Que la filmación de películas, series de televisión o documentales es un invento mágico es de todos conocido, ya que nos hace soñar, evadirnos de la realidad, transportarnos a mundos de ficción, crearnos a nuestra medida el personaje con el que siempre hemos soñado. Pero hay que decir que de esta magia el espectador solo conoce una parte, la que la cámara se encarga de mostrar.
Sin embargo existe otra totalmente desconocida, pero que de alguna manera viene a conformar el todo de la profesión. Puede tratarse de tomas falsas, historias entrañables, anécdotas sobre el terreno, peripecias en el set de rodaje u otros múltiples incidentes. Todo esto viene a constituir la otra cara de la profesión, el anverso de la moneda llamada actor, actriz, bailarín. Conocer algunas de ellas ayudará al espectador, en este caso al lector, a penetrar en los entresijos de una profesión a la que tantos pertenecemos y que seguimos arrastrando nuestra carreta de ilusiones en el viaje a alguna parte.
Decía el director y actor Emilio Aragón en una entrevista que para hacer la película Pájaros de papel se inspiró en historias que había ido oyendo a lo largo del tiempo en casa de sus padres, o mientras rodaba series, o entre amigos. Y esto es lo que ha ocurrido también a la hora de dar vida a este texto, en el que quedan reflejadas algunas historias que me han ido contando diferentes compañeros de profesión. Son historias, anécdotas, ocurridas detrás de la cámara, las que nunca verá el espectador, pero reales como la vida misma. Podría decirse que son las tomas falsas de la profesión.
Actor esposado sin poder quitárselas al estar viejas y oxidadas
La primera de las historias me la contó un colega llamado Aurelio Toledo, y después de conocerla podría decirse, una vez más, aquello de que la realidad supera a la ficción. Se trata de un trabajo en el que participó en una película y en el que, por cosas de la profesión, un actor se quedó esposado durante horas sin poder quitárselas porque no encontraban las llaves para abrirlas. Pónganse en trance, e imaginen la escena, que tiene su gracia. “El trabajo consistía en el rodaje de una escena de un robo que tenía lugar en un banco del pueblo madrileño de Coslada -escribe Aurelio-. Me visten de policía, y el primer problema fue que, al ser yo tan cabezón, la gorra no me entraba, por lo que me la tuvieron que cortar por detrás. La escena consistía en que unos tipos estaban robando en un banco y yo tenía que pasar al local acompañado de otros policías y detener a los ladrones, poniéndole las esposas al actor principal. Pasamos dentro, y al poco tiempo aparezco en la puerta del banco sujetando los brazos al actor protagonista. Cojo las esposas que llevo en mi cintura y le sujeto el brazo para ponérselas, como hace la policía, dándole un golpe en la muñeca con las esposas, que automáticamente se quedan cerradas.
Pero resulta que las esposas que me dieron los de atrezo no las habían probado, ya que eran viejas y estaban oxidadas, por lo que la parte que tiene que girar estaba agarrotada, detalle que no habían tenido en cuenta, y así, al darle el golpe seco en la muñeca le produjo un corte bastante profundo, saliéndole sangre y produciéndole fuertes dolores. Después de hacer la primera cura al actor me dan otras esposas que ya funcionaban bien, y la escena salió correctamente.
La historia no acabó aquí, sino que la sorpresa vino después, cuando vinieron los de atrezo a recoger todos los utensilios utilizados en esa escena porque resulta que tenían tantas llaves de esposas que, entre ellas, no encontraban las que abrían las que llevaba puestas el actor de marras, que lógicamente seguía esposado. Y al ser las esposas de acero no había manera de forzarlas y romperlas. Ante semejante percance hubo que pedir ayuda a una comisaría, presentándose varios policías en sus motos para ver si entre sus llaves había alguna que abriera las esposas que seguían en las muñecas del actor pero, como eran tan antiguas, no servía ninguna. Lógicamente el actor no podía seguir grabando con las esposas puestas, había que quitárselas como fuera, por lo que la solución final consistió en llamar a un cerrajero que se presentó con una radial y con muchísimo cuidado fue cortándolas, ya que se calentaban y podían quemarle la muñeca”.
Yendo de Legazpi, conquistador de Filipinas, acompañado de chinos
La segunda historia vivida en directo que cuenta este actor es aún más alucinante que la anterior. Porque la verdad es que tener la oportunidad de interpretar al personaje del conquistador de Filipinas, Miguel López de Legazpi, no se da todos los días. Máxime, si tienes que desplazarte en avión a aquellas lejanas tierras, volando sobre los mares rodeado de chinos, o filipinos, ya que no sabría diferenciarlos.
“Estaba rodando un capítulo de la serie Cuéntame en el hotel Palace, de Madrid, y al terminar de interpretar el papel me llaman por teléfono diciéndome que quería verme un director de cine. Cuando llego a su despacho, nada más verme, me suelta: “Usted es la persona que yo estoy buscando para hacer el papel de Legazpi”, enseñándome al tiempo una foto por la cual compruebo que, efectivamente, soy como un hermano gemelo del conquistador de Filipinas. Me pregunta si estoy dispuesto a viajar, nada menos que a Filipinas, respondiendo por mi parte afirmativamente. ¿Quién puede negarse a hacer un trabajo así? A los pocos días recibo en mi casa los billetes de avión para viajar, dispuesto a enfrentarme a lo que fuera.
De esta manera, a las cinco de la mañana del día indicado estaba en el aeropuerto de Barajas de Madrid, imaginando que habría alguien de la productora en dicho aeropuerto para informarme de los detalles y que formaría parte del equipo de rodaje que se iba a desplazar, pero resulta que me encuentro solo, porque el resto del equipo ya estaba en Filipinas trabajando en la película. Ante esta situación monto en un avión que me llevaría a París, donde debía hacer un transbordo a otro avión que me llevaría a Manila. Como era la primera vez que hacía un viaje de este tipo, me encontraba en el aeropuerto parisiense sin saber qué tenía que hacer y dónde estaba el avión que me llevaría a la capital filipina. Como nadie hablaba español y yo no sabía qué hacer me encontraba solo en el pasillo, hasta que una azafata viéndome los billetes me indica dónde estaba la sala para coger mi vuelo, encontrándome en el punto de embarque con que todos los pasajeros eran chinos, menos yo.
Después de tan largo viaje yo esperaba que a mi llegada a Manila alguien de producción me estuviese esperando en el aeropuerto, como suele ser habitual, pero resulta que no había nadie. Intentando buscar alguna salida a mi situación en aquella jungla de orientales, veo por los pasillos del aeropuerto una pancarta que ponía: “Aurelio Díaz-Toletum”, así, escrito en latín. De la alegría que me dio salgo corriendo hacia la persona que llevaba la pancarta, que por cierto era un enano, lo cojo en brazos levantándole y él, agitando los brazos, comienza a darme patadas y a decirme que lo bajara al suelo. Imagino el número que se montaría en el aeropuerto, viendo a un occidental que era el mismo retrato del conquistador de Filipinas levantando a un enano en brazos…
Transcurrido este percance me meten en un coche 4 X 4, y después de catorce horas de vuelo, estando ya reventado y muerto de sueño, me llevan en un viaje de más de tres horas a través de la selva hasta llegar a unos hangares de la Segunda Guerra Mundial, donde me visten de Legazpi con la indumentaria del conquistador hacia las nueve de la mañana y me llevan en otro viaje a una playa paradisíaca donde debía comenzar el rodaje. El primer problema surgió con el casco metálico de conquistador que me querían poner, ya que como soy muy cabezón no me entraba… Como este rodaje se llevaba entre Filipinas y España, al día siguiente el director me dice que no me quite la ropa de rodaje, ya que iba a venir el embajador de España y me iba a presentar como el conquistador Legazpi. De acuerdo con ello me quedo por la playa esperando la llegada del embajador, preparándome una frase para decírsela como saludo. De esta manera, cuando el embajador va a darme la mano yo sigo con la mía sobre la espada y le digo: ‘Bien venido al país que tanto me ha costado conquistar, al que pondré por nombre Filipinas en honor de mi rey Felipe II’, ante lo que el embajador comienza a aplaudirme y a felicitarme…”.
Victoria: actriz, madre, secretaria. “Los mejores años de mi vida”
“Estoy pasando los mejores años de mi vida. Me divierto, me quieren, me cuidan, me miman, me llevan, me traen… Soy feliz”. Estas palabras las pronunciaba una mujer y actriz maravillosa poco antes de morir con 92 años. Se llamaba Victoria Ortiz de Zárate, y había comenzado en esta profesión siendo ya mayor y por pura casualidad, ya que rodándose en casa de su hijo, que era también la suya, el corto La soledad de la luna, el director le comentó que quedaría bien haciendo un papelito, y ahí empezó todo. Tanto le gustó esta profesión, tan entregada estaba a ella, que no es de extrañar que la dama de la guadaña, que no perdona en sus programadas visitas, la sorprendiera casi con un texto entre las manos estudiando el guión del mediometraje Canicas en el cielo, que estaba a punto de empezar a rodar junto a su hijo, Luis, y 12 a niños. “¿Qué tengo para mañana?”, solía preguntar normalmente antes de irse a la cama. Eso es amor al arte.
Victoria, quien había nacido en el año 1923, tenía un nombre que le venía como una funda para su cuerpo, un guante para su mano, porque esta mujer extraordinaria representaba el triunfo de la vida sobre todo lo demás. La conocí cuando contaba con 87 años y seguía al pie del cañón, trabajando muchísimo en todo lo que le salía, ya fuera cine, televisión, publicidad, sesiones fotográficas, todo en el campo de la farándula. En sus pocos ratos libres, cuando se aburría en épocas de vacas flacas, se iba a El Corte Inglés para distraerse. Como verán, una persona de lo más normal.
Recuerdo que coincidimos en el rodaje de la película La risa os cura en una residencia de mayores, y la cámara se clavaba en Victoria, la seguía persuasiva cuando era llevada en un carrito de ruedas ayudada por una cuidadora, y en ningún momento perdía su porte, era toda una señora interpretando su papel de interna en la residencia.
Entre los muchos papeles que interpretó a lo largo de su larga vida hay que decir que posó como modelo fotográfica, trabajó en numerosos cortos, anuncios, como el famoso de la fabada asturiana, e intervino en películas. Un anuncio que hizo para Pepsi Cola recibió la mención especial en el Festival Tribeca de Nueva York. En otro de Coca Cola llamado Abuelas interpretó el papel de una abuela que se junta con otra abuela al cabo de muchos años y se ponen a bailar y gritar como dos chiquillas colegialas. En su trabajo La soledad de la luna Victoria habla a su perro en silencio, solamente con la mirada, y a una fotografía de su marido sobre la mesilla de noche. Una mirada intensa a través de la que, sin pronunciar palabra, se entiende todo. Un trabajo éste que sería finalista en el Festival No todo Filmfest de 2011. Victoria estaba tan enamorada de la profesión que a buen seguro seguirá preguntándose cada día en el más allá: “¿Qué tengo para mañana?”.
Al “Presidente” del Congreso se le caen los mocos… y las lágrimas
Es posible que el anterior título incite al cachondeo pleno, pero tal hecho sucedió en realidad, algo de lo que fui testigo. Son de esas historias que ocurren en los rodajes de películas o series de televisión y que nunca aparecen por ningún lado, pero tan reales como la vida misma. Sucedió durante el rodaje de la película 23-F en el Congreso de los Diputados.
Durante una escena del rodaje, un guardia civil leía en un momento determinado un comunicado una vez que el Congreso había sido tomado por los agentes a las órdenes del teniente coronel Tejero; dicho guardia civil decía que los diputados estuviésemos tranquilos, porque se estaba esperando la llegada de un personaje “militar, por supuesto”, para decidir lo que debía hacerse. Todos estábamos efectivamente tranquilos, porque así lo habíamos ensayado varias veces: hieráticos, tiesos como mojamas en nuestros asientos, metidos en nuestro papel, dando la sensación de que de un momento a otro podíamos recibir alguna ráfaga de aquellos salvapatrias o que podían darnos un “paseíllo” sin retorno.
Aunque el que más tranquilo parecía estar era el actor que hacía el papel de Landelino Lavilla, político de la Unión de Centro Democrático que fuera en su día presidente del Congreso de los Diputados. Dicho actor estaba situado arriba, en la tribuna, y la verdad es que por poco se nos va al otro barrio en la escena de marras. Y todo, por no querer estropearla, porque resulta que el hombre había intentado encender un cigarrillo para dar más veracidad a la cosa, habida cuenta de que en el tiempo del asalto, en 1981, en el Congreso fumaban como carreteros. Al oír la palabra “¡¡¡Acción!!!”, decidió no encenderlo, pero se le metió una hebra de tabaco en la garganta, permaneciendo sin hacer nada, casi sin respirar, hasta que el guardia civil acabó de leer el comunicado… El hombre se había quedado pálido, y al oír la palabra “¡Corten!”, empezó a toser como un descosido, diciéndonos a los “diputados” que estábamos en la tribuna: “¡Se me caen los mocos!… y las lágrimas, porque no podía respirar, y todo por no interrumpir la escena. Y allí lo tenías, a todo un “Presidente” del Congreso en funciones, con sus mocos colgando, y sus lágrimas a flor de piel.
Como pueden ver, es la otra cara de la moneda, las tomas falsas, esas que no se ven en el cine o la televisión, pero que existen en realidad y están interpretadas por actores, actrices, de carne y hueso siempre dispuestos a dar lo mejor de sí.