Dolor, desesperación, pacientes sin diagnóstico, situaciones complejas que han llevado a más de un profesional de la medicina a caer en las redes del engaño; difícil si hablamos del código deontológico y de la ética que procuraba Hipócrates. Pero el mundo está hecho de los que se aprovechan del dolor ajeno y no saben qué hacer para engañar a los que, sin conocimiento, se ponen en sus manos; curanderos, tuercebotas, diplomados en ciencias de no sé qué, y hacen no sé dónde, otras tantas terapias que nadie sabe, eso sí, ellos divulgan.
Cerca de 4 millones de españoles son consumidores de homeopatía, según los datos que ofrece el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), aunque la industria homeopática dice que son 15 millones de personas. Sujetos que no se tratan ni dejan que sean tratados sus familiares por la medicina tradicional de la que echan pestes si de ellos depende. Personas que aconsejan a otros a acudir a su homeópata de referencia, que les va a dar un placebo para curarles. Niños sin vacunar, tratados con homeopatía acuden a los servicios de urgencias cuando existen una complicación derivada de una meningitis, una polio o algún otro virus que han contraído. Personas que han llegado a morir porque tomaban homeopatía porque no creían en la medicina. ¿Le suena de algo?
Así ha pasado con la homeopatía, que llegó de la mano de las farmacéuticas sin más amparo que el mercado de la desesperación, que hoy se detiene cuando, tras la resolución del BOE, la agencia española de medicamento y producto sanitario (AEMPS) ha pedido la autorización de más de 2008 productos homeopáticos, de los cuales solo 12 han pedido su comercialización con indicación terapéutica.
Los datos no deben dejarnos indiferentes, si hablamos de que al menos 20 productos han sido directamente rechazados, 1996 no tienen indicación terapéutica alguna y tendrán que abandonar el mercado tras los ensayos clínicos que sean practicados, y tan solo 12 han sido presentados con indicación terapéutica.
La pregunta se queda en el aire cuando, tras décadas en el mercado español, nadie nunca se ha preguntado quién o quiénes han regularizado la homeopatía en España; quiénes se han lucrado a costa del dolor con las bolitas de azúcar y cuántos han dejado tratamientos para el abordaje de un cáncer o una enfermedad complicada ante la oferta de los cantamañanas que les iban a curar de dicha patología.
Si a esto le sumamos que tanto las facultades de Medicina y de Farmacia que impartían medicamentos homeopáticos, como la Real Academia Nacional de Farmacia o como los propios farmacéuticos, que los encargan y los dispensan, saben que no existen argumentos científicos que apoyen la eficacia de los medicamentos homeopáticos, llamados así, sin más dilación, la pregunta sigue sin ser respondida. ¿Desde cuándo la Sociedad Española de Medicina Homeopática sustentada por licenciados en Medicina amparan esta pseudociencia medicamentosa?
Si nos remontamos al siglo XIX, cuando el doctor Hahnemman, médico y químico alemán, propuso la alternativa de sanar enfermedades con la homeopatía, ¿cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí 200 años después? Se habla de vendedores de humo, de compradores de ilusiones, de manipuladores sociales, pero nunca se habla de medicina. No hablamos de ciencia ni hablamos de rigor, ni siquiera de un tratamiento que alcance el nivel de cura, porque los que dicen ser homeópatas no han tenido que estudiar doce años ni tampoco hacer un MIR. Los que sí lo han hecho y además se tildan de ofertar homeopatía, no están amparando la deontología, y saben, a pies juntillas, que las consecuencias pueden ser letales si hablamos de privar a un ser humano de un tratamiento válido; algo que va contra el principio de un médico cuya misión es salvar vidas.
El problema comenzó cuando fueron llamados medicamentos bolitas exentas de controles farmacéuticas y expedidas en farmacias, y para más inri, detrás existían algunos facultativos que los prescribían y cuando, sin autorización, ensayo clínico, licencia, registro o nada similar, se comenzaron a vender en farmacias.
Bolitas de sacarosa con lactosa acompañadas de fórmulas magistrales que incluyen las letras CH; una fe ciega que hace que las personas ingieran los productos cuando la ciencia no es capaz de curarles.
El dilema está servido y la ética de las personas está encima de la mesa. Ahora hace falta que los que sigan esa religión se den cuenta de las mentiras que han tenido que tragar, y que los que dictan sus bondades cierren el chiringuito que les ha dado de comer durante décadas. Total ná… si hablamos de salud.