Una investigación efectuada en colaboración por el diario británico The Guardian, el estadounidense New York Times y el alemán Süddeutsche Zeitung, ha concluido que los turistas que visitan la región autónoma de Xinjiang son espiados en secreto con las mismas técnicas utilizadas para la vigilancia continuada de las minorías musulmanas, y en especial los ouigour.
Según las cifras oficiales, la provincia de Xinjiang recibe anualmente a cien millones de visitantes, en algunos casos se trata de empresarios que van por negocios pero mayoritariamente son turistas que quieren conocer la antigua ruta de la seda.
La investigación de los tres grandes diarios internacionales demuestra que cuando alguien llega a la provincia de Xinjiang desde Kirghizistan, normalmente por el puesto fronterizo de Irkeshtam, los policías aduaneros se incautan de su teléfono móvil durante algunos minutos. Tras pedirle el código de acceso, los agentes lo escanean completamente, gracias a un sistema específico si se trata de un iPhone y mediante una aplicación si se trata de un Android.
A partir de ese momento, la policía china puede mirar los contactos, las aplicaciones, los enlaces, el histórico de navegación… todo lo que pueda dar como resultado contenidos que el autoritario gobierno chino considera problemáticos como referencias al terrorismo, el Ramadán, el Dalai Lama, y hasta juegos y músicas “políticos”.
Lo que no se sabe con certeza es el uso que se piensa hacer después de todos esos datos. Según ha explicado a The Guardian Edin Omanovic, de la organización defensora de los derechos humanos Privacy International, esa “extracción masiva de datos permite hacer un retrato detallado aunque imperfecto de la vida de una persona lo que, potencialmente, puede acabar poniéndola en peligro, lo mismo que a sus contactos, y muy especialmente si son ouighoures”.
La ciudad-cárcel tecnológica, una primicia china
La minoría musulmana ouighour es una de las bestias negras del gobierno de Pekín que somete a sus miembros a un seguimiento “orwelliano”, les destruye las mezquitas y les encierra en pueblos convertidos en prisiones tecnológicas a cielo abierto o en campos de reeducación donde anualmente “desprograman” a un millón de personas.
Según una información del diario estadounidense New York Times (NYT), publicada en abril de 2019, cuando no están internados en campos, los ouighours viven en ciudades estrechamente vigiladas con tecnología high-tech.
Menos conocidas que los “campos de reeducación”, las ciudades donde están concentrados los musulmanes chinos se transforman poco a poco en cárceles a cielo abierto, como es el caso de la ciudad de Kachgar, donde encuentra la mezquita mayor de China, la de Id Kah. El reportaje del NYT explica que cada cien metros existen controles donde los habitantes hacen cola para escanear su tarjeta de identidad y dejarse fotografiar por una máquina de reconocimiento facial.
Los numerosos policías que vigilan la ciudad controlan frecuentemente los teléfonos de sus habitantes para comprobar que tienen instalado el programa-espía obligatorio que graba sus llamadas y mensajes. Además de los controles, en las calles, las tiendas y las mezquitas de Kachgar hay instaladas miles de cámaras de videovigilancia “equipadas con tecnología de reconocimiento facial y algoritmos que capturan y registran hasta los gestos de todo el mundo sin distinción”.
¿Para qué sirve esta vigilancia sistemática y exhaustiva? Pues nada menos que para clasificar a los habitantes de acuerdo con su comportamiento: este sistema de clasificación, que existe en todo el territorio chino, puede llegar a impedir, según el NYT, que 23 millones de personas viajen en avión o en tren.
En el caso concreto de la ciudad de Kachgar, una «mala nota» se traduce en registros, tanto de día como de noche, que llevan a cabo los miles de policías y funcionarios del gobierno destinados en la ciudad, que interrogan incluso a los niños pequeños. Cuando los padres son enviados a campos de reeducación, a los niños se les recluye en orfelinatos.
Desde 2000, se están destruyendo las calles pequeñas de los barrios escondidos de la ciudad para construir amplias avenidas, donde las cámaras son más eficaces y la policía puede patrullar con más libertad.
En cuanto a la mezquita de IdKad, la mayor del país con capacidad para 10 000 fieles, la policía registra a quienes entran y salen y las cámaras graban en continuidad todo lo que ocurre en la sala de oración.