Waldemar y Benjamín, padre e hijo, forman una pareja de payasos que viaja por el Brasil más profundo
¿Y si resultara que, en fin de cuentas, todos estamos haciendo aquello para lo que fuimos programados? ¿Y si nuestros interminables deseos de estar siempre en otra parte, nuestra convicción de encontrarnos en el lugar equivocado, no fueran más que un error de apreciación?
Waldemar y Benjamín, padre e hijo, forman una pareja de payasos en el circo ambulante de La Esperanza, propiedad del primero. Benjamín, probablemente nacido en el mismo circo, carece de identidad oficial: sin documento de identidad ni residencia conocida, viaja por el Brasil más profundo únicamente provisto de un certificado de nacimiento. De pueblo en pueblo, cargada en tres vehículos con poca vida por delante, montando y desmontando la miserable carpa y halagando a las autoridades locales a cambio de invitaciones a comer, o de sesiones de peluquería, la troupe de La Esperanza recorre lugares perdidos del mapa.
Como perdido entre esas familias, cuyos miembros se van convirtiendo en artistas circenses a medida que crecen y el espectáculo les necesita, y haciendo bueno el viejo axioma del payaso de cara sonriente que llora por dentro, Benjamín lleva a cabo su cometido en el espectáculo, siempre en crisis consigo mismo, cada vez más deprimido y convencido de encontrarse en el lugar equivocado. Benjamín se separa del circo para intentar convertirse en alguien “normal”, con una compañera, un trabajo asalariado y, sobre todo, una dirección postal. La experiencia acabará demostrándole que la felicidad, siempre moderada, es algo inaprensible que no se encuentra donde esperamos.
La película El payaso, del actor y realizador brasileño Selton Mello (1972) –que llega a las pantallas españolas el 19 de abril de 2013- es una hermosa historia casi cien por cien felliniana, con algunas pinceladas del Chaplin más hermético: Gran Premio del Cine Brasileño 2012, Premio del Público en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva 2012 y del International Film Festival de Uruguay en el mismo año, para su director es “una road-movie en la que lo más importante no ocurre en el viaje o el paisaje, sino dentro de los personajes”.
Sensible, muy sentimental, casi infantil, con algunas secuencias de hermosísimas imágenes entre oníricas y alucinantes y toda la nostalgia que despierta el recuerdo de aquellos circos nómadas de antaño, supone la segunda experiencia de Mello detrás de la cámara; la primera se llamaba Feliz Natal, y la realizó en 2008.