Isabel es una buena mujer, buena madre, buena esposa… Isabel es una hormiga más, como las que pasean por la encimera de su cocina, que tiene asumido como “natural” su papel de subordinada en una sociedad “naturalmente” machista. Su marido la quiere y no es violento, pero cree que Isabel está a su servicio. Los dos reproducen los roles que les han transmitido generación tras generación.
Con su primera película, “El despertar de las hormigas”, la realizadora costarricense Antonella Sudasassi Furnis nos cuenta la historia de la rebeldía de una mujer, perteneciente a las clases populares del país. Una rebeldía minúscula, contemplada desde la mayor parte de las sociedades occidentales, en las que la mujer lleva un siglo emancipada, lo que no significa que no tenga que seguir luchando día a día por los derechos que aún le faltan y por consolidar, y no dejar que le arrebaten los ya adquiridos.
Rebeldía minúscula que adquiere caracteres mayúsculos cuando nos damos cuenta de que su pequeña liberación lleva anexa la de sus hijas: gracias a los gestos de Isabel, las dos pequeñas de nombre exótico y novelesco tienen mucho ganado de salida.
La rutina de Isabel (Daniela Valenciano) está marcada por esa bombilla que traslada de una lámpara a otra de la casa. Con sus trabajos de costura Isabel colabora a la economía familiar. Su marido, Alcides (Leynar Gómez), apoyado por su madre y su hermana, presionan a Isabel para que tenga un tercer hijo (“a ver si hay suerte y es varón”).
Isabel quiere un local para montar un auténtico negocio de costura, no quiere más hijos y, sobre todo, quiere salir de la rutina hogar/ marido/ hijos/ familia, que condiciona su vida desde que nació. Los primeros pasos son ahorrar en secreto para comprar anticonceptivos y otra bombilla.
“Con las responsabilidades familiares asignadas a su cargo por defecto, el mero hecho de pedirle a su marido que ponga la mesa parece una transgresión radical del statu quo”. La liberación de Isabel tiene lugar en un proceso progresivo de diminutas transformaciones.
“El despertar de las hormigas” es una sencilla película militante, muy política. Un grito que llama la atención sobre “el absurdo anacronismo” de muchas sociedades de América Latina que todavía hoy tienen que recuperar al menos un siglo de emancipación femenina. Una denuncia de esa definición de la mujer como un ser “al servicio de los demás” y –entiendo yo– una demanda de diálogo entre hombres y mujeres.