Hijo de Caín, un enrevesado thriller rodado en Tarragona por Jesús Monllaó (quien con esta película ha hecho su entrada en el cine de formato grande), consiguió el Premio Asecán a la mejor opera prima en el reciente Festival de Málaga.
José Coronado y los actores catalanes Julio Manrique (también director artístico del Teatre Romeu de Barcelona) y María Molins (Premio Gaudí de interpretación femenina por El Bosc), junto a un niño psicópata, David Solans, y un par de niñas que son sus víctimas, protagonizan esta historia sacada de la novela Querido Caín, de Ignacio García Valiño, que llega a los cines comerciales el 31 de mayo de 2013. Completa el reparto Jack Taylor (La novena puerta)
Nico Albert (David Solans) es un adolescente “rarito” de inteligencia excepcional y una única obsesión: el ajedrez. Carlos (Jose Coronado) y Coral (Maria Molins) -matrimonio burgués de clase media alta con relaciones en el mundo de las finanzas y lujosa vivienda acristalada (por cierto, creo que he visto esa misma vivienda unifamiliar en alguna otra película)-, preocupados por su hijo, contratan al psicólogo infantil Julio Beltrán (Julio Manrique). A través de la terapia y de la común afición al ajedrez, Julio se adentrará en el inquietante mundo de Nico y en las complejas relaciones de esta familia aparentemente modélica. Descubrir la verdad a tiempo será la única opción para evitar que la esencia del mal acabe dominando sus vidas.
Por lo oído, la película es también una reflexión sobre el poder y quienes lo detentan: «El poder es saber los puntos débiles del otro y hay personajes que creen conocerlos», ha afirmado el director refiriéndose al juego del ajedrez como metáfora de la estructura de la sociedad.
El chaval es un mal bicho; su padre pretende emplear con él métodos autoritarios que siempre fracasan; la madre, más tolerante, es una sufridora nata. El psicólogo se cree en posesión de la verdad y lo fastidia todo. El resto de los personajes son como adornos de una historia que se aguanta. Todos tienen un lado oscuro, todos parecen recién salidos de una clandestinidad cuanto menos anímica.
Al parecer, lo que preocupaba al realizador era demostrar que hay “cosas que no se pueden explicar desde el punto de vista médico”. Naturalmente, y mucho más cuando un problema mental no lo trata un médico sino un psicólogo, profesional que merece todos mis respetos cuando no se mete en camisas de once varas.