Algunos pensamos como Forges que la sonrisa es la distancia más corta entre las personas
Dentro de esta vorágine seudo o sado económica de desahucios, participaciones preferentes y escraches varios en que nos hayamos instalados, a veces es posible encontrar un pequeño rayo de luz al que asirse para seguir adelante. Como esa pequeña pero gran noticia en forma de chiste de ese maestro del humor que es Forges, Antonio Fraguas, para más señas. Dice y cuenta el Forges en su chiste diario en El País publicado ayer, dedicado a los que peinamos canas o lucimos espléndidas calvorotas, llevándonos a los tiempos de la Monroe, la eterna Marilin de nuestros sueños, que precisamente ayer se cumplieron 49 años de la publicación de su primer chiste.
Y lo primero que hay que hacer, como colega de profesión y “veedor” o “mirador” empedernido de sus chistes, es felicitar a Forges no por su cumpleaños, sino por su cumpletrabajo. Porque llevar 49 años haciendo humor, y además viviendo del oficio, no es ya poner una pica en Flandes, sino una pirámide en el Keops de esta tierra de María Santísima. Y después de felicitarle, agradecerle el hecho de que se haya dedicado a hacer reír a la gente, porque algunos pensamos que la sonrisa es la distancia más corta entre las personas, sobre todo en los tiempos que corren, cuando por estos pagos nos miramos a veces a cara de perro, a punto de escupir por el colmillo.
Pero es que el Forges, además de humorista es un poeta, un filósofo, un historiador, un maestro del bien hacer desde la óptica de la sonrisa. Sus chistes con historias diarias contadas en cuatro garabatos; pero historias tan verdaderas, tan directas como las que cuentan esos filósofos engolados que a veces nos dan la vara con sus ripios. Son historias con sus personajes a flor de piel, a ras de tierra, de andar por casa, como esas viejas de pueblo que filosofan acerca del diario acontecer, o ese Mariano enjuto con su Concha metida en carnes con el que algunos nos identificamos, o ese Blasillo y sus colegas que nos dicen cómo está de chunga la cosa de la juventud, o esos banqueros de puro en ristre que para adelgazar la nómina del personal le piden el oficinista que se corte una pierna, o esos mendigos que desde una solitaria isla de tres metros son capaces de hacernos reír.
Y lleva el bueno de Forges 49 años en la brecha, tiempo sobre el que algunos le hemos seguido la pista desde hace décadas, ya fuera en La Codorniz, Hermano Lobo, Por Favor y tantos otros papeles del humor. Recuerdo que uno de sus libros me jugó no una mala pasada, sino una mala cachondada, de estas que acostumbramos por la Villa y Corte de Madrid. Había escrito Forges un libro titulado “Informática para torpes”, y raudo fui a la Casa del Libro a comprar un ejemplar, ya que me venía como anillo al dedo, habida mi inoperancia en la cosa informática. Como el título te identifica de entrada, le dije al librero en un tono bajito: “Oiga, quiero comprar el libro del Forges”, a lo que el sujeto me respondió en voz alta, para que lo oyera todo el mundo: “¡Ah, sí, usted lo que quiere en el libro de ‘Informática para torpes’. Ahí en ese rincón esta. Ya han venido muchos como usted!”. La verdad es que todavía no sé si me estaba llamando torpe o que habían ido muchos a comprar ejemplares.
Hace tiempo el Forges nos dedicó un chiste a los jubilados que andamos metidos en 40 cosas, algo que debe ser muy normal, ya que algunos estudiosos en la materia empiezan a denominar la cosa como “síndrome del jubilado”. En la viñeta en cuestión, el Mariano jubilado de turno comenta: “No me acuerdo si tengo dentista a las 12 y luego psicólogo, pilates y taichí… o llevar el coche al taller, clase de salsa, arte floral, urólogo y manualidades…”, a lo que su sempiterna Concha le responde: “Deberías jubilarte de la jubilación, sugiero”.
Gracias, Forges, maestro, por hacernos reír, pensar, cavilar, darle al cacumen desde la óptica del humor. Feliz cumpletrabajo en este tu 49 aniversario. Y que cumplas muchos más tan lozano y buen mozo como siempre.