Desde la segunda mitad del siglo XIX, tres etapas cruciales marcaron las relaciones entre Marruecos y España: la guerra hispano-marroquí (Guerra de África o de Tetuán: 1859-1860), la cuestión marroquí en la Restauración española (1875-1912) y la presencia española en Marruecos durante el Protectorado (1912-1956).
Franco con Millán Astray en 1926. Fotografía de Bartolomé RosLa cuestión marroquí en la memoria colectiva
La firma del Tratado de Paz y Amistad de Tetuán (25 de abril de 1860) para poner fin a la Guerra de Tetuán; el paréntesis del Protectorado español y la devolución de los territorios de Tarfaya (1958), Sidi Ifni (1969) y el Sahara (1975) acreditan la perennidad de los roces entre los dos países. El interés colonial de España por Marruecos empezó en el siglo XIX como una emulación de la política de expansión militar de Francia en África del Norte y el deseo de llevarse una parte del pastel en el reparto de África. España ya había justificado la ocupación del archipiélago de las islas Chafarrinas, en 1848, por el deseo de crear en el Norte de Marruecos una zona de influencia. Nueve años más tarde, la guerra de Tetuán fue un elemento clave en la ecuación marroquí. El pago de las indemnizaciones de guerra exigidas por España llevaría medio siglo más tarde a la pérdida por Marruecos de su independencia.
Tras la pérdida de las posesiones territoriales en las Antillas y en las Filipinas, el vecino del Sur estaba en el punto de mira de los intereses económicos de España. Conscientes de la ausencia de una política exterior en el Mediterráneo musulmán, los sectores colonialistas apoyaron una penetración pacifica en Marruecos después del abandono de Cuba en 1898. Señalamos tres factores que intervinieron en la toma de esta decisión: la busca de mercados, la expansión francesa en el Norte de África y las consecuencias de la revolución industrial en Europa.
El apoyo prestado por Marruecos al emir Abdelkader, líder de la resistencia argelina a la ocupación francesa, fue el pretexto ideal para que la armada francesa aplastara al ejército marroquí en la batalla de Isly el 14 de agosto de 1844, y, posteriormente bombardear Tánger y Esauira, en los días 6 y 15 de agosto de 1844. Todos estos actos bélicos fueron suficientes para desvelar las carencias del ejército del reino de Marruecos. La firma del Tratado de Lalla-Maghnia, el 18 de marzo de 1845, que puso fin a las hostilidades, determinó el primer trazado de la frontera entre Argelia y Marruecos. Una de las consecuencias de esta guerra era la pérdida por Marruecos de su estatuto de imperio y última torre de defensa de los valores del Islam en Occidente desde la edad media.
El auge de la industrialización de la orilla norte del mediterráneo incitó, más tarde, a los negociantes y mercaderes de Gibraltar, Marsella y Manchester a instalarse en los puertos de Larache, Mazagan (Al Yadida) y Anfa (Casablanca). En estas circunstancias, se firmó en 1856 un convenio que otorgó a Inglaterra una serie de ventajas aduaneras.
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