Si alguien pensó, y me refiero a los políticos, que este nuevo episodio de violencia que se está viviendo iba a ser uno más de los muchísimos que se producen todos los días en México, y que se iba a quedar en simples protestas “caseras”, se equivocó.
Que “alguien” incite a actuar violentamente contra personas, estudiantes o profesionales que protestan, de tal manera que se utilice el asesinato más brutal para callarlo, no puede salirle gratuito a sus autores intelectuales, ni a los materiales, ni a los dirigentes políticos, ni a los representantes de la legalidad, ni siquiera al mismísimo presidente del país.
Que aparezcan fosas clandestinas con decenas de personas que, puede que sí, puede que no, sean parte de 43 jóvenes estudiantes de una escuela “maldita” (Normal Rural) que llevan desaparecidos más de una semana…, ni dejan indiferente a las personas de bien, ni permiten que se retrase más el que diputados y senadores se pongan manos a la obra para impedir que esto se repita.
Porque la respuesta, dentro y fuera del país, evidencia el hartazgo y la repulsa por la violencia que azota al país con la complicidad de las fuerzas del orden, del ejecutivo estatal… y la impasibilidad de los legisladores. Peña Nieto tendrá que centrar su atención en una nueva reforma, urgente e ineludible: la seguridad de sus ciudadanos.
Puedo contar lo que dicne las organizaciones de derechos humanos, su repulsa, que no difiere, en absoluto, de lo que gritan los familiares de los estudiantes, los ciudadanos en general, y cuantas personas son conscientes de la brutalidad que soportan los mexicanos, pero lo que hace falta es ponerse en marcha: que se articule la posibilidad de que no se asista más a estos hechos. Que dejen de aparecer fosas en donde yacen decenas de personas que fueron ultimadas por no ser dóciles, por no dejarse humillar, por reclamar lo que les correspondía.
Y eso, articular mecanismos que impidan estas masacres, sólo se puede lograr desde un gobierno valiente, honrado, transparente; desde un gobierno que se imponga la tarea de luchar contra el crimen organizado sin contemplaciones, contra los estamentos oficiales que lo protegen, la policía, el ejército, contra los gobiernos estatales coludidos.
Fosas y más fosas
Sabemos que el crimen organizado ha penetrado, desde hace años, los núcleos de poder, las organizaciones estatales, al funcionariado… Pero en algún momento hay que luchar, de verdad, contra el crimen y la extorsión. Contra todo aquel que, por miedo o ambición, encubre a quienes están dejando a México sin un metro cuadrado donde esconder más muertos. Escuché recientemente que todo México es una fosa clandestina. A tenor de lo que se descubre a diario, no es exagerado.
En abril de 2011 se localizaron 116 cadáveres en San Fernando, Taumalipas, un episodio que se denominó como el más sangriento de los últimos diez años. Se detuvo a unas 17 personas que contaban en su haber con más de 200 ejecuciones. Entonces, el presidente del país era Felipe Calderón, quien dejó tras sí un reguero de miles de muertos con su famosa guerra contra el narco. Sólo en los primeros cuatro años hubo que digerir crímenes tan brutales como el asesinato de 72 inmigrantes, la masacre de 15 jóvenes en Ciudad Juárez, la matanza de 24 albañiles en el Estado de México, y la muerte de 20 turistas mexicanos en Acapulco.
De aquellos barros vienen estos lodos. O quizás no. Quizás barros y lodos llevan años conviviendo con los ciudadanos mexicanos, que se han acostumbrado a ellos. A mirar y sufrir, a callar y esperar. Pero todo tiene un límite. Y puede que ese límite se haya rebasado con el asesinato de seis personas y la desaparición de otras 43 que, a día de hoy, no se sabe a ciencia cierta si algunas de ellas están en las fosas descubiertas estos días. Tampoco se sabe dónde está el resto.
Pero el mundo ha vuelto la mirada hacia México: unas 60 ciudades de dentro y fuera del país han gritado que pare la masacre.
