El ultraconservador y xenófobo presidente de Estados Unidps, Donald Trump, se despide matando. Este jueves, 10 de diciembre de 2020, cuando falta poco más de un mes para que tenga que entregar el poder a Joe Biden, vencedor en las pasadas elecciones, se ha aplicado la pena de muerte, mediante inyección letal, a Brandon Bernard, un afroamericano de cuarenta años, condenado pro su participación en un doble asesinato en 1999 en Texas, justo cuando acababa de alcanzar la mayoría de edad.
Trump ha ignorado los llamamientos a la clemencia con Bernard de más de medio millón de estadounidenses que han firmado distintas iniciativas pidiendo que le conmutaran la pena de muerte por la de cadena perpetua, subrayando su falta de madurez cuando se cometieron los asesinatos y la buena conducta que ha observado desde entonces en la cárcel.
La de Brandon Bernard ha sido la novena ejecución del gobierno federal desde el pasado mes de julio; una práctica que llevaba diecisiete años sin aplicarse.
Para antes de que se produzca el pase de poderes, el actual gobierno tiene previstas otras cuatro ejecuciones, la última de las cuales está programada para el 15 de enero, tan solo cinco días antes de que preste juramento el demócrata Joe Biden, quien entre sus promesas de campaña ha incluido el acabar con la pena de muerte.
Desde hace 131 años, la tradición ha querido que los presidentes salientes suspendieran las ejecuciones en espera de la llegada de su sucesor.
El pasado 24 de noviembre, el gobierno de Trump amplió considerablemente el poder de aplicación de la pena de muerte del gobierno federal, autorizando métodos de ejecución que se habían abandonado hace ya muchos años: «Las ejecuciones federales se harán mediante inyección letal o cualquier otra manera prescrita en las leyes del estado que haya dictado la pena».
Por consiguiente, y al menos hasta el 20 de enero, el gobierno Trump autoriza el uso de antiguos métodos de ejecución como la silla eléctrica, vigente en nueve estados del sur como alternativa a la inyección letal; el gas, vigente en tres estados; el pelotón de ejecución, una opción en otros tres estados; o la horca, vigente en los estados de Delaware, New Hampshire y Washington, «si no se dispone de la inyección letal, o no se puede emplear».
Hasta la ley de noviembre 2020, en Mississippi y Oklahoma se podía recurrir a la silla eléctrica, el gas y el pelotón de ejecución, además de a la inyección letal.
En un repaso histórico, el digital francés Slate recuerda que la horca ha sido el principal método de ejecución durante la mayor parte de la historia de Estados Unidos. La primera ejecución por este método tuvo lugar en Virginia en 1622, y la víctima fue un ladrón de ganado. En muchos casos, la soga no se colocaba bien y el ajusticiado moría por estrangulamiento.
Fue a finales del siglo diecinueve cuando los críticos con el método de la horca propusieron sustituirla por la silla eléctrica, que se utilizó por primera vez en Nueva York y se convirtió en el símbolo de las ejecuciones en Estados Unidos durante la mayor parte del siglo veinte.
Hace medio siglo, Oklahoma estrenó el método de la inyección letal que, hasta la fecha, se considera el menos cruel para llevar a cabo una ejecución.
A día de hoy, son 54 los presos que esperan el final en el corredor de la muerte federal, ninguno de ellos conoce el método que se empleará y todos confían en que, en algún momento, llegará un presidente que acabe definitivamente con la pena de muerte, un anacronismo de países democráticos en pleno siglo veintiuno.