Si algún referente físico hay construido con el objetivo de lograr, si no unir, al menos aproximar conceptos tan dispares como la lejanía de la monarquía y la cercanía del municipio, ese es la madrileña Puerta de Alcalá. Mandada erigir por el rey alcalde Carlos III en 1778 para conmemorar su entrada en Madrid y embellecer de paso la ciudad, fue el primer arco de triunfo construido en Europa tras la caída del Imperio Romano, anterior al de París y a la Puerta de Brandenburgo.
No hay efigie alguna del rey en la triunfal decoración de la Puerta, en cuyas perchas de la altura aparecen ubicadas en la pared oeste cuatro armaduras vacías sin guerrero en forma de trofeos, obviamente de exaltación de la paz. En la pared este se asientan cuatro niños, también llamados ‘genios’ o ‘amorcillos’, «ángeles de la paz» que enmarcan la Puerta representando alegóricamente las cuatro virtudes cardinales de la Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza, virtudes que hablan de la personalidad del nuevo rey alcalde y de “la abundancia y fertilidad proporcionada por la paz y la fortaleza de un buen gobierno», el de Carlos III.
“Toda la decoración en su conjunto es un poema triunfal”, coinciden en señalar los expertos. Poema triunfal que cobra glorioso cuerpo escultórico en el escudo real que corona el frontón de la Puerta. El escudo es sostenido por la Fama ayudada por un niño. La mano extendida y abierta de la Fama señala claramente el elemento cumbre de la Puerta: una Cruz sobre la real corona. El conjunto viene a indicar alegóricamente el esfuerzo pacificador del rey… bajo la supremacía de la Cruz.
Ahí estamos. La Puerta ha adquirido con el tiempo la categoría de símbolo madrileño. Aparece en álbumes de postales, en logotipos e ideogramas que representan «lo madrileño». Algunas obras del género chico se han inspirado en la Puerta. Ana Belén y Víctor Manuel la inmortalizaron con su archifamosa canción La Puerta de Alcalá:
Una mañana fría llegó
Carlos III con aire insigne
y se quitó el sombrero muy lentamente
bajó de su caballo
con voz profunda le dijo a su lacayo:
ahí está, la Puerta de Alcalá.
Ahí está, ahí está
viendo pasar el tiempo la Puerta de Alcalá.
[…]
Mírala, mírala, mírala,
La Puerta de Alcalá.
Otra mañana fría, la del 14 de enero de 1980, en que la Puerta estaba en obras cubierta por andamios, escalé a la cima con la intención de hacer fotos de Madrid -la calle Alcalá, Cibeles, el Retiro…-. Pero la foto no fue otra que la mano del angelote extendida hacia la corona de la cruz, con Madrid al fondo. Elegí un encuadre vertical para darle la máxima solemnidad a la toma. ABC me honró poco después incluyéndome en su galería de fotógrafos ilustres justo con esa fotografía.
Hacía frío allí arriba, ya digo, había que calentarse las manos junto al fuego que los obreros tenían instalado, pero el placer de disfrutar de la esplendorosa visión de Madrid desde justo detrás de la cruz que preside ahí en lo alto la Puerta de Alcalá es una de esas vivencias que no se olvidan de por vida. La fotografía, al servicio de mi oficio de periodista, me ayuda hoy una vez más a practicar la mejor fórmula que entiendo de ‘evangelización’ -compartir buenas noticias, ¿cierto?-.
Pues dicho y hecho, con ustedes la Puerta de Alcalá. No la imagen-postal que el turista ve, sino la Propia Puerta desde su máxima altura, tal como ella nos ve. Una Cruz, símbolo de paz y perdón, preside la capital de España. Aleluya. Amén. ‘Mírala’.
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