Cual si de una nueva plaga de Egipto se tratara, ha hecho su aparición sobre la faz de la tierra la sombra de un personaje político que en menos de un mes ha convulsionado el devenir diario de pueblos, ciudades, países, continentes. El dueño de esa efigie responde al nombre de Donald Trump, y es en estos momentos el hombre más poderoso de la tierra, al tiempo que gobernante del país más poderoso del mundo, Estados Unidos.
Nunca como hasta ahora se había hablado o escrito tanto, y a todos los niveles, sobre un presidente de cualquier parte del mundo. El huracán Trump ha irrumpido en tromba en la vida de millones de personas de diferentes partes del planeta, en cualquier latitud, y no hay medio de comunicación que pueda evadirse de una realidad que está ahí, latente, las 24 horas, día y noche. Y es que, si nos atenemos a sus palabras, ha dado motivos más que suficientes para convertirse en el paladín de la verborrea planetaria, derramándola, tuit tras tuit, a través de 140 caracteres.
Este nuevo sherif del pueblo planetario no ha ahorrado palabras para atacar a todo lo que se moviera: sin ir más lejos, los periodistas, según sus palabras, debemos ser algo así como los seres más despreciables que existen en el mundo, llegando incluso a mofarse en una rueda de prensa de un colega discapacitado, o privándoles de la palabra a otros: Los inmigrantes parecen ser una plaga con la que hay que acabar, ya sea levantando muros en la frontera o prohibiéndoles aterrizar en suelo norteamericano, aunque se tenga doble nacionalidad: Los mexicanos, una hez de la peor calaña, traficantes de drogas, vagos y maleantes; los ciudadanos de siete países árabes, unos proscritos porque al parecer, y según su rasero de medir, son malos por principio.
Todo eso, y algunas cosas cosas más, vienen a conformar la magra cosecha de menos de un mes de presidencia en la Casa Blanca de los Estados Unidos de un Donald Trump multimillonario él, con miles de millones de dólares en sus alforjas al tiempo que negocios en ctorce países. Un hombre que para llegar a ser uno de los grandes multimillonarios empezó por ocultar su origen, alemán, diciendo que era sueco para así poder hacer negocios inmobiliarios con los judíos norteamericanos… Sin darse cuenta, o querer admitir, que el país que ahora gobierna está formado por inmigrantes de muchas partes del mundo.
Frente a un hombre de semejante calibre, y siendo como es el político más poderoso del mundo, con una megalomanía que le rezuma por los cuatro costados, la única fórmula posible que le queda a una Unión Europea a la que pertenecemos los 27 países de este lado del charco es la de fortalecerse y, de esta manera, haciéndose más fuerte prepararse para lo que se nos viene encima, posiblemente no tardando mucho. Siempre se ha dicho que la unión hace la fuerza, y 500 millones de personas que conformamos esta UE es algo a tener en cuenta a la hora de la verdad, por muy poderoso que se sea.
Porque ante un mundo globalizado, con intercambios comerciales a nivel mundial como los existentes, el presidente Donald Trump intenta poner pegas, grabar con aranceles a todo lo que llegue a su inmenso país, sin darse cuenta de que son cientos, miles de empresas norteamericanas las que faenan por ejemplo en esta Unión Europea a la que él le presta tan poca atención, excepto para alegrarse de la salida, a través del Brexist, del Reino Unido. Junto a ello, ha tenido tan poca delicadeza que ha intentado colocarnos como embajador en Bruselas a un político de su cuerda que ha augurado que el euro desaparecería en 2018, no disimulando para nada su animadversión con la UE.
Una Unión Europea en la que hasta la fecha, además de Bruselas, solamente dos políticos han tenido la valentía de decirle las cosas claras a Donald Trump en cuanto al respeto a los derechos humanos y a nuestra identidad como europeos se refiere: la canciller alemana Angela Merkel, y el presidente francés, Françoise Hollande. En cuanto al presidente español se refiere, Mariano Rajoy, tras su conversación telefónica lo que nos ha llegado es que ha preferido permanecer de perfil, como acostumbra. Es cierto que Estados Unidos es un país muy importante en todos los sentidos, al que hay que tener en cuenta, pero también lo es que un gobernante debe saber estar en todo momento a la altura de las circunstancias. Porque puede resultar interesante ofrecerse como interlocutor de América Latina, África y otras partes del mundo, pero lo primero y principal es serlo de las ideas propias de cada uno, que se le suponen las mejores.
Y mientras todo esto sucede en esta Unión Europea que debe apretarse los machos y estar cada vez más cohesionada, unida, porque el vendaval Trump está a la vuelta de la esquina, resulta que surgen unos nacionalismos que, mirándose al ombligo de una identidad que consideran el sumsum corda, pretenden crear un nuevo orden nacional, como es el caso de Cataluña. O una extrema derecha como la de la francesa Jean Marie Le Pen, que hablando en nombre del pueblo pretende moldear una nueva Francia a su imagen y semejanza. O los alemanes de Pegida, racistas como son, además de peligrosos… O una Hungría que en lugar de aproximarse hacia el seno europeo pareciera que se alejara cada día más…
Ante semejante panorama, lo que paree quedar meridianamente claro es que mientras galgos y podencos dirimen sus cuitas, el mastín está a lo suyo… Por eso, y por lo que pueda pasar, frente al sujeto activo Trump solo cabe más Unión Europea. Por la cuenta que nos tiene.