Desde la segunda mitad del siglo XIX, tres etapas cruciales marcaron las relaciones entre Marruecos y España: la guerra hispano-marroquí (Guerra de África o de Tetuán: 1859-1860), la cuestión marroquí en la Restauración española (1875-1912) y la presencia española en Marruecos durante el Protectorado (1912-1956).
El pretexto de la guerra
Hastiados de las provocaciones de las autoridades de Ceuta, los habitantes de la localidad marroquí de Anjra, en las afueras de Tetúan, embistieron contra una garita española. El incidente fue presentado a la opinión pública española como una agresión externa de la integridad nacional que exigiría una expedición punitiva. Era el pretexto buscado por Madrid para tantear la capacidad de reacción del vecino del Sur. Sucesos, aún más graves, nunca fueron considerados como un motivo suficiente para emprender acciones militares contra este país. Recordamos, por ejemplo, el asesinato del Cónsul de España en Mazagan en 1844 o los frecuentes ataques de los presidios por las tribus rifeñas.
Incapaz de convencer a Gran Bretaña y Francia de su propuesta de crear una alianza tripartita para apoderarse de toda la costa mediterránea de Marruecos, España emprendió en solitario la guerra contra las comarcas limítrofes de Ceuta. El general Leopoldo O’Donnel y Jorris, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, consiguió sin mucha dificultad el apoyo unánime de las Cortes que aprobaron La Declaración de Guerra a Marruecos, el 22 de octubre de 1859. Gracias al apoyo de los grupos de intereses, el gobierno desempeñó durante dos meses una campaña para convencer a la opinión pública de la viabilidad de “lavar el honor nacional”.
Calificando de cruzada la acción contra Marruecos, se aferró a la fibra sentimental para poder movilizar a 50.000 hombres para ir a la guerra.
Con los primeros movimientos del ejército desde Ceuta en dirección del territorio marroquí, las hostilidades empezaron oficialmente el 19 de noviembre de 1859. Un ejército irregular de 25.000 hombres, reunidos de improvisto por el Majzen para defender las fronteras nacionales, pudo resistir dos meses a los intensos ataques de los militares españoles. Tetuán fue ocupada el 6 de febrero de 1860 después de “una campaña sin gloria”. Aun así, 8000 soldados españoles de los 50.000 movilizados, perecieron en el campo de batalla, por las enfermedades o el cólera.
Para evitar la progresión del ejército español hacia Tánger y la anexión total de Tetuán al presidio de Ceuta, los ingleses intervinieron finalmente para amparar la firma de un acuerdo de armisticio, el 23 de marzo de 1860. Un mes más tarde, se rubricó el Tratado de Wad Ras el 26 de abril de 1860. El nuevo sultán Sidi Mohamed (1859-1873) accedió a conceder un puerto en Santa Cruz de Mar Pequeña, que la diplomacia española confundió con Santa Cruz de Aguer (puerto de Agadir).
La guerra de Tetuán, o “Guerra de África” como se denomina en los manuales de historia, permitió a España afianzar su presencia en la otra orilla del Estrecho como virtual potencia en la zona. A pesar de la aplastante victoria militar, la decepción de la opinión pública fue enorme por quedarse con “una guerra grande y una paz chica”. España debía asumir al final el “triste papel” del gendarme de Europa mientras Gran Bretaña se benefició de grandes ventajas económicas. Como la evacuación de Tetuán estaba condicionada al pago íntegro de las indemnizaciones de guerra, el Majzen (sistema de representación del poder del Palacio) estaba confrontado a dos problemas: sus arcas disponían únicamente del 40 % del total del pago de la indemnización exigida, y la situación interna estaba a la merced de una imprevisible insurrección tribal. El miedo de anexar y cristianizar Tetuán por O’Donnell, se adueñó de la población marroquí. Tetuán será evacuada el 6 de mayo de 1862 gracias a un préstamo británico.
La campaña militar española tuvo además para Marruecos unas repercusiones más profundas que las de la batalla de Isly, en la región de Uxda (14 de agosto de 1844) contra el ejército francés. Con el pretexto de proteger sus circuitos comerciales, reconocidos en los tratados bilaterales, las potencias europeas tuvieron así la oportunidad de preparar el terreno para la colonización de Marruecos. Por ejemplo, los españoles, que disponían de ventajas reconocidas en los acuerdos concluidos entre 1767 y 1799, reclamaban el derecho de pesca en las costas del Norte de Marruecos y la protección de sus posesiones territoriales de Ceuta y Melilla. Para afianzar su presencia en el Mediterráneo occidental, España se apoderó en 1848 de las islas Chafarinas. Estaba además atenta a las ambiciones hegemónicas que tenían otras potencias europeas en el mundo arabe-musulmán.
Enlaces:
[…] España y Marruecos: siglo y medio de desencuentros (2) […]