La cultura es el nuevo frente de lucha en defensa de la democracia en Túnez
Por un lado aparece Ela, una joven tunecina vestida de negro de pies a cabeza, y por el otro un grupo de estudiantes con trajes típicos y la bandera nacional en los hombros bailando el Harlem Shake, una danza procedente de Estados Unidos que se volvió viral en los últimos meses. Todos representan la batalla cultural que tiene lugar en Túnez, informa Giuliana Sgrena.
La joven, a la que apenas se le ven los ojos bajo el niqab, protestó sin éxito durante cinco meses contra la prohibición de usar el tradicional atuendo islámico en la universidad.
Ela representa el deseo de los conservadores y de los ultrarreligiosos salafistas de conformidad, mientras los «bailarines manifestantes», ataviados con chilabas (túnica con capucha) y kufiyya (pañuelo), simbolizan la nueva generación nacida tras la revuelta de 2011.
Una mezcla de gente diversa y colorida que sostiene que la cultura se ha vuelto el nuevo frente de lucha en defensa de la democracia en el Túnez posrevolucionario.
Los defensores de la laicidad sostienen que el crecimiento del islamismo tras el fin del régimen de Zine el Abidine Ben Ali, en enero de 2011, representa una erosión de los logros obtenidos tras la revuelta popular que lo sacó del poder.
El rapero conocido como «Weld el 15» fue condenado hace poco a dos años de cárcel por su canción Bulicia Kleb («los policías son perros», en español), y que recibió 650.000 visitas en el sitio para compartir vídeos de YouTube. La actriz principal y el director del corto fueron sentenciados a seis meses.
«La policía suele usar la ley contra las drogas para apresar cantantes, en especial raperos, por el consumo de marihuana», dijo a IPS el joven cineasta Adnen Meddeb, quien filmó la revuelta popular en la capital.
Ussama Buajila y Chahine Berriche, dos artistas callejeros del grupo Zwelwa («los pobres», en español) fueron detenidos el 3 de noviembre de 2012 por pintar paredes de la ciudad industrial de Gabes. La pintada se titula «La gente quiere derechos para los pobres».
El fallo fue emitido el 10 de este mes; cada uno fue condenado a pagar una multa de 50 dólares por «hacer pintadas en propiedad estatal» y a limpiar las paredes.
Zwelwa denunció el proceso por considerarlo un «juicio político que nos recuerda los métodos del régimen de Ben Ali».
El Ministerio del Interior se ha vuelto uno de los lugares preferidos para expresar la resistencia y donde, todos los miércoles, un grupo de activistas protesta por la muerte de Chokri Belaïd, líder de la opositora coalición izquierdista Frente Popular, asesinado el 6 de febrero.
«Todos los miércoles nos sentamos aquí para presionar al Ministerio a que responda a la pregunta de ‘¿quién mató a Belaïd?’», dijo a IPS el pintor Amor Ghadamsi, secretario general del Sindicato de Artistas Tunecinos.
Su asesinato fue el «incidente más grave en un clima de creciente violencia y sacudió al país», puntualizó. «Antes de eso, la gente no se daba cuenta del alcance del problema que enfrentábamos. Ahora queremos que las autoridades tunecinas investiguen y encuentren a los responsables», subrayó.
El colectivo convocó la manifestación de esta semana en protesta por la destrucción por un grupo de salafistas de una estatua que habían erigido en honor a Belaïd y que habían colocado fuera de la casa del líder asesinado.
«La cultura es nuestro ámbito de resistencia ahora», señaló Ghadamsi, en relación al amplio uso de grafitis y a la proliferación del rap politizado con letras que enarbolan la revolución.
La decisión de protestar frente a edificios públicos simboliza la creciente desconfianza hacia el gobernante partido islámico Ennahda, que triunfó en las primeras elecciones de este país tras el fin del régimen de Ben Ali, en octubre de 2011, con una plataforma secular.
Pero su gobierno ha sido criticado por permitir que agrupaciones religiosas extremistas operen con impunidad.
Una de las organizaciones extremistas es la Liga para la Protección de la Revolución (LPR), a la que se atribuyen fuertes vínculos con el gobierno y que tuvo varios enfrentamientos con la oposición y miembros de la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), el principal sindicato del país.
Miembros de la LPR se atribuyeron la paliza mortal sufrida por Lotfi Nakbu, líder del partido Nidaa Tunes, en la sureña ciudad de Tataouine en octubre de 2012, y la destrucción de la estatua de Belaïd.
«Esa gente trabaja en nombre de Ennahda. Es su gente, exconvictos contratados por Ennahda, y personas cuyas conciencias compró Ennahda», remarcó Jilani Hammami, portavoz del Partido de los Trabajadores, en una entrevista en enero por Tunisia Live.
El gobierno ha negado las acusaciones, pero mucha gente critica que la LPR nunca fue procesada por sus delitos. La UGTT pidió varias veces su disolución, pero sin éxito. Ante la actitud de las autoridades, muchos ciudadanos consideran que no tienen más opción que realizar protestas imaginativas, creativas y no violentas.
Su férreo aliado durante la revuelta popular, Internet, resurgió como una herramienta crucial en esta guerra cultural, cuyo comienzo activistas ubican en el 25 de marzo de 2012, cuando una pandilla de salafistas atacó a unos artistas que celebraban el Día Mundial del Teatro en la avenida Burguiba, en el centro de Túnez.
Testigos dijeron a IPS que la policía asistió a la multitud o directamente se quedó mirando.
Danzas como el Harlem Shake, originada en los años 80 en Estados Unidos pero que se ha replicado en los últimos tiempos, entre otros vídeos, se volvieron virales e incluso, a veces, atrajeron la atención de los medios masivos.
Jóvenes tunecinos han «ocupado» varias veces la avenida Burguiba para conmemorar los enfrentamientos que desataron la actual resistencia cultural, deteniendo el tránsito sentándose en medio de la calle a leer libros en una actitud de desafío a las fuerzas de seguridad.
Con el mismo espíritu, un grupo llamado Solución Artística creó el movimiento «Bailaré a pesar de todo». Dirigidos por Bahri ben Yahmed, los bailarines actúan en todos los espacios públicos posibles: frente al teatro nacional, en los jardines de Belvedere, en la plaza Kasbah, pero también en los barrios pobres de las afueras de la capital.
A menudo, espectadores y transeúntes se unen a los bailarines creando un tipo de protesta espontánea que se vio al inicio de la revuelta popular.
«Bailar no es solo una protesta no violenta, el cuerpo en sí mismo es una expresión de liberación y de bienestar», comentó la escritora Jamila Ben Mustafa.