Mientras los medios de comunicación internacionales especulan con el inevitable inicio de la incursión terrestre del ejército israelí en la Franja de Gaza, operativo que debía haberse materializado hace más de diez días, nuevas oleadas de misiles de Hamas apuntan hacia las poblaciones del sur de Israel. Pero esta vez, uno de los blancos es también Tel Aviv, la capital del Estado judío. Por si fuera poco, las unidades especiales de guardacostas tuvieron que neutralizar un desembarco de un comando procedente de la Franja.
¿Por qué se está retrasando la operación terrestre? Según la información facilitada recientemente por la emisora del Ejército israelí, retransmitida por la cadena de televisión catarí Al Jazeera, Israel ha accedido a la petición de EE.UU. de aplazar su ofensiva hasta la llegada de un nuevo contingente de soldados estadounidenses, que debería velar por la evacuación de los ciudadanos americanos – más de 600.000 -que se encuentran en la zona.
Otra versión, no menos plausible, es que Washington está trasladando efectivos a Oriente Medio para mostrar su apoyo al Estado judío o para tratar de disuadir a otras agrupaciones chiitas respaldadas por Irán, como los Hezbollah libaneses, a involucrarse en el conflicto.
Desde que Tel Aviv decretó la movilización general de sus reservistas – hombres y mujeres – se ha especulado con una posible respuesta del régimen de los ayatolás en el conflicto desencadenado por el ataque del 7 de octubre. Sin embargo, la República Islámica no parece interesada en una confrontación directa con Israel; cuenta, eso sí, con que sus peones no duden en apretar el gatillo. Sus peones – Hezbollah, los Grupos de Movilización Popular ubicados en Siria y en Irak, los rebeldes hutíes del Yemen – conforman la constelación que gira en torno a la media luna iraní. De hecho, Hezbollah fue el primero en manifestarse en los confines con Israel. Los iraquíes y los yemenitas protagonizaron acciones intranscendentes, destinadas ante todo a señalar su presencia en el mapa geoestratégico de la región.
Por su parte, Irán ha llevado a cabo una campaña diplomática activa para aislar internacionalmente a Israel, intentado al mismo tiempo proyectar su desinterés ante una posible extensión del conflicto.
Conviene recordar, sin embargo, que el apoyo del régimen teocrático de Teherán a la causa palestina ha sido – y sigue siendo – un principio ideológico del clero chiita desde la revolución de 1979.
Durante las últimas cuatro décadas, Irán ha financiado, armado y ampliado una red de aliados estratégicos en el Oriente Medio con el fin de exportar la revolución y consolidar su influencia regional. Sus rivales occidentales no dudan en acusar a los iraníes de patrocinar… el terrorismo islámico.
El camino hacia al-Quds [Jerusalén, en árabe] pasa por Karbala, señalaba en su último discurso el ayatolá Jamenei, líder supremo de la revolución. Karbala, la ciudad santa donde está enterrado el imam Hossein, nieto de Mahoma, es la Roma de los chiitas. La alusión al descendiente del profeta es un lema revelador en la retórica de la República Islámica a la hora de incitar a la lucha contra Israel y los intereses estadounidenses en el mundo.
Después de 7 de octubre, Irán ha advertido que un conflicto regional podría expandirse. Sabido es que en los últimos años Teherán ha reforzado significativamente el arsenal balístico de Hezbollah, la milicia libanesa que representa actualmente la mayor amenaza para la seguridad de Israel.
En una intervención televisada, el Ministro de Asuntos Exteriores iraní, Hossein Amir-Abdollahian advirtió que si Israel seguía adelante con su planeada ofensiva en Gaza, obligaría a los movimientos respaldados por Irán a actuar con mayor contundencia, lo que obligaría al Estado judío a retirarse de algunos de los territorios que ocupa actualmente.
Si bien Irán se niega a protagonizar un enfrentamiento armado directo con Israel o los Estados Unidos, los ayatolás contemplan la posibilidad de utilizar la baza del petróleo, apoderándose de navíos extranjeros en el Golfo Pérsico, amenazando a las fuerzas navales de los Estados Unidos o considerando el posible – aunque hoy por hoy hipotético – cierre del Estrecho de Ormuz, la ruta estratégica más importante para el transporte de crudo, vital para el comercio internacional.
Mantener al enemigo a raya mediante batallas más allá de las fronteras de Irán ha sido una doctrina crucial en la agenda de seguridad y política exterior de Teherán, promovida y seguida en particular por el general Qasem Soleimani, jefe de las Fuerzas Quds.
En caso de un conflicto generalizado, Irán podría contar también con el apoyo de Rusia y China, aliados clave que se han negado a condenar públicamente a Hamás por matar a civiles israelíes. Ambos países han estado impulsando la cooperación militar con la República Islámica, que redundó en la celebración de maniobras navales conjuntas en aguas internacionales. El Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, se dirigió al régimen de los ayatolás con una súplica: Por favor, no intervengan en este conflicto. La respuesta – tácita – de Teherán fue: Por favor, no nos obliguen a intervenir.