La imagen y la influencia de Elon Musk, quizá el más peligroso señor feudal del siglo XXI, su influencia creciente en la política mundial, desde la carrera espacial a las guerras de Gaza o Ucrania, resultan extremadamente inquietantes.
Hasta hace poco, quizá podíamos pensar que Musk se mueve únicamente por ambición desmesurada, por su avaricia económica y de poder.
Pero durante la actual campaña electoral en Estados Unidos, estamos constatando que el dúo Donald Trump-Elon Musk es asimismo una alianza ideológica. Una especie de religión de nuevo tipo. Y de alguna manera Musk quiere que sobreentendamos que el ganador de las elecciones, quizá más que el mismo Trump, debería ser él, Elon Musk, personalmente.
En el diario belga Le Soir, hablan de «giro casi místico» de quien se cree «salvador de la Humanidad» y apoya al corrupto y peligroso candidato que se asume como «la mano de Dios».
Con ellos volvemos a emprender los caminos de Jerusalén y las cruzadas, la edificación de otra sociedad en la que los nobles (ellos) y los vasallos (la inmensa mayoría), serán definidos de manera estricta, mientras nos explican qué es la libertad y mientras nos señalan la necesidad del sometimiento de los siervos a los que proteger… y someter. Amén.
Ambos utilizan la misma o parecida retórica, con la expansión del odio como herramienta principal.
En mi caso, las alarmas saltaron hace tiempo sobre Elon Musk. Particularmente un día en el que declaró –y no parecía sólo una broma– que favorecería golpes de Estado donde los autóctonos resistieran la apertura de minas de litio. Desde ese momento, como cacereño de pueblo, defiendo permanecer en su red social para resistir y contradecirle cada segundo (¡No a la mina, salvemos La Montaña de Cáceres!).
Odio y falsedades
El hombre más rico del planeta, el rey de los tiburones, ese tal Elon Musk respalda las mayores mentiras sobre las migraciones hacia Estados Unidos.
Entre sus delirios recientes hemos podido leer lo siguiente : «Los demócratas están importando de manera deliberada votantes [nuevos] hacia los estados indecisos (swing states) de los Estados Unidos, al mismo tiempo que facilitan que esos emigrantes puedan adquirir rápidamente la nacionalidad estadounidense», escribió Musk en X-Twitter. Es una imbecilidad típica de la nueva cultura del capitalismo influencer, que triunfa navegando entre falsedades y absurdos.
Según él, eso mismo ya sucedió. Dice que fue en California, en 1986, mediante la amnistía de los inmigrantes sin papeles.
Aquel año, la Inmigration Reform and Control Act fue el resultado de una iniciativa legislativa conjunta en la que participaron parlamentarios demócratas y republicanos. Eran tiempos en los que los consensos así aún eran posibles.
La IRCA fue ratificada por el presidente (republicano) Ronald Reagan para modificar leyes hasta entonces vigentes sobre la inmigración.
Se calculó que podía favorecer a un número que podía llegar hasta cuatro millones de personas. Prohibía a los empresarios, eso sí, la contratación de inmigrantes ilegales que hubieran llegado a EEUU después de 1982.
Quienes quisieran acogerse a la IRCA tenían que demostrar sus años de residencia en el país, de manera continuada, el pago de impuestos; también que no hubieran cometido delitos y demostrar que tenían un conocimiento suficiente de la cultura del país y de la lengua inglesa.
En la actualidad, aquel Ronald Reagan podría parecernos casi de izquierdas (¡uf!) comparándolo con los usos del actual Partido Republicano de Donald Trump y con las barbaridades de su aliado Elon Musk.
Ahora éste último proclama que aquel proceso fue un engaño absoluto y que podría convertir a EEUU en una dictadura. Fue «diabólicamente inteligente», afirma Musk, quien añade que «a menos que Trump gane y revierta la situación, puede que las últimas elecciones de Estados Unidos sean las de 2024». Los candidatos a dictador predican siempre la dictadura de los demás.
Porque resulta sorprendente que quien apoya al expresidente que preconizó el asalto al Capitolio pueda decir eso.
Musk habla de «la estafa de la importación de votantes» y denuncia la (supuesta) conspiración de los demócratas.
¿Cómo puede sostenerse este delirio? Sólo mediante la verborrea global de redes en las que prevalecen la maquinaria y las distorsiones de Elon Musk y de sus adláteres.
Sorprende también que un tipo inmigrado de África del Sur defienda esa tesis absurda para favorecer a un candidato presidencial con abuelos inmigrantes y casado con una señora y esposa inmigrante, también nacida en Europa.
¿Cómo es posible con sus antecedentes familiares que defiendan el cierre de fronteras, el aumento de la represión de los inmigrantes y los muros contra la inmigración?
Sólo sus intereses, sus ambiciones y su racismo congénito pueden explicarlo.
Cabe preguntarse también si Musk está convencido de lo que dice o sólo busca incrementar su poder y su influencia sobre quien puede ser el próximo presidente. «Si él (Trump) pierde, estoy jodido», ha dicho Elon Musk.
El problema es que Musk está en cabeza de la carrera espacial privada, lidera las empresas de satélites de telecomunicaciones, al mismo tiempo que se beneficia de subvenciones y contratos federales con la NASA, con el Departamento de Defensa y con otros entes de la Administración estadounidense.
De algún modo, mantiene su propia política exterior y sus alianzas, como los grandes señores feudales del pasado que gozaban de autonomía para conspirar, para poner y deponer soberanos, papas y emperadores.
El papel de Musk y sus decisiones han sido claves en algunos episodios de las guerras de Ucrania, Oriente Medio y otros puntos de conflicto planetario. Hace dos años, Elon Musk desmintió informaciones que lo relacionaban con Vladimir Putin. Sin embargo, según el diario Wall StreetJournal, Musk ha seguido hablando con el presidente de Rusia. Putin le habría pedido a Musk que no activara sus satélites Starlink sobre Taiwan para favorecer a la República Popular China y devolver así los favores recibidos de Xi Jinping.
Para el Kremlin, las reivindicaciones chinas sobre la isla taiwanesa (aún llamada oficialmente República de China) son justas y equipara esa reclamación de soberanía a las que mantiene Moscú sobre Ucrania.
De niño me fascinaba la historia (o leyenda) del «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor», que habría dicho Bertand du Guesclin en el siglo XIV para lograr que Pedro I el Cruel venciera a su hermano Enrique de Trastamara.
Elon Musk es ahora ese señor feudal llegado allende los Pirineos que ni quita ni pone presidente, pero ayuda a Trump para absorver (él mismo) más poder.
Las migraciones, las libertades públicas, las redes sociales, el impulso hacia la privatización del espacio y el desarrollo de la inteligencia artificial, todo eso está bajo la lupa de Musk. Una ambición desmedida, sin límites, peligrosa.
El poder político público está siendo erosionado, día a día por él y por otros nuevos señores feudales. Esos modernos Bertrand du Guesclin, que ni quitan ni ponen rey, pero tienen claro que hay que fabricar muros y espacios de control de las personas. Un control caprichoso, absoluto.
Sucede cuando el mundo financiero y de los negocios globales parece –si eso es posible– cada vez más imbricado en la lucha política diaria. Es una sombra que nos amenaza a todos y que oscurece el porvenir global, incluso antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos previstas para el 5 de noviembre.
Allí es legal y público el patronazgo de los hipermillonarios sobre los candidatos, tanto demócratas como republicanos
Sin embargo, con la participación expresa de Elon Musk en los mítines y la campaña de Donald Trump, quizá contemplamos un paso más hacia algún tiempo nuevo, hacia el feudalismo de las estrellas, de SpaceX y Starlink.
El principal propietario de Tesla, SpaceX y la red social X (exTwitter) no sólo es más que algunos de los mayores proveedores de fondos para la campaña presidencial de Donald Trump. Se ha convertido en su mayor aval político, por encima de lo que queda de los viejos conservadores y de la dirección del Partido Republicano.
Entretanto, todas las invenciones conspiracionistas se expanden bajo esa influencia nefasta que amenaza las libertades públicas y la misma Constitución de los Estados Unidos.
En X-Twitter, bajo el discurso de la defensa de la libertad de expresión, yacen las mentiras, las fábricas de bulos, la propaganda más enloquecida y la distorsión absoluta de la realidad.
El problema es que no pocos sectores de la ciudadanía estadounidense están ya preparados para asumir su propia ruina, su propio sometimiento.
Únicamente desde ese ángulo es posible asumir locuras como esa última de que los dirigentes del Partido Demócrata manejan la potencia y el impulso devastador de los huracanes que castigan amplias áreas del sur del país.
Parece increíble que tantas personas lleguen a creer que no tienen ayuda federal porque los huracanes son tecnológicamente dirigidos por Joe Biden, Kamala Harris y los jefes del partido que todavía gobierna en Washington. Sin idealizar a Biden y Harris, está claro que la caída al vacío –si triunfara Trump– sería espeluznante.
Los desvaríos sólo se sostienen mediante la conjunción planetaria del dinero, las redes sociales y de una gran parte de los medios de comunicación.
También mediante cuatro décadas de presentación de las nuevas tecnologías (¿nuevas?) como criaturas siempre divinas. Predomina el cuento de hadas de su construcción –no siempre positiva, desde luego– como discurso ideológico inevitable.
Cuanto más inmaterial se hace el dinero, mejor y mayor es el control de los Musk de turno. Y mayor la corrupción globalizante.
Hasta hace poco creíamos haber superado el feudalismo y los sistemas de apartheid, pero lo que sucede en Oriente Medio y la evolución de la pareja Trump-Musk prueban que queda mucho espacio por recorrer.
Y en ese camino que nos proponen aumentan los peligros de todo tipo.