Jazzamoart es un artista visual mexicano que adoptó este nombre (sístesis de jazz, amor y arte) debido a su pasión por el jazz y su amor por cualquier tipo de arte. Comparte estas pasiones con su amigo el torero Francisco Esplá, quien, junto con el escritor mexicano afincado en España Jorge Fernández, apadrinó la presentación de su libro La soledad del Pintor que pretende ser compendio de su amor a la pintura, al jazz y al toreo como arte vivo.
El libro, editado por Turner, se presentó el sábado 19 de mayo de 2018 en la librería La buena vida de Madrid, y allí se habló de las querencias compartidas entre los tres por el jazz, las cantinas mexicanas, especialmente las de Guanajuato como templos para hablar sin prisas de jazz y toros, y de las experiencias marcadoras en la vida.
Los tres intervinientes se habían conocido entre sí merced a un cúmulo de casualidades. Fernández confesó cómo la primera vez que entró en el estudio de Jazzamoart, casi se vio «entorilado» a entrar en un cuadro que ocupaba todo un muro y que si el pintor no lo frena, ciertamente se habría embarrado todo allí dentro, tal fue el entusiasmo que su pintura le suscitó y del que brotó una amistad llamada a ser eterna que, sin embargo, no esperaba que le entorilara de nuevo, esta vez a hablar y escribir sobre su libro.
Con el torero Esplá, quiso la casualidad que Jazzamoart se cruzara en un aeropuerto y lo abordara con mucho respeto y hasta miedo: miedo a que su ídolo se le cayera del pedestal, como le ocurrió antes con otros que más valiera no haber conocido como personas porque aún seguirían allí subiditos a lo más alto. Pero no. Vencidas todas las precauciones mutuas (la verborrea entusiasta e incontenible del mexicano y la discreción casi académico taurina del alicantino), se fraguó entre ellos un compañerismo fraterno que llega hasta hoy. Esplá, retirado del toreo, estudió Bellas artes y además de pintor, siente pasión por las estilográficas y cualquier objeto que lleve algo de arte. De todo ello habló con discreción y prudencia, en armónico contraste con sus dos contrincantes.
Jazzamoart quien, además del libro, expone estos días y hasta el 16 de junio su muestra Jam 400 en la Galería madrileña YLK, es entusiasta de la pintura española, particularmente de la obra de Velázquez, ha hecho una interpretación de Las Meninas en modo tauromáquico, un cuadro en el que predominan los colores grana y oro sobre un fondo embararrado, con Velázquez como torero y el pintor mismo (Jazzamoart) fuera del cuadro y mirándolo torear: «Velázquez se voltea y, en lugar de Las meninas, tiene al toro. Porque aunque en la pintura te la juegas de manera distinta, también te enfrentas a la verdad.» Y esto (este enfrentarse a la verdad) es lo que comparte el toreo con el resto de las bellas artes, sólo que en el toreo el objeto del arte es un ser vivo al que hay que moldear y en la pintura es materia muerta que el pintor ha de convertir en vida dotándole de vida por la fuerza del arte para que si ello es menester, se revuelva contra él.
– Hay veces –intervino aquí Francisco Esplá-, que cuando entras al estudio al día siguiente, el cuadro te mira como diciéndote: «Mira lo que me has hecho, mira cómo me dejaste ayer. Y no te queda más remedio que intervenir».
– Eso me recuerda a mi matromonio –terció Fernández, quien aquel mismo día había publicado un artículo en El País sobre el arte y en especial el de su amigo y admirado Jazzamoart. -Te enfrentas a la verdad. Hay que tener en cuenta que Velázquez se sintió toda la vida un fracasado, y no digamos Van Gogh, y esos miedos también los comparten por igual el artista y el torero, si bien en el primero caso puede morir.
– Garbo y salero es lo que hay que tener en ambos casos. Garbo y salero, que eso no lo tiene cualquiera – terció Jazzamoart-, y yo los tenía con cinco años, con ocho ya tuve mi primer traje de luces que me hizo una de mis tías, pero luego me faltó «una cosita», como en la wamba, y es el valor para salir ahí a enfrentarte al toro. Y no digamos ya en Las Ventas, la plaza más exigente del mundo, que casi aburre de pura exigencia.
El tiempo también juega de distinta manera, pues en el cuadro actúa después. No así en el toreo donde el arte sucede entiempo real.
En cuanto a la soledad del pintor, es evidente, más aún si se compara con el torero: Uno no se imagina 45.000 personas presenciando la faena del pintor, ni siquiera de Picasso, y menos aplaudiendo y exclamando ¡Olé! a cada faena.
Fue una mañana memorable en que se habló muy en serio de arte y de toros pero en la que al mismo tiempo y con toda la seriedad que el tema requiere, era imposible no reírse a cada paso por culpa del ingenio de los tres.