Frances Ha, una estimulante película encuadrable en lo que conocemos como “cine independiente” estadounidense, es sobre todo un magnífico trabajo de interpretación de una casi desconocida actriz llamada Greta Gerwig, de quien los textos promocionales dicen que es “la chica de moda” y “la Meryl Streep del mumblecore”.
El mumblecore – bautizado así por un técnico de sonido para quien los actores “más que hablar lo que hacen es murmurar las frases”- es una variante del cine independiente de Estados Unidos nacida con el siglo XXI y cuyas producciones se caracterizan por ser muy baratas (con frecuencia rodadas en digital), abordar temas relativos a las relaciones entre personas de 20/30 años (edad en la que se encuentran sus autores e intérpretes), improvisar gran parte de los diálogos y utilizar actores no profesionales.
El mumblecore hace de la falta de medios “un signo de distinción ético y estético” y efectúa su distribución por canales alternativos”. La corriente – que mezcla “técnicas de la tele-realidad con nuevas olas sesenteras y el indie de los años 1990”- lleva menos de una década produciendo películas con poco dinero, mucha improvisación y resultados a veces más que sorprendentes. Y, como no podía ser menos, está a punto de desaparecer, o al menos “integrarse”, fagocitada por la industria que empieza a proponerla como un género más, incorporado al repertorio tradicional.
Fraces Ha –película perfectamente asimilable al mumblecore, que se estrena en las salas comerciales españolas el 14 de marzo de 2014- está realizada por el director y guionista Noah Baumbach (Una historia de Brooklyn) y protagonizada en plan estrella absoluta por Greta Gerwig; pareja también en la vida real y coautores en el guión que, al menos en este caso, ha dado un resultado más que satisfactorio con excelentes resultados estéticos.
Fábula moderna sobre la juventud, la amistad, la ambición, la lealtad y el optimismo, Frances Ha es la película de una generación, con su ropa, su música, su Nueva York caleidoscópico y su presente, en gris muchas veces borroso. El realizador, Baumbach, es un joven inteligente y dotado y la protagonista, Greta Gerwig, una chica encantadora, camaleónica, llena de facetas, descendiente directa de la mejor Diane Keaton y siempre un soplo de aire fresco en la pantalla.
Frances, una joven de 27 años inclasificable, vive en Nueva York (la ciudad en blanco y negro es el decorado principal de toda la película) en principio con una amiga, después en apartamentos prestados, y tiene un trabajo como aprendiza en una compañía de danza. Frances está buscando su lugar en el mundo, vagabundea por la ciudad y pasa de unos amigos a otros: cada uno de los cambios representa una nueva fase en su vida al tiempo que desaparece alguna de sus ilusiones.
Mágica, alegre y melancólica, salpicada por momentos de euforia, e incluso de humor –si bien se trata de un humor atípico-, Frances Ha es una especie de odisea iniciática de esa adolescencia tardía que ya podemos considerar implantada en las sociedades desarrolladas, que no consigue llegar de ninguna manera a la edad adulta (“Todavía no soy una auténtica persona”, dice Frances intentando definirse) y que lleva camino de eternizarse por falta de expectativas y futuro. El Ha de su apellido, que en realidad son solamente las dos primeras letras escritas en el buzón, es una prueba más de que el personaje “no está terminado”.
Especie de cuento moral y comedia neoromántica, con muchos guiños al cine europeo, más concretamente francés y de la nouvelle vague (del que el realizador siempre se ha considerado admirador y heredero), y al mejor Woody Allen, el de Manhattan.
Y en el trasfondo de Frances Ha, la pregunta que la humanidad viene haciéndose “al menos desde Ulises: ¿cómo sabe uno cuando ha llegado a su casa, al lugar que le corresponde?”