Cuando la mediocridad imperante necesita de la deslealtad, siempre hay alguien fiel
El periodista Agustín Lomeña afirmó, en el transcurso del homenaje que se le ha tributado con motivo de su jubilación, que en Málaga hay una frase tan extendida como errónea: aquí no cabe un tonto más. Venía la afirmación a cuento de la mediocridad imperante, que cubre cuan halo de neblina la realidad de cada día.
Agustín ha dedicado gran parte de su vida al periodismo y los últimos catorce años de su ejercicio ligado al turismo en su faceta de promoción de la provincia de Málaga desde el Patronato de la Costa del Sol.
Le conocí cuando yo andaba en los prolegómenos de la creación de Nuevo Diario de Córdoba, en una etapa inicial que abandoné y que retomé más tarde. Viajamos a Málaga Antonio Uceda y yo para ver qué posibilidades había de imprimir nuestro proyecto en la rotativa del Diario Málaga-Costa del Sol.
Allí estaba él y su alter ego, Manolo Jota, promotor del homenaje junto a Juan Gaitán y a Andrés García Maldonado.
Manuel Jota y Agustín LomeñaManolo y Agustín eran ya el yin y el yang, el bueno y el malo, las dos orillas, intentando mantener a flote un proyecto que pusieron en marcha en 1986 y, cosas de la vida, al que me llamaron después cuando acometieron un radical cambio en 1989, con la introducción de la informática a nivel de usuario y del primer programa de maquetación conocido por estos lares, el Compagitex. Precisamente, la osadía de ser la primera redacción malagueña en la que entró un ordenador, que costó 2,5 millones de pesetas, fue uno de los hitos más destacados de su gestión durante el homenaje.
Como en otras muchas ciudades, el periódico era mucho más que un medio de comunicación. Era la posibilidad de expresión de quienes no estaban con la oficialidad, la otra vía, que, cuando anduve por allí, se había ampliado con La Gaceta y El Sol del Mediterráneo, aparte del diario de referencia, Sur, el único que ha sobrevivido al paso de los años y de sus circunstancias.
Cuando Manolo Jota y Juan Gaitán me avisaron del homenaje a Agustín no tuve la menor duda de que no podía faltar. Los que ni siquiera llegaron a ser seis meses completos con Agustín y Manolo de directores (una de las singularidades del periódico es que estaba codirigido) se convirtió no sólo en una apasionante etapa profesional, sino que fue un período de desarrollo personal.
Fue así porque tuve la suerte de compartir con ellos jornadas que nunca se acababan con la ilusión de sacar a diario un producto. Con ambos y con algunos y algunas más, entre lo que están Juan Gaitán, quien montó para el homenaje uno de los más brillantes textos literarios que he oído en mucho tiempo.
Si a veces se torna complicado encontrar un jefe del que aprender, más difícil es aún tener dos a la vez. Tuve la enorme ventura de conseguirlo en Málaga con Agustín Lomeña, hoy jubilado, y Manolo Jota, todavía en ejercicio en el que fue el primer periódico gratuito diario de España, El Noticiero, que él fundó.
Aprendí en el acto de homenaje mucho de la historia que han compartido en el periodismo malagueño, desde el legendario Sol de España, donde se conocieron Lomeña y Jota, del que salieron otros pioneros en el que fue el primero que se atrevió a plantarle cara al diario hegemónico de la prensa del Movimiento, más tarde privatizada.
Además, me llevé otra lección. Creer que un proyecto o una iniciativa es para siempre y que los compañeros de viaje se mantienen con lealtad en todo momento es una quimera. Eso es lo que le ha pasado a Agustín. A eso se refería con lo que siempre cabe un tonto más, alguien que se cree que sabe y que solo es capaz de constatar su propia mediocridad que tiene que solventar a costa de los demás.
Pero también he podido constatar que, cuando miras a un lado y a otro, pese a poder sentirte solo, seguro que encuentras alguien a tu lado. Eso también le ha pasado a Agustín Lomeña, la segunda mejor persona del mundo. La primera era su padre, Manuel, como le dijo un desconocido en un restaurante de Dublín al enterarse de que allí había un natural de Álora sin saber que su interlocutor era el hijo de aquel hombre bueno al que se refería, como genialmente narró en el homenaje Juan Gaitán, testigo de la escena.
PD.- Pido disculpas a los lectores por haber roto el criterio de este blog, respetado hasta ahora, de eludir la narración en primera persona.