Jóvenes ecuatorianos rompen con machismo

Damián Valencia tiene 20 años y habla con propiedad sobre todos los aspectos vinculados a la igualdad de género. Forma parte de «Cascos Rosa», una iniciativa juvenil que impulsa en Ecuador cambios culturales contra el machismo y la violencia hacia la mujer, informa Leisa Sánchez desde Quito.

«Buscamos y promovemos la igualdad de género y tener los mismos derechos y oportunidades entre hombres y mujeres», dijo Valencia, uno de los fundadores de de la Red de Jóvenes Unidos contra el Machismo, cuyos integrantes se hacen llamar «Cascos Rosa».

La agrupación surgió en 2010 por iniciativa de adolescentes y jóvenes, que fueron capacitados sobre igualdad de género, violencia y masculinidades por parte de las no gubernamentales Acción Ciudadana por la Democracia y el Desarrollo de Ecuador y la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe.

Valencia aseguró que la equidad de género «es un problema tan grande que afecta a todos». Reconoció que en el país «se nota una mejoría» pero, agregó, «aun así seguimos con el patriarcado».

Para este joven, pertenecer a «Cascos Rosa» ha tenido impactos contundentes. En su hogar, contó, había «un esquema machista» en el que los hombres «no lavaban, no cocinaban, no planchaban y esperaban que les dieran haciendo todo».

«Ahora todos hacemos las mismas tareas en el hogar, nadie es más que nadie, y tenemos los mismos derechos y oportunidades», manifestó.

La Red juvenil promueve una nueva mentalidad para afrontar la violencia de género, el consumo de prostitución y la pornografía.

El rosa «rompe el estereotipo de que solo las mujeres se visten de color rosado; de que si nace un hombrecito se escoge el color celeste y si nace mujer, el rosado», explicó Valencia, quien ejerce de portavoz de la Red.

«Cascos Rosa» comenzó con 33 integrantes, surgidos de los primeros talleres organizados en centros educativos, y actualmente suman 140. El total de capacitados hasta ahora alcanzan los 900 adolescentes y jóvenes. Inicialmente solo se incluía a varones, pero desde este año se sumaron también a mujeres.

Los integrantes de la red replican lo aprendido con charlas en escuelas y actividades de sensibilización en concentraciones juveniles, como festivales de música. La actuación de «Cascos Rosa» se ha extendido desde Quito a otros cuatro municipios de la norteña provincia de Pichincha, cuyo gobierno apoya al proyecto.

Durante las charlas, encuentros y otras actividades, se colocan camisetas rosadas, para generar un impacto y llevan a la práctica su prédica.

Carolina Félix, quien imparte talleres en la Red, explicó a IPS que ha sido un trabajo sostenido y arduo, porque no se logran cambios profundos en una capacitación de 12 horas. «No es suficiente para modificar comportamientos y actitudes, y mucho menos la realidad», dijo, pero sí logran sembrarse inquietudes y nuevas prácticas en los jóvenes.

«No imponemos una forma de pensar. Impulsamos la construcción de una sociedad en igualdad, derechos y equidad. El objetivo es crear espacios donde los hombres no tengan el poder sobre las mujeres y expresen sus emociones, y en el cual también las mujeres entiendan que junto a los hombres tenemos derechos, libertades y responsabilidades», señaló Felix.

La intención, además de formativa, es fomentar liderazgos y que cada joven se convierta en un replicador de las enseñanzas y experiencias, tanto en su hogar como en su medio educativo.

Lo sucedido en la familia de Valencia muestra que el objetivo se alcanza. En este hogar de clase media, con tres hijos, donde el padre y la madre son comerciantes. «Todos han cambiado, en especial mi padre, porque ahora lava platos, a veces plancha. Mi mamá se siente feliz y más tranquila porque ya no tiene tanta carga», detalló.

«Hay un cambio evidente», afirmó Felix, al describir el impacto en la nueva generación que toma la posta por la equidad de género y «no teme mostrarse tal cual es, ni dice ¡pobrecitas las mujeres!, porque «es una cuestión en la cual hombres y mujeres tienen que trabajar».

Violencia: punta del iceberg

La gubernamental Comisión de Transición Hacia la Definición de la Institucionalidad Pública que Garantice la Igualdad entre Hombres y Mujeres reconoce la necesidad de «promover transformaciones culturales» para erradicar la desigualdad y la discriminación.

Una de las prioridades, precisa su presidenta, Alexandra Ocles, es transformar «patrones culturales sobre valores, costumbres, prácticas, imaginarios, hábitos, estereotipos sexistas, representaciones y símbolos respecto de la diversidad sexual y a los roles tradicionales que la sociedad otorga a mujeres y hombres».

La violencia de género es uno de los problemas más graves, según la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia contra la Mujer, la primera de su tipo en este país con más de 14,5 millones de habitantes.

El sondeo, elaborado hace dos años, indicó que 60,6 por ciento de las mujeres entrevistadas sufrían algún tipo de violencia de género (física, psicológica, sexual o patrimonial).

La violencia psicológica o emocional era la más frecuente, al afectar a 53,9 por ciento de las consultadas, seguida de la física, con 38 por ciento, la patrimonial con 35,3 por ciento y la sexual con 25,7 por ciento.

«Noventa por ciento de las mujeres casadas o unidas que han sufrido violencia no se han separado de su pareja, 52,5 por ciento de ellas consideraban que las parejas deben superar las dificultades y mantenerse unidas, y 46,5 por ciento piensan que los problemas no son tan graves», precisó el estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.

El debate sobre la violencia de género comenzó a tener carácter público a fines de los años 80. Las primeras comisarías de la mujer y la familia datan de 1994 y un año después entró en vigor la ley contra la violencia a la mujer y la familia.

En 2007, se definió el Plan Nacional para la Erradicación de la Violencia de Género contra niñas, niños, adolescentes y mujeres, que incluye «el cambio de patrones socioculturales discriminatorios». La Constitución aprobada en 2008 institucionalizó el enfoque de género y reconoció garantías y derechos.

En los últimos años se muestran avances como son la atención integral en órganos judiciales, campañas contra el machismo y la violencia, y una estrategia para transversalizar el enfoque de género en la educación superior.

Por ejemplo, en participación en los poderes democráticos hay progresos: en 2006, las mujeres solo suponían seis por ciento en el Judicial y en 2011 habían escalado a 43 por ciento. En el Ejecutivo pasaron de 14 a 33 por ciento y en el Legislativo de 25 a 34 por ciento.

El presidente Rafael Correa suele afirmar que la equidad de género «es una de las banderas de lucha» de su gobierno centroizquierdista. (FIN/IPS/ls/eg/ la sl ed pr hd md wo/ 13)

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