La próxima cumbre Putin-Erdogan se celebrará próximamente en un lugar de Anatolia. Lo acaba de anunciar el portavoz del Kremlin, resumiendo un extenso diálogo mantenido por el zar de todas las Rusias y el sultán del renaciente Imperio Otomano o, tal vez del Gran Turán, el nuevo engendro de los ideólogos de Ankara, que irrita sobremanera a los estrategas moscovitas. Con razón: el Gran Turán es una nueva variante de los dominios del Imperio; un proyecto de tipo confederal que, lejos de contemplar una islamización tosca y la sumisión total, presenta una forma suave y civilizada de mahometismo, más acorde con la tradición laxista de la Sublime Puerta o del Estado Moderno fundado por Mustafá Kemál Atatürk.
La reciente presentación del mapa del Gran Turán, comercializada en las librerías y los zocos de Turquía, ha causado sorpresa, incredulidad e incluso ira en la planta noble del Kremlin. En efecto, el hipotético dominio de los nuevos otomanos se extiende a tierras de los Urales, las antiguas repúblicas caucásicas de la URSS, pobladas por tribus turcomanas, gran parte del suelo iraní y la zona norte de la República Popular China habitada por los uigures. El proyecto, que destaca la importancia geopolítica de Turquía, neutralizará casi por completo a Rusia y a Irán, limitando las pretensiones geopolíticas de China. No hay que extrañarse, pues, si en Moscú se habla de los delirios de grandeza de Erdogan.
El conflicto de Ucrania podría tener una nueva víctima: el vínculo entre Putin y Erdogan, advertía recientemente el Washington Post. Craso error. Sin embargo, el aparente cambio de rumbo del presidente turco al tratar de allanar al menos, aparentemente, el ingreso de Suecia a la OTAN, ha generado en Occidente una oleada de comentarios sobre un posible distanciamiento de Turquía de Rusia y un hipotético regreso al redil atlantista. ¿Cuánto tiempo puede durar la relación especial entre Vladimir Putin y Erdogan?, preguntaban los articulistas del primer mundo, incapaces de comprender que el líder turco está manejando las relaciones internacionales de Ankara de la manera que considera más benéfica para los intereses de Turquía y, sobre todo, para su propia supervivencia política.
¿Alejarse del Kremlín a cambio de los 13.000 millones de dólares ofrecidos casi in extremis por Joe Biden para sanear el estado de las finanzas de Ankara o por la flotilla de cazas F-16 apalabrada con Washington desde hace más de un año? El guion resulta bastante extravagante. Para los turcos, Rusia es y seguirá siendo el gran vecino al que le unen importantes lazos históricos. Un vecino amable en tiempos de paz, un temible rival, en épocas de conflicto.
Al evaluar la importancia de las relaciones con los países de la región, Erdogan sigue las normas de la sabiduría musulmana: Más vale estar a buenas con los vecinos que con la familia. Y los vecinos, Rusia, Bulgaria, Rumanía, Israel, Egipto, Arabia Saudita, cuentan con la transigencia de Turquía.
Las relaciones con Moscú y Pekín se perfilarán en el mes de agosto, durante la cumbre de los Estados de BRICS, que estudiará la solicitud de adhesión de Ankara al nuevo bloque económico que pretende acabar con el mundo unipolar ideado por Washington.
Pero los proyectos de Erdogan no se limitan a definir el porvenir de las relaciones con China y Rusia: hay más vecinos con los que pretende entablar lazos de amistad y, ante todo, de cooperación económica y financiara Es el caso de Arabia Saudita y de las monarquías del Golfo Pérsico.
Recientemente, el gigante petrolero saudí ARAMCO se reunió con 80 contratistas turcos para evaluar la posible puesta en marcha de proyectos por un valor de 50.000 millones de dólares. Se nos invita a participar a la construcción de refinerías, oleoductos, edificios administrativos, obras de infraestructura, señala el presidente de la Asociación de Contratistas de Turquía, Erdal Eren.
ARAMCO, la tercera empresa petrolera del mundo, pretende apoyar a las empresas turcas, afectadas tanto por los vaivenes de la guerra en Ucrania como por los terremotos que se cobraron la vida de unas 50.000 personas a comienzos de este año. Un detalle importante, teniendo en cuenta que las dos principales potencias regionales – Turquía y Arabia Saudita – se habían distanciado en los últimos tiempos debido a los vínculos del clan Erdogan con la secta de los Hermanos Musulmanes, desaprobada por la monarquía wahabita, y el asesinato, en 2018, en el consulado saudí de Estambul del periodista Jamal Khashoggi, opositor de la Casa Real saudí.
El interés de ARAMCO en involucrar a las empresas turcas puede interpretarse como parte de los intentos de reconciliación entre Ankara y Riad. Sabido es que Erdogan está buscando alternativas para aliviar la presión ejercida por las instituciones financieras del primer mundo sobre la economía turca. En este contexto, los contratos con los países del Golfo Pérsico, incluida ARAMCO, forman parte de la estrategia postelectoral del presidente turco para tratar de neutralizar los efectos negativos de las presiones económicas.
Por otra parte, conviene señalar que el heredero de la Corona saudí, Mohammed bin Salman (MBS), ha sido más que generoso con el sultán, al regalarle el pasado año 5 millones de dólares, invertidos en proyectos industriales turcos.
En la República Turca del Norte de Chipre, territorio ocupado por Ankara desde la invasión de 1974, proliferan los bancos saudíes y libaneses. Además, durante la era Erdogan, Turquía se ha convertido en un gran mercado para las mezquitas “prefabricadas” en Arabia Saudí.
Cierto es que, durante la reciente campaña electoral, Erdogan mencionó solo a dos amigos extranjeros – Rusia y los países del Golfo – como fuentes de financiación de la economía. Se puede decir que Putin y las monarquías del Golfo le ayudaron a ganar la consulta electoral, asegura el analista económico Soner Cagaptay, quien confía en la profundización de los lazos turco-sauditas y turco-emiratíes en el futuro. Es la opción estratégica que otorgaría a Turquía la independencia frente a Occidente, añade.
Pero, ¿qué persiguen exactamente los saudíes al normalizar sus relaciones con Ankara? ¿A qué se debe la repentina generosidad del príncipe bin Salmán? ¿Ingenuidad, solidaridad, visión geoestratégica? Es preciso recordar que los saudíes financiaron, en las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo, la construcción de la bomba atómica paquistaní la llamada bomba islámica. También podrían decantarse por sacar a flote la maltrecha economía turca o… dedicar ¿por qué no? parte de su riqueza a la creación del por ahora estrafalario Gran Turán.