Hace meses ya de la fumata blanca. Nadie, como la Iglesia Católica ha sabido rodearse, para mantener su poder, de ceremonias rituales, mitos, dogmas, escenografías y parafernalias mediáticas como ella. Son muchas las iglesias del mundo. Todas tienen gobiernos a semejanza de los Estados en que cohabitan, a veces ellas mismas los dominan e imponen sus máximos jerarcas. No se limitan a preservar su independencia: influyen en ellos política, económica, ideológica y moralmente y reciben o gozan de subsidios o conciertos económicos especiales y beneficiosos, además de administrar su patrimonio propio, incrementado a lo largo de los años y los siglos.
La Iglesia Católica, la más poderosa y extendida sobre la Tierra, tiene ya un nuevo Papa o autoridad suprema. No cambia como los Estados políticos cada cierto tiempo: longeva es su suprema autoridad y salvo excepciones, como en el presente, solo a su muerte se produce una nueva elección. La de la fumata transmitida urbi et orbe. Ante el nuevo Papa y ante el poder e influencia de la Iglesia Católica pondré mi comentario bajo las palabras de Thomas Bernhard, al que lógicamente la mayoría de los católicos o paseantes de la reciente Feria del Libro que comentábamos no han leído. Escribe:
El catolicismo destruye el alma del niño, le asusta, amarga su carácter (…)La estructura del Estadio y de la Iglesia es tan horrible que solo se puede odiarla. Soy de la opinión de que todos los países, todas las religiones, a lo que se las conoce de cerca, sin igual de horribles. Certeras palabras del autor de Trastorno. Yo soy de los que piensan que si no existieran las Iglesias el mundo sería otro. Los grandes crímenes sobre la Humanidad, las corrupciones más desenfrenadas, gran parte de las guerras y terrorismos que han existido y existen se fundamentan y apoyan en las religiones, múltiples, pero con tronco y afinidades afectivas. Y algo peor: ellas constituyen el más eficaz poder alienante de los pueblos. Da igual que enseñen la resignación y ofrezcan el castigo o la beatitud eterna, que alienten el sacrificio personal y la violencia terrorista en nombre del Dios que les insta a ello. Ante la religión, salvo excepciones, los poderes políticos, incluso culturales, se muestran sumisos o débiles. Prefieren no enfrentarse a ella, no combatirla, amoldarse a su fuerza e influencia, no queriendo ver que así resulta imposible desarrollar pueblos cultos y comprometidos con la libertad y los valores humanísticos.
El comunismo, poder político, no marxismo teórico, pasó de sus métodos sancionadores y represivos para intentar destruir no solo sus estructuras políticas sino las creencias milenarias de sus ciudadanos -y ya se sabe sus consecuencias: lejos de abolirlas las fomentaron y en cuanto fueron derrotados o se auto derrotaron y parte de sus dirigentes tuvieron oportunidad de reconvertirse en fervientes seguidores del modelo capitalista, volvieron a surgir las falazmente desterradas creencias con más fuerza e irracional convicción que en el pasado- pasó a aceptar, ya en su debilidad orgánica y desalojado del poder político en sus principales feudos, sus símbolos, representaciones, y ofrecer una débil imagen de impotencia, de tolerancia, de prudencia propias de su oportunismo político, de la misma manera que acepta cohabitar con el capitalismo. Y la fuerza represiva ideológica de los represores que ocupaban antaño el poder se muestra hoy, no solo en la reconversión al más explotador capitalismo, sino en el clericalismo y la confesionalidad que propician quienes no hace tantos años fueron destacados jerarcas del partido, altos miembros de la seguridad represiva del estado o artistas, militares, técnicos «al servicio del pueblo».
En Roma se ha entronizado pues un nuevo Papa. Tras años de escándalos financieros, morales, sexuales, tras denuncias las más de las veces sobreseídas u ocultadas, se mantiene la estructura económica, política y moral corrompida y nefasta de este poder eclesial, otorgando, eso si, a su nuevo representante, formales y banales gestos que resultan más esperpénticos que trascendentes, pero se venden como transformadores de un cambio en el imperio vaticanista. A mantener y alimentar la farsa contribuyen no solo los funcionarios de la cabeza visible de la jerarquía eclesiástica, sino todo su séquito y súbditos diseminados por el mundo entero, los fieles en los que se apoyan, gran parte de los intelectuales y medios de expresión y comunicación que aceptan por conveniencia o de buen grado esta superchería y guardan silencio ante ella. Al fin, como reza la tradición, la Iglesia se fundó sobre la palabra piedra de un visionario caudillo y embaucador que, como nos dice Cioran:
La palabra quiere ser machacada a fuerza de invectivas, amenazas y revelaciones, de informaciones estentóreas: le gustan los bocazas. San Pablo fue uno de ellos, el más inspirado, dotado y astuto de la Antigüedad. Expertos. Sabios. Dirigentes.
Atroz cuadrilla al servicio siempre de los mismos, quienes les pagan, mantienen. El poder. Su política económica, ideológica, cultural. Lo mismo sirven para redactar y publicar un informe literario, que para asesorar sobre la reforma de la sanidad pública, las pensiones o la enseñanza, es decir, para contribuir al deterioro de cuanto tenga que ver con la igualdad, la libertad, el desarrollo cultural o los llamados logros sociales.
Ellos: simple testaferros de los explotadores corruptos que gobiernan en nombre de los banqueros y las oligarquías económicas. Un triste fin y servicio a sus «méritos» por ser catedráticos, líderes políticos, científicos o académicos. Expertos. Sabios. Dirigentes. Nombrados por los enemigos de la justicia y la integridad, jaleados por los medios de comunicación, pagados por los aliados y mantenedores de unos y otros.
Leo impresionado este artículo, pues en mi país Chile, creo nunca haber encontrado un documento tan duro en términos críticos a la Iglesia Católica Apostólica Romana, ni siquiera de entidades que podría estimar adversas.
Hasta recuerdo que los mas acérrimos marxistas leninistas y stalinistas inclusive, han sido cuidadosos en sus diferencias con la Iglesia, y militantes con carnet y cotizaciones al día practicaban y practican los sacramentos. Y Salvador Allende (socialista marxista) y el Cardenal Raúl Silva Henríquez (de la línea del papa Juan XXIII) tuvieron una relación magnífica podría decirse.
También sé que desde los comienzos de la vida en sociedad, desde lo más primitivo, primero el brujo y/o mago curandero, más tarde los chamanes, sacerdotes, siempre han dirigido la sociedad en mutuo vínculo con el jefe del clan guerrero y jefe político a la vez, con los más poderosos; a los que más modernamente se fueron añadiendo los hombres de grandes fortunas. El resto de la evolución social, únicamente ha maquillado el asunto o variado los actores de nombre, pero no de fondo.
Los romanos se sacudieron sus antiguas creencias y adoptaron la nueva: el catolicismo, tras algunos siglos y en base a una decisión política y administrativa, conveniente al momento de ocurrir.
El principio de poder sacerdotal (divino) y el guerrero (el dominante, la autoridad de la flecha y la espada), se conserva igual. En base a su nexo con lo divino y sobrenatural, inclusive el sacerdote terminó dominando al guerrero, atemorizado ante el más allá y el miedo a la muerte.
Si no es uno, es otro. La Revolución Francesa quiso cambiar mucho de la tradición de raíz, pero finalmente fue, en muchos aspectos, como darle una mano de pintura a una estructura, porque debajo quedo el mismo material aflorando posteriormente.