Joseph Roth: literatura del desarraigo

En “Fresas” (Acantilado), un relato corto e inacabado (como las mejores novelas de Kafka), de poco más de sesenta páginas, se concentra buena parte del universo literario de Joseph Roth. Desde la mirada de un niño, Naphtalí Kroj, un pícaro que recuerda a Lazaro de Tormes, el escritor disecciona la sociedad de un pueblo de la Centroeuropa profunda de principios del siglo XX a través de los personajes que pueblan el relato: un sastre, un barbero, un enterrador, el conde del pueblo… a quienes Naphtalí sirve en distintas etapas de sus primeros años.

Todos, incluso él, viven con la esperanza de hacerse ricos un día desenterrando los tesoros que la leyenda dice que ocultan los corredores subterráneos del pueblo. Un pueblo que muy bien pudiera ser el suyo propio, Brody, en el antiguo imperio austrohúngaro, enclavado en el entonces Reino de Galitzia y Lodomeria y hoy perteneciente a Ucrania.

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Xulio Formoso: Roth[1]
El tema del desarraigo recorre toda la obra de Roth. Algunos personajes de sus novelas fueron expulsados del territorio en el que nacieron o no se encontraban allí a gusto y hubieron de buscar acomodo en otros ámbitos a través de la emigración o el exilio. Los que pueden regresan a los orígenes, siquiera sea por una temporada, para recuperar por un momento las raíces o sentir que aún tienen una patria. Es el caso, en “Fresas”, de Wolf Bardach, quien regresa al pueblo tras la muerte de su madre y construye un hotel con la esperanza de que su rentabilidad le permita quedarse allí para siempre. El del señor Britz, quien visita el pueblo todos los años en lo más crudo del invierno y se dedica a practicar la beneficencia con sus habitantes, o el del señor Brandes, quien vuelve de Londres para instalar unos grandes almacenes. Otros  nunca regresan, como los jóvenes que emigraron a América o los siete hermanos del protagonista, que se marcharon después de la muerte de su padre.

Este sentimiento de desarraigo es algo que el propio Joseph Roth ha sufrido a lo largo de su vida, primero por la desmembración del territorio que lo despojó de su patria y de su idioma y más tarde a causa de un exilio provocado por la persecución nazi (Roth era judío), que prohibió y quemó todos sus libros, una persecución que lo precipitó a una vida de bohemia y alcohol que desembocó en su muerte mientras escribía en la terraza del café Le Tournon en París, solo, con su mujer internada en un siquiátrico y abandonado por su pareja Irmgard Keun, poco después de escribir “La leyenda del Santo Bebedor”, una de sus mejores novelas, publicada póstumamente.

fresas-editorial-acantilado Joseph Roth: literatura del desarraigoPor eso los principales protagonistas de sus historias, también los de “Fresas”, son personajes de carácter débil, con tendencia al alcoholismo, que observan con escepticismo el discurrir de la historia que se muestra ante sus ojos, desencantados de las revoluciones políticas que prometían falsos paraísos. Roth se definía como conservador monárquico y ansiaba el regreso de los Austrias siquiera fuese para recuperar una patria. Después de su huída a París su patria eran los hoteles en los que se alojaba (nunca tuvo un domicilio fijo) y los cafés en los que escribía.

Otra de las constantes de la obra de Joseph Roth es la indefinición de los orígenes y de la trayectoria biográfica de sus personajes. Él mismo gustaba de confundir a sus biógrafos inventando la identidad de su padre, en realidad un oscuro comerciante al que nunca conoció, que murió recluido en un siquiátrico a causa de una enfermedad mental, una peripecia que la familia siempre le ocultó. En “Fresas”, también Naphtalí pierde a su padre, un cochero borracho que nunca se ocupaba de él ni de sus hermanos sino para apalearlos y que muere trágicamente después de una borrachera. Y, junto a ese desconocimiento de los orígenes, la ausencia de una identidad de pertenencia. El niño Naphtalí Kroj se autodefine como impostor porque no tiene papeles; nadie los tiene en un pueblo en el que todos se conocen y la convivencia es extremadamente pacífica, excepto cuando el celo del guardabosques persigue a los recolectores furtivos de fresas.

También en “Fresas” están muy presentes, pese a su laconismo, las descripciones de los paisajes que pueblan las obras de Joseph Roth: en primavera, en el otoño, en el gélido invierno cuyo frío hace sentir a los lectores. Y también está esa gran capacidad de observación de la sociedad en la que vive, que tan magistralmente transmitió Roth en sus trabajos periodísticos y que en su literatura ha quedado como testimonio documental de una época de la historia de Euroa.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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