Ileana Alamilla[1]
En Guatemala muchas de nuestras casas están con candados, nuestros barrios bajo asedio, las tiendas y negocios con barrotes, las colonias con garitas y nuestra Patria cercada por muros de incertidumbre y temor; las percepciones de inseguridad son generalizadas, aunque las cifras que reportan las autoridades no coincidan. Las noticias nos mantienen en estado de alerta y desconsuelo.
Tememos a los motoristas, así sean los sacrificados repartidores o los trabajadores que, apurados, aceleran, se nos atraviesan y se arriesgan, y encima creemos que nos van a asaltar. Los atracos en motos son frecuentes. Circulan en redes sociales alertas de las nuevas modalidades de asalto. Nos da miedo quedar en medio de un tiroteo. Nos aconsejan cómo prevenir un secuestro exprés. Las extorsiones arrebatan la tranquilidad, los bienes y la vida a las personas. Los grupos criminales son sanguinarios.
Los pilotos de buses ya no quieren dedicarse a ese peligroso oficio. Son frecuentes los paros de camionetas en detrimento de miles de usuarios. Los asesinatos en su contra no han sido controlados. Las personas temen transitar en lugares oscuros o en las “zonas rojas”. Es tanto lo que nos asusta que el ingenio chapín ya hizo una oración al santo preferido para que nos salven.
Y es a todos estos delincuentes que la Policía Nacional Civil (PNC) debe combatir, siendo la encargada de brindar seguridad; sin embargo, no goza de la confianza de la población, necesaria para ser exitosa en su labor. Durante años se ha trabajado en el fortalecimiento de esa institución. En ocasiones ha sido relegada de las prioridades de los gobiernos, con escasos recursos asignados, lo que determina que la labor se efectúe en medio de precariedades.
Son constantes las críticas a los policías y efectivamente se han reportado varias detenciones por delitos y faltas y sanciones a malos elementos. Depurar una institución es una tarea titánica, sobre todo en una realidad como la nuestra. Pero no es solo en la PNC donde se debe proceder. Otras entidades del Estado también están contaminadas. Se afectó la función pública y se ha debilitado la mística en el servicio.
No hay una valoración de los esfuerzos que se están haciendo para depurar la PNC y por profesionalizarla, ni interés por conocer más de las funciones estratégicas que deben desarrollar y que son vitales para un país, entre ellas la investigación. El personal tiene que estar a disposición, con largas jornadas de trabajo, arriesga su vida para proteger la nuestra; el año pasado, 18 agentes fallecieron en servicio; este año van 10.
En diciembre pasado, 2128 agentes se graduaron; 314 son mujeres. Actualmente se cuenta con 36 892 integrantes; 5474 son mujeres; 655 están asignados a la seguridad de funcionarios. La PNC tiene 14 unidades especializadas, entre ellas las Fuerzas Especiales de Policía, la División Especializada en Investigación Criminal, el Gabinete Criminalístico, la División de Puertos, Aeropuertos y Fronteras; la de Policía Internacional y la División contra el Desarrollo Criminal de Pandillas, la cual, con las nuevas disposiciones regionales, cobra una importancia capital.
Mientras como sociedad no apreciemos la función pública, no contribuiremos a construir un mejor Estado, porque personas calificadas e idóneas no quieren asumirla. Trabajar para el Estado debe ser un orgullo y un privilegio, es dedicarse a servir a la sociedad, que es quien paga su salario. Requiere vocación de servicio, mística, honestidad, ética, capacidad y responsabilidad. Pero también merece el reconocimiento ciudadano, sin el cual no puede dignificarse.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.