«Sólo la ley que te beneficia a ti, que te permite a ti ser lo que eres tiene valor de ley, pequeño saltamontes»
Se me ocurrió en mi sitio en Facebook inventar que la sentencia anterior se la dijera en aquella serie mítica de televisión de mi infancia y adolescencia el maestro de Kung-fu al protagonista. Y se me ocurrió en medio de la vorágine de lo que ha sido dado en llamar Procés, el catalán proceso apabullante y todoterreno que sigue su camino, espero, hacia la nada.
Cuando era un chaval, teníamos mis amigos y yo un equipo de fútbol al que llamamos República de Legazpi. Quedó en eso, pero tendríamos que habernos inventado un pasado, un enemigo y un pueblo. Pero no lo hicimos. Nos faltaban una lengua propia y un voluntarismo a prueba de balas. Al final, ganamos una Liga. Cuento esto para situar un poco lo que pienso del Procés.
En España estamos malgastando demasiados recursos, básicamente nuestro valiosísimo tiempo, en preocuparnos por la deriva secesionista promovida por el clásico nacionalismo victimista y fuertemente imaginativo, contrario a la realidad analizada por la Historia y pervertidor de la realidad económica y social hasta límites irresponsables.
Son demasiados los esfuerzos dirigidos a convencer a quien ya está convencido de que quienes se amparan en el voluntarismo suicida de una elite revolucionaria (que ha sido capaz de movilizar a una ingente multitud de fanáticos pero también de movilizar a cabales ciudadanos hartos de la compañía de los españolistas) nos han podido llevar a un callejón sin salida.
Malgastamos parte de nuestra vida en decirnos a los que ya lo sabemos que las mentiras que han engañado a tantos son eso, mentiras. Mentiras de irresponsables bañadas en el odio que los siglos no han sido capaces de barrer.
Imaginemos que yo pretendiera quedarme con algo que en mi comunidad de vecinos todos pensábamos que era de todos. ¿Todos? Bueno, mejor dicho, todos admitíamos en público para no estar todo el día a la gresca que era de todos. Sigamos imaginando: imaginemos que voy yo y me lo apropio, me lo quedo, lo meto en mi casa, lo hago mío, lo identifico como mío. ¿Mío? No, antes decido hacerlo mío, sin contar con la comunidad…
¿No sería razonable creer que todo lo que pase a partir de entonces es culpa mía, aunque antes de apropiarme yo de eso un vecino me mirara mal por la escalera y el presidente de la comunidad de vecinos me prohibiera sacar mi basura antes, exactamente como se lo prohíbe por normativa a los demás?
No sé. Yo creo que luego ya no sería significativo empezar a decir que qué mal gestiona el presidente de la comunidad de vecinos mi decisión, amparada en mi derecho a decidir lo que yo quiera poder decidir, ni que qué actitud más hostil la de otros de mis vecinos para conmigo y mi actitud egoísta e irresponsable. Creo que lo significativo sería SIEMPRE que yo decidí inventarme un derecho que no existe ni en la Ley de Propiedad Horizontal ni en el uso común de la gente común.
En el maremágnum casi vodevilesco y por supuesto preocupante, el presidente del Gobierno autonómico catalán, el conservador arropado por extremistas y conservadores y otros difíciles de definir Carles Puigdemont dice ahora, el día 31 de octubre (de 2017), que es cuando yo empecé a escribir este artículo, que no regresará a España (no recuerdo si dijo a Cataluña), y que no lo hará hasta que tenga garantías de que se le juzgará justamente. (Ahora, que acabo de escribir este artículo, al parecer, se ha entregado a la justicia del país donde se encontraba prófugo, Bélgica).
Garantías, quiere garantías. Y ya leo a quienes entienden que se desconfíe de la justicia de un país que derrotó al terrorismo más duradero de Occidente por medio del Estado de Derecho.
España no es una dictadura. Cataluña no tiene voz. España es un país de países democrático donde alguna de sus regiones ha accedido a un alto nivel de autonomía pero carece de voz, porque los países, las regiones, las patrias, las comarcas, los lugares… no tienen una voz.
Al principio de saber de ello, no podía creer lo de la petición de asilo (que no es tal) de Puigdemont. Pero sí, acabé por decirme, claro: el remate de todo esto habría de ser un remate chusco como el que se espera de la pujanza irresponsable de un nacionalismo fracasado cuando decide convertir la realidad en su deseo atrabiliario.
No ha sido un sueño, no ha sido una pesadilla. Todo esto del Procés ha sido pura realidad en vena, de la que puede aniquilar los buenos sentimientos hacia las personas.
Si hay algo que hemos aprendido de todo esto, yo al menos lo he aprendido, es que cada vez será más difícil mantener la paz política, y la social, en una sociedad civil cuajada de irresponsables que son capaces de denostar una constitución porque ellos no la han votado.
Otra de las cosas que me ha permitido aprender todo este jaleo molesto y dañino es que se me puede tachar a mí de intolerante porque considero que para dialogar haya que volver antes al orden constitucional, a lo pactado, a la base cabal de la sociedad civil. Soy un intolerante porque no quiero pactar con quienes dinamitan los pactos. Bendita intolerancia tolerante.
¿Y si pactamos antes todos los que no queremos que el secesionismo campe a sus anchas morales, sociales y políticas, y permanezca ajeno a lo que sirve de base para el diálogo?
La política. Renunciar a ella trae consigo que la ley esté por encima de ella. Es horrible. Se renunció a la política desde el momento en que se planteó desobedecer a la ley, o mejor, se desobedeció a la ley cuando se renunció a la política. Y la ley es un brujo malvado y horroroso cuando no está de tu lado.
Tiene gracia (es un decir) que no te importe dinamitar un Estado social y de Derecho para eludir la cárcel por cleptócrata, y acabes en esa misma cárcel por sedicioso.
Me permití dedicarle al señor Puigdemont hace unos días este texto, con el que acabo por hoy:
¿Qué se siente cuando tienes sobre tus hombros el inconmensurable peso del pasado inventado y del deseo irresponsable de millones de vivos y muertos justo ahora que el viento veloz de la historia te sopla al oído y te despeina mientras parece decirte Carles, este es el instante que llevas soñando desde que aprendiste el odio eterno a los españoles, desde que te enseñaron las incombustibles bondades de ese pueblo que te vitorea y te conmina a hacerlo ya de una vez, a proclamar la independencia de tu patria, caiga quien caiga, salga el Sol por Mollerusa?
¿Qué se siente, prócer improcedente?