La portuguesa Helena Almeida utilizó la fotografía como categoría artística
Hija, esposa y madre de artistas, la portuguesa Helena Almeida (1934-2018) murió el pasado 25 de septiembre a los 84 años, mientras dormía, en su domicilio de la localidad portuguesa de Sintra. Había nacido en una familia de artistas y desde niña estaba acostumbrada a relacionarse con la creación plástica a través de su padre, el escultor Leopoldo Neves de Almeida, con quien se inició como ayudante antes de su formación académica en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Lisboa y después en París.
Referente del arte contemporáneo portugués, Helena Almeida inició su carrera como pintora en los años sesenta del siglo XX y posteriormente buscó en el dibujo y el vídeo una forma más expeditiva de manifestar sus inquietudes, que encontró definitivamente en la fotografía. Una fotografía a la que sometía a un tratamiento pictórico experimental a través del que descubrió sorprendentes efectos estéticos y en el que encontró una forma de romper los límites entre el arte y el artista y de cuestionar la separación de disciplinas.
La fotografía fue desde muy pronto el recurso preponderante en la obra de Helena Almeida, como demuestran sus series “Pintura habitada”, “Estudio para un enriquecimiento interior” y “Ouveme”. Evolucionó en sus relaciones entre la pintura y la fotografía con logros como “A Onda” y “Dentro de mim”.
El cuerpo como obra de arte
Como Cindy Sherman, Helena Almeida utilizaba habitualmente su propio cuerpo (casi nunca su rostro completo) como materia pictórica y fotográfica, a la manera de los creadores del body art y las antropometrías de Yves Klein. Fue a partir de los años 70 cuando orientó su obra hacia la representación retórica utilizando su cuerpo para exponer la relación dialéctica entre realidad y representación, siempre como artefacto transgresor, nunca como personaje ni como autorretrato. Una fotografía casi siempre en blanco y negro que retocaba utilizando colores saturados, como azul cobalto y rojo intenso.
Hizo casi todas sus fotografías en su propio estudio, el mismo en el que de niña trabajaba con su padre, y a veces en su jardín, con su cuerpo como modelo (“Mi obra es mi cuerpo, mi cuerpo es mi obra”, tituló una de sus series) habitualmente vestida con ropas de color negro que aplastan la figura, que se perfila así con mayor nitidez sobre un fondo claro. Utilizaba ese estudio como una manera de documentar el espacio que habitaba, y su cuerpo como una performance, una instalación visual que después congelaba en sus fotografías, como si fueran esculturas efímeras. A través de las diferentes poses de su cuerpo y de sus gestos elaboraba una crítica a la cultura, a las convenciones sociales y al papel histórico de la mujer, como se manifiesta en la serie “Corpus”, en el que se celebra el cuerpo femenino como símbolo de resistencia. “Corpus” fue una de las últimas exposiciones de Helena Almeida en España, en el IVAM de Valencia, en marzo del año pasado.
Ella creaba los ambientes y las atmósferas en las que se situaba para que su inseparable marido Artur Rosa (en “Sin título” aparecen ambos atados por las piernas) disparase la cámara. Entre sus series más destacadas figura la trilogía “Siénteme, Escúchame, Mírame” con la que celebró la llegada de la revolución de los claveles. Su figura desaparece de su obra a principio de los años ochenta, pero vuelve a recuperarla con la serie “Seduzir” y el políptico “Dentro de mi”. En su última serie, “Diseño”, en blanco y negro, su cuerpo vuelve a ser el protagonista total, como culminación del proceso vital y creativo de la artista.