Historias naturales del bar, con Antolín, pintor.

Dorio de Gadex

A lo mejor te parece que te van a llegar dos botes de cinco kilos. Pues no. Llevas las brochas, los pinceles, el rodillo… Pues se te va el mango y se te estropea el día… Otra vez al almacén, a gastar gasolina y a perder la mañana. Eso me pasa a mí y le pasa a cualquiera. O se te olvida el aguarrás.  Yo me dedico a esto desde chaval. Aprendí con mi padre, ¡si me viera ahora!  Me puse de autónomo. Tengo una furgoneta muy bien preparada y tengo un amigo que me deja el género barato.

El otro día fui a hacer una chapuza a la casa de unos señores, en una urbanización de la Sierra, y casi me quedo sin gasolina por culpa de las malditas áreas de servicio, que ponen las señales de una manera que no te enteras. Iba a mil por hora para llegar temprano y que me cundiera. Pues no señor, al quinto pino, al Centro Cívico Comercial. No me  explico cómo ponen las señales.

Y todo para pintar una puerta. Al final, llego, tiro de bote, tiro de lija, tiro de espátula, tiro de todo el material, venga a rascar la puerta. Luego a revolver la pintura, que ya venía mareada de tanta autopista. Empiezo a dar una mano, pero había que ver como tiraba el material. Estaba viendo que no me iba a llegar el bote de cinco kilos. Estira, estira, ya me dolía el brazo de tanto estirar. A la hora del bocadillo no tenía ni media puerta. Me voy a por unos botellines. Allí, como un lelo, mirando para la puerta, comiéndome el bocata. ¡Venga, fenómeno, que acabas! Estira la pintura, que te quedas tirado. Tengo el brazo derecho machacado de tanto estirar. Y cobro sin IVA. ¡Pon otro botellín aquí, a ver, oye, y unos pinchos en condiciones!

Eso contaba Antolín.

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