La adolescencia es esa edad en la que fraguan las mejores amistades, las que duran toda la vida. Es también el tiempo en el que comienzan a afianzarse los valores y en el que nacen sentimientos como el amor y el erotismo.
Lo hacen alrededor de acontecimientos que en ocasiones son inocentes y apenas dejan huella, y otras que marcan para siempre a quienes los viven, unas veces por gratificantes y otras por dramáticos.
Sobre todo eso trata la última novela de David Trueba “El río baja sucio” (Siruela), una narración que explora estos sentimientos a través las relaciones de dos amigos que viven durante unas vacaciones de semana santa una serie de lances, entre la rutina y lo extraordinario, que recordarán toda la vida.
Alrededor de Tomás y Martín, hijos de dos familias de clase media, David Trueba entreteje un universo de relaciones en cuyo desarrollo se denuncian algunos problemas de la sociedad contemporánea, como la corrupción, la especulación inmobiliaria, los delitos ecológicos… Y asoman también los conflictos que surgen de las relaciones personales: divorcios, distanciamiento entre padres e hijos, diferencias generacionales.
La narración desprende un aire como de fin de etapa, de un trayecto que se acaba, de un ciclo de la vida a punto de cambiar. Los protagonistas viven el último tramo de su adolescencia, la madre de uno de ellos se dispone a vender la casa en la que pasaron algunos de los mejores momentos de su vida, la contaminación del río que cruza aquellos parajes un día paradisiacos ahora no es más que una inmunda poza de suciedad. La contaminación del río es también una metáfora de la contaminación del poder de quienes gestionan los problemas de la comunidad por los que discurre su cauce. En los dos adolescentes la edad de la inocencia va dando paso a los años en los que nacen la consciencia y la responsabilidad a través de su mirada hacia el comportamiento de los adultos.
Con tan sólo nueve personajes que se mueven en un escenario reducido, “El río baja sucio” construye una historia que enlaza la lejana juventud de los mayores con el incierto presente de todos ellos. Ros, un personaje de turbio pasado (dicen que estuvo en la cárcel por asesinato) que de joven formó parte de la pandilla de amigos de las madres de los muchachos (y hasta pudo ser novio de una de ellas), irrumpe en la comunidad para remover la aparente tranquilidad en la que viven los inquilinos de la colonia de casas de vacaciones. Una tranquilidad que ya estaba suspendida por los problemas causados por la explotación de una cantera de las inmediaciones y por el proyecto de urbanización que va a expropiar algunas tierras y la casa en la que vive Ros.
A lo largo de toda la historia, narrada con un lenguaje literario muy directo, claro y asequible, flota una sensación de tragedia que se va tejiendo alrededor de los dos protagonistas adolescentes sin que ninguno de ellos llegue a ser consciente del desenlace en el que va a culminar una semana santa irrepetible.