La única película dirigida por Charles Laughton alcanza ese climax sin color propio de algunos sueños infantiles. “La noche del cazador” narra un cuento cuyos elementos disfrutan de ese apéndice narrativo donde confluyen todos los imaginarios grises de la pesadillas instintivas, cuando los niños sólo se valen de sí mismos.
El imaginario de las fantasías infantiles pretende sustentarse en el recuerdo de Harry Powel, el predicador que mostraba la obscenidad en sus puños, para una lid diestra o zurda, emparejada al odio o al amor. Así se elabora el imaginario adulto. A pesar de ser verídico es tenazmente provocador para un oyente, visionador o lector (en todas sus versiones) sumergido en una expectativa donde los deseos prefieran contemplar una versión, naïf y a colores, de su vínculo con su mundo perdido, de sus juegos que quizá no fueron.
La comunicación es a su tipo como la modulación a su habla.
De las escalas de grises a la paleta de colores transcurre un parpadeo. Soñar, siempre lo hemos realizado ensimismados tras los párpados, pensando en el trotar pausado del caballo de Harry Powel, aproximándose a nuestra imaginación. Para estos intervalos, el tiempo se deforma obligatoriamente en su escala de gris más o menos intenso. Su trauma es intervenir modificando el momento preciso para recordar que la comunicación necesita de otros personajes.
Conozco a adultos que intervinieron reinventando su niñez. Y atrapados sólo palidecen frente a la soledad.
Modular, hablar y comunicar. El efecto del mecanismo de un ‘relé’ es relevar. Agregar el feedback que resuelve el sueño de otro para en su output amplificar la señal recibida. Ese debería ser el efecto de la bondad del feedback.
Sumemos interruptores en nuestra vida.
De la misma manera una pesadilla a caballo (recordando la película de Laughton) se transforma a través de otro en algo mejor. La comunicación es la compañía de quien sabe entonar un grito arropado o un sollozo provocado ante otro relevador. Pues quien ofrece el testigo aprende de nuevo. Desgarra su sueño a pesar de desnudar su identidad. El ridículo es la versión más espeluznante del miedo. Hacer del terror, terror… para crear su versión adulta del sueño. Nada ni nadie nos diferencia. ¿Quién dijo adultos y niños?, pensando en pretender haber podido aprender del tutor del tiempo.
La comunicación y su siguiente acto se han revelado. Y nos encanta decir, a pesar de estar aprendiendo sin remedio tras este nuevo telón que nos presenta la performance de un mundo grande y repleto de otros. Internet debe de ser un pozo de eso. Pero, ¿cómo deberíamos aproximarnos a comunicar en un orden que atienda a poder modular en todos los feedback del mundo? Sólo puedo dejar la pregunta pero para esto no acusen a los niños ni a las niñas. Éstos aún están en el momento de comprender la importancia de sus instintos y de los símbolos de sus emociones, sólo por libertad. Y ven chillos, algarabía, posibilidad, registro… antes o después la sombra puede en su ejercicio llamarse mayor.
Y poder llegar sin aprender. Olvidado entre saber sólo nombrar cosas sin reconocer el valor del otro al amplificar cualquier voz. Sujeto a su ego y el ejercicio de su memoria porque aprendió nombres y sujetos.
La comunicación, cualquiera de ésta, al decir sólo es su flujo. El pensamiento es transmisión de información. Colectivamente.
Para esta oportunidad estamos en cambio. Y el cambio es un debate de fondo que no necesita saber tanto de técnica. Practica el oficio de esa ingeniería del habla emocionada. Aquella que siempre estuvo precipitada en el tiempo, en el largo tiempo de las cosas. Actualizada, por ser capaces de colocar todas las pesadillas en todos los entornos. Aunque seguimos confundiendo pesadilla y sueño… con esta nueva mecánica de narrar que es internet.