Ileana Alamilla[1]
En Guatemala tenemos muchas razones para estar inconformes con nuestro sistema, con los gobiernos que llegan al poder y se olvidan de la elocuencia con que aseguraron que iban a dar respuestas a las demandas sociales. Vivimos en una gran prisión, entre barrotes, candados, alambres, con miedo diario de salir a la calle o de recibir llamadas telefónicas, pues nuestra seguridad y nuestra vida y la de nuestros seres queridos van en ello. Damos y recibimos la recomendación “con cuidado”; y los creyentes “Que Dios te acompañe”.
En algunos casos las viviendas están custodiadas por guardias privados, en otros las colonias han puesto obstáculos para las entradas o garitas de seguridad, o sea impedimentos y regulaciones para entrar a nuestros barrios. Tenemos miedo de los guardaespaldas que cuidan a otros, pues podemos ser víctimas de las armas que portan. Tememos las actividades sospechosas de algunos vecinos.
En las calles vamos con temor de que nos asalten, ya sea a pie, en camioneta o en carros. Los delincuentes están por todos lados, nos atacan, rompen vidrios de los carros, nos roban las pertenencias, se roban los vehículos, sacan las baterías de los autos; nos despojan de lo que portamos, llegan a las casas y a los pequeños negocios a pedir extorsión. Muchas personas han preferido abandonar sus viviendas antes de ser asesinadas por esos bandoleros, lo que implica perder lo que con tanto esfuerzo les ha costado adquirir, desarraigarse de sus lugares cotidianos de vivienda, de sus amigos y buscar una seguridad en otro lado, que difícilmente van a encontrar.
Los valientes y admirables se arriesgan a presentar las denuncias de las llamadas de los extorsionistas que pueden realizarlas por centenas desde las prisiones. La odisea de denunciar es interminable, dadas las múltiples cabezas del monstruo burocrático.
Las noticias diarias son horribles, asesinatos a mansalva, cadáveres desmembrados, secuestros; maridos que humillan, golpean y asesinan, descendientes que matan a sus progenitores, mujeres y niñas que son secuestradas y violadas.
Hemos conocido hechos que horrorizan, protagonizados por mujeres que fueron condenadas por haber participado en el desmembramiento de una menor en la zona 18 y en el secuestro de un niñito de 8 años, a quien le cercenaron el dedo con una tijera de jardinería, con la exigencia de Q34 mil de rescate.
Investigaciones han revelado que los victimarios en el país se caracterizan por ser hombres, jóvenes y de áreas urbanas. El 66% tienen entre 18 y 26 años de edad. Las sentencias han sido en su mayoría por asesinato, violación, homicidio y extorsión.
La población juvenil en riesgo se define por personas que, debido a diversos factores que han afectado sus vidas, tienen comportamientos que son dañinos para sí mismos y para sus comunidades. Algunas características de riesgo son: vivir en áreas pobres urbanas o periurbanas; exposición a altos niveles de violencia intrafamiliar; baja calidad en la educación, lo cual les autoexpulsa del sistema; dificultad para conseguir empleos; desempeñar un rol “adulto”, a una edad más temprana que otros jóvenes; y el consumo de drogas.
Las muertes violentas, extorsiones y delitos contra el patrimonio son los hechos que más afectan a la población. El 70% de esos crímenes es cometido con arma de fuego.
Esta es nuestra realidad, no es normal vivir entre toda esta violencia desenfrenada, brutal y despiadada. Realistamente, las soluciones son complejas y de largo plazo, pero ¿estaremos dando pasos en ese camino?
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.