La vida es un puro tránsito. Lo sabemos. No obstante, hemos de poder encabezar aquellas etapas más fructíferas, desde los instantes más singulares, únicos y sencillos, con el fin de optimizarlas en cuanto a aprovechamiento, aprendizaje y deseos cumplidos.
Cada momento es una oportunidad: lo es para moldearnos en positivo, para caminar, para respirar, para educarnos, para compartir, para descubrir la belleza que siempre ha estado ahí, para no atosigarnos, para surgir o resurgir, para adentrarnos en la ingenuidad, dispuesta a borbotones, para ser un poco más felices…
Las diversiones son muchas: ¡por supuesto que no todas han de ser estridentes! Pongamos, por favor, toda la masa efectiva en esa actividad que nos promueve por y para ser personas genuinas, sin necesidades absurdas y estando comprometidas para soslayar el vacío. Busquemos, por supuesto, la profundidad, pero no la densidad acumulada que nos rompe. Aconsejemos una vez más el equilibrio.
Los escenarios que nos encontramos son variopintos. Hemos de perseguir su entendimiento desde una contemplación interior que nos encauce hacia la supervivencia más ilusionante. Construyamos hogares que sean castillos en la interpretación de poder apuntalarlos desde el ambiente más confortable, idílico e íntimo.
Tengamos presente que no todo ha de ser un triunfo. De hecho no es adecuado que lo sea. Tampoco veamos en exceso el fracaso, que nos suele regalar, paralelamente, docencia y fortaleza. No olvidemos que lo que no nos mata nos hace más diestros y firmes. Nuestras elucubraciones han de aumentar desde el prisma de la tolerancia, desde el entusiasmo contrastado y alto.
La existencia nos invita, con frecuencia, a fermentar desde el optimismo más natural y elegante. Lo sencillo nos determina cuando nos propone seguir la estela del máximo interés por aquello que nos conforta con conceptos de brillo. La decisión por un itinerario u otro, obviamente, es nuestra.
Los hechos reales nos han de mostrar diversas sendas, que hemos de ir tomando desde la premisa de enmendar los posibles errores. Nada permanece. No es tampoco anhelable que sea así. Debemos movernos para no corromper lo que nos brinda la sabiduría. Por cierto, como palpamos, y corroborando lo ya reseñado, nada funciona eternamente.
Vivir es ser valiente. El coraje se demuestra sabiendo elegir. Nos hemos de repartir con los dones más utópicos, que a veces cuajan. Hemos de facilitarnos los ingredientes del contento, que se basan en el idealismo convertido en lo sencillo desde la excepcionalidad de continuar. Compartamos y compartimentemos. Nos hemos de proteger quedándonos con lo veraz y dejando a un lado aquello que no nos aporta nada de valor.
Planificar con riesgos
Casi como axioma, procuremos planificar y, al tiempo, asumamos riesgos desde un particular punto de improvisación. Nos hemos de precipitar, de vez en cuando, en el trepidante carrusel de lo desconocido, que, aunque nos traiga sinsabores, nos puede introducir en mundos de fantasía en los que alcanzaremos techos extraordinarios. La entrega vehemente por lo que hacemos, con el factor sorpresa a cuestas, nos tonifica e impulsa.
En definitiva, es conveniente que el universo esté en perpetua transformación. De las mutaciones todos aprendemos. Lo importante es que la experiencia nos sugiera un activo estiramiento. Lo decisivo es que aceptemos el desafío y nos formemos ciertamente, eso sí, sin adoctrinamientos funestos ni fanatismos. Cada día nos participa su más hermosa cara, sus múltiples elementos. ¿Vamos por los buenos?