El número de errores judiciales descubiertos alcanzó un record en Estados Unidos en 2013, según el informe anual publicado por el Registro Nacional de Exoneraciones. En ese año, 87 personas encarceladas fueron declaradas inocentes de los delitos por los que se les había condenado y en el 38% de los casos los testigos oculares fueron responsables de la sentencia condenatoria. Samuel Gross, profesor de derecho en la Universidad de Michigan y uno de los autores del informe, ha manifestado que “los casos conocidos son sin duda solo una pequeña parte de los errores que la mayoría de las veces nunca se descubren”.
Una de las lecciones que se extraen del informe, siempre según el autor, es que “muchas veces, personas que se declaran culpables son inocentes. ¿Por qué lo hacen? En general porque tienen miedo de que negándolo les condenen a penas mucho mayores, e incluso a muerte”.
En estados Unidos, el 95% de las condenas son el resultado de que el acusado se ha declarado culpable. Los errores cometidos por testigos oculares de los hechos son responsables del 38% de las sentencias de culpabilidad, mientras que en el 46% se pueden achacar a los investigadores judiciales.
En el informe destaca el caso de Reginald Griffin, condenado a muerte en Misuri, que en 2013 fue declarado inocente después de pasar 25 años en el corredor de la muerte y que eleva a 143 el número total de condenados a muerte posteriormente exculpados, a nivel nacional.
En este caso, como en la más de la mitad de los estudiados (56%), la causa de su detención y condena estuvo en un falso testimonio.
Hasta ahora yo creía que errores como los mencionados eran mínimos considerando la evolución de la criminalística que tuvo m/m los siguientes hitos: ordalías, Dios es el que señalaba al culpable (Edad Media, incluyendo por ej. meter la mano en agua hirviente, curar con agua bendita, si no había infección significaba inocencia y si se presentaba infección era culpabilidad demostrada por Dios, irrefutable); predominancia de la prueba de testigos (los testigos nos dicen quien es al autor, culpable, etc.); prueba de indicios (lo más moderno, ya no es Dios el que demuestra la inocencia o culpabilidad, tampoco los testigos son definitivos; son las pruebas objetivas, indicios, las que definen: huellas digitales, gotas de sangre, informes forenses, ADN, etc.).
Si eso ocurre en los EE.UU., que tendrá defectos pero es un estado mucho más transparente en lo judicial que un buen número de otros países; que nos queda. ¿Cuántos están sufriendo y hasta han muerto y mueren por errores que ni siquiera sabemos en todo el mundo?
Para el caso chileno -mi país- el asunto es peor. Basta que cualquiera sea acusado de algo (especialmente si son asuntos sexuales y si el personaje es famoso o público) para que mediáticamente sean tratados desde el primer segundo como CULPABLES absolutos. Antes que la Justicia haya logrado nada, el fulano (a) ya está «muerto» ciudadanamente por efecto de una publicidad arrasadora que no le da ningún beneficio de la duda o de principio de inocencia consagrado legalmente.
Son demasiadas las personas que pasan meses de cárcel (detención preventiva), exposición mediática, y que, resulta que al final o eran inocentes o en rigor lo efectuado fue algo muchísimo menor; pero en medio ya perdieron su trabajo (despedidos el primer día), su familia se desintegró y quedaron con un estigma para siempre.
En contraste los delincuentes comunes entran y salen muy rápido en el sistema, lo que a la chilena se ha dado en llamar «la puerta giratoria».
A lo mejor todo esto también explica parte del incremento de las tasas de suicidio en Chile.