el Congreso de los Diputados se debatía la ley del aborto. Unos días antes, Dolores Ibarruri, Pasionaria, había sido recibida con una fuerte ovación al entrar en la sede del comité central de su partido, pero, a los allí presentes, se les heló el gesto cuando la vieja dama soltó lo inesperado: “Yo estoy contra el aborto”.
Fue el primer gobierno del PSOE, presidido por Felipe González, el que con el voto favorable de la mayoría absoluta de los socialistas más tres diputados disidentes de la minoría catalana, consiguió que en el Pleno del Congreso de los Diputados se aprobase la ley que despenalizaba el aborto en los casos de “malformación física del feto, violación o riesgo para la salud de la madre”.
Votaron en contra los centristas, de UCD, Alianza Popular, la Minoría Catalana a excepción de esos tres votos a favor y la Minoría Vasca. Los comunistas, quizá, descolocados por la advertencia de Dolores Ibarruri, a la hora de la verdad se abstuvieron en la votación junto a Juan María Bandrés representante de Euskadiko Ezkerra.
Quise saberlo de primera mano y se lo pregunté a Dolores. Era un nueve de diciembre, el día que cumplía ochenta y ocho años; fue en su casa, mientras tomábamos un café amigable, como en otras ocasiones, frente a una grabadora autorizada. Amaia escuchaba con atención a su madre; había llegado de Moscú para celebrar con ella su cumpleaños. Nacida de un parto de trillizas, Amaia sobrevivió a sus dos hermanas, Amagoia quien murió a los pocos días de nacer, y Azucena quien falleció a los dos años; ella es la única superviviente de los seis hijos de Dolores.
Respondió a mi pregunta sin un titubeo, segura, con aquella voz poderosa que enmudeció a más de uno: “Sí, estoy contra el aborto”.
El titular, además de oportuno, era explosivo; fue portada de Interviú y se expandió como un clamor por las ondas hertzianas de Hora 25. Tengo que decir que a mí no me sorprendió; había tenido algunas conversaciones con ella, la mayoría personales, distendidas, porque le gustaba mucho hablar del País Vasco, sobre todo de Gallarta, su pueblo natal, aunque también hubo concesiones a mi oficio: Dolores fue muy generosa conmigo.
“Mira hija, una mujer como yo, que ha tenido seis hijos, no puede estar a favor del aborto”. Esta declaración de principios de Pasionaria, era concluyente; estar a favor o en contra del aborto es una decisión personal que no tiene nada que ver con ser de izquierdas o de derechas. A veces, digo a veces, tiene que ver con la conciencia de cada uno y muchas, la mayoría, con el miedo a la responsabilidad de una nueva vida humana, al rechazo social y, por supuesto, en años anteriores tenía mucho que ver con el poder económico; si había dinero, se viajaba fuera de España buscando la solución y, si la economía era precaria, siempre se podía encontrar algún clandestino al que, en el intento de ayudar en el terrible trance, se le iba de las manos.
Muchas mujeres han fallecido sobre la mesa de cocina de un “quirófano” improvisado: «La Mari» película española, basada en un hecho real, muestra la cruda realidad en años de la posguerra; una joven muere a manos de un carnicero metido a médico que tenía montado su negocio clandestino en un recinto lúgubre de Barcelona. «Tiempo de silencio», la novela de Luis Martín-Santos (y la película dirigida por Vicente Aranda con el mismo título), también.
Cuando a una mujer le sorprende un embarazo no deseado, no le pone un pregón a su tragedia, que para ella lo es, busca ayuda en una amiga que le garantice el secreto con la que compartir su angustia, no se arriesga a pedir consejo, por si acaso y, salvo situaciones, pesa más la idea de no llevar a término su embarazo.
Controvertido problema social de difícil entendimiento, porque como decía Dolores: “Cada uno tiene sus ideas y a mí me parecer que hay que poner los medios para que las mujeres no tengan que abortar. También te digo que hay ocasiones en las que la despenalización es absolutamente necesaria, que no creo yo que ninguna mujer aborte por capricho. El tema es mucho más profundo”.
En el primer punto cabe la puntualización de que poner los medios no les corresponde exclusivamente a las mujeres. Dicho lo cual, la reflexión de Pasionaria, llena de sentido común, en parte, se da de bruces con la realidad; algunas abortan por algo más que por capricho. Hay una tropa pululando por las televisiones que, a golpe de talonario, van contando con toda frivolidad su embarazo y luego su desembarazo; algunas de acuerdo con el novio de turno. Luego se reparten la pasta y hasta la próxima; el cinismo no tiene límites.
A propósito: Carlota Corredera, directora de Sálvame, Telecinco, es espectadora de estas situaciones en el ejercicio de su oficio, mientras espera llena de amor la llegada a este mundo de Alba, su primer bebé. Enhorabuena, compañera. Cuando le veas la carita a Alba, darás por bueno lo mal que lo estás pasando en tu embarazo.
La ley del aborto está inconclusa y llegar al consenso político va a ser muy difícil; la sociedad está dividida porque, como decía Pasionaria: “el tema es mucho más profundo”.
Hay que celebrar que Gallardón aquí ya no tiene ni voz ni voto, por su falta de sensibilidad ante situaciones concretas para las cuales ya existen clínicas legales, con su correspondiente número de registro, autorizadas por las consejerías de salud de las distintas Comunidades Autonómicas; las de la Generalitat Valenciana, Partido Popular, incluso se anuncian en Internet.
Hoy he querido rememorar esta parte de mi vida profesional porque ayer hablé con Amaia, la hija de Pasionaria. La llamo de vez en cuando a pesar de que hay días que no me reconoce y hay días que tampoco, pero sé que la entretengo, sobre todo cuando le hablo de Bilbao: “Dolores tiene una calle en Bilbao”, para eso Amaia sí tiene memoria: Dolores sigue presente en su vida: “Una gran mujer”, me dijo ayer, con la nostalgia en su voz, muy distinta a la potente voz de su madre pero con el mismo acento vasco que Pasionaria nunca perdió a pesar de su larga estancia en Rusia.
“Yo estoy viendo permanentemente mi pueblo, Gallarta; tengo recuerdos inolvidables. Quiero al País Vasco como se quiere a algo entrañablemente tuyo, ¿comprendes? Es curioso porque resulta que igual no me acuerdo de lo que hice ayer, pero parece que estoy viendo a los hombres de la mina que los veía desde mi casa”.
Una conversación con Dolores Ibarruri conducía siempre a su tierra. “Hoy ha sido un día muy importante para mí; José Luis, un paisano, me ha traído txacolí y me ha hecho gran ilusión, porque no lo había probado desde que salí de mi tierra; y Amestoy me ha mandado estos dos panes tan originales que son dos ochos que ha hecho un vasco y deben estar buenísimos, porque a mí todo lo vasco me sabe a gloria; y lo más importante de todo es que hoy ha venido mi hija Amaia, fíjate desde Moscú, ha sido una sorpresa muy emocionante, Tengo que decir que es un día feliz de cumpleaños”.
En aquel ochenta y ocho cumpleaños, en un alarde de amor hacia su progenitora, Amaia dijo unas palabras conmovedoras al hilo de la conversación mantenida: “A mi madre le tengo que agradecer que me haya dado la vida. Si mi madre hubiera abortado yo no estaría aquí ahora: mis hijos ya son mayores así que me voy a quedar en España para cuidarla, como ella hizo conmigo para que yo no sufriera lo que Dolores sufrió que fue mucho por las circunstancias de entonces”.
Y Amaia se quedó en España. Sus hijos vienen a verla con relativa frecuencia y Lola, la chica, pasa mucho tiempo con ella. No obstante, Amaia vive en su mundo feliz, ajena a los problemas de otro mundo que no sea el suyo, bien cuidada por Dora que la quiere mucho. Entre otras bondades, Amaia ha heredado la genética de su madre y dentro de nada va a cumplir noventa y dos años. Le he prometido ir a celebrarlo a su lado.