La mirada del otro y la inmigración

Con los actuales y tristes desplazamientos de ucranianos en Europa y las masivas migraciones en el continente americano, el tema de la inmigración se impone a la reflexión. Para aquellos que nunca vivieron en otro país o conocieron el exilio, es una ventana para abrir.

Jean Paul Sartre concibió el concepto del «otro», la otredad, la alteridad, la diferencia, «la mirada al otro». En la obra de teatro: «A puertas cerradas», el personaje Garcin dice: «El infierno es el otro». Y este sentimiento de desconfianza, sospecha y distancia ha existido a través de la historia, basta recordar cómo fueron expulsados los judíos de España en 1942; lo que significó la llegada de los españoles a tierras americanas, fue el encuentro o el desencuentro de dos mundos. Actualmente, observé, en Asia, en el Triángulo de Diamante, como los tailandeses sospechan de los que cruzan las fronteras o bajan por el río desde China y temen a los chinos. El miedo al otro vive en nosotros, porque es lo desconocido. La situación cambia cuando comienza la interacción humana y el conocimiento de las culturas y la integración, que no siempre se da.

El hombre se reconoce a sí mismo, es el ser para sí, pero en el momento que vislumbra la existencia del otro, aparece «el ser para otro» y comienza el conflicto.

«La mirada» tiene una profunda significación. Al mirar al otro podemos verlo, rechazarlo, aceptarlo o ignorarlo. En un país extranjero, soy en cuanto me ven. «la mirada al otro» define. Pero… ¿Cómo nos ven? Como algo ajeno, de afuera, extraño.

Migrar es un desplazamiento geográfico de individuos, emigrar significa abandonar el propio país, para establecerse en otro e, inmigración consiste en la llegada de personas a un país diferente del suyo para radicarse, aceptando los protocolos y leyes del país recepcionista, pero irrumpiendo en el tejido social establecido aunque no sea el deseo.

Ser inmigrante es y ha sido siempre un conflicto. Ser inmigrante implica una penetración y un proceso, se llega a una sociedad y comienza la adaptación, la integración a esa nueva comunidad, el aprendizaje de códigos, normas y deberes, a veces esa asimilación no prospera. Además, se opera un cambio en nosotros mismos de pérdidas y conquistas, de olvido y remembranzas. El hecho de emigrar nos transforma y cambia.

El hombre desde que aparece en la tierra ha vivido la migración, el Homo que sale de África en peregrinación hasta Australia es un emigrante, un viajero, un trashumante, durante años ese Homo se ha movido dejando el lugar originario, por diversos problemas o situaciones y ha llegado a otras tierras. Cuando estuve en Australia, un aborigen australiano me dijo: «Nuestra vida es un tránsito de la nada a otra nada, de un sueño a otro sueño». Los aborígenes australianos, son los más antiguos representantes de aquel Homo que se trasladó de África a otros continentes.

Desde entonces peregrinamos por el mundo.

¿Qué significaron los desplazamientos de pueblos en los antiguos imperios?

¿Acaso la Biblia no nos narra un gran éxodo? Un pueblo en busca de la tierra prometida.

Los celtas fueron los eternos caminantes de Europa, hasta afincarse en una isla frente al gran Atlántico. Nuestro ADN lleva la migración consigo.

Son muchas las causas que motivan al hombre a desplazarse: razones bélicas, razones alimenticias, climáticas, religiosas, políticas, económicas, de emancipación, de aventura y de libertad, algunos dejan su lugar por razones externas, otros por sus propios anhelos. Una de las teorías por la cual Teotihuacán fue abandonada, fue por el problema del agua y la imposibilidad de cultivos. La decadencia de muchas ciudades se ha debido a problemas de sequía y hambruna, de guerras, pero también por conflictos internos, varios factores se unen para tomar la decisión de «dejar el lugar de pertenencia».

La historia del planeta esta tejida de desplazamientos individuales y masivos, de permanentes traslados y afincamientos.

«Cuando llegamos. Experiencias migratorias»

cuando-llegamos-cubierta La mirada del otro y la inmigración

Por eso cuando comencé a leer «Cuando llegamos. Experiencias migratorias», en edición de Gerardo Piña-Rosales, publicado por La Academia Norteamericana de la Lengua Española, (se consigue en la página web de ANLE); sentí que estaba frente a un libro espejo de nuestras vidas, a un tema eterno como la humanidad, a un conflicto profundo, filosófico y actual.

Volvió a mi mente el filósofo francés Sartre, a quien conocí en París, en el 68, en medio de las revueltas de Mayo y también en medio, (¡Qué ironía!), de «la Primavera de Praga». Mientras en Paris se enaltecía la Revolución Cubana, en Praga se debatían para sacudirse el Comunismo. Recordé el concepto de la otredad, la diferencia. Y vi la imagen del inmigrante: «El otro».

Este curioso libro nos presenta diferentes relatos y diferentes maneras de vivir la emigración, como son distintos los sentimientos y emociones que mueven a los autores a contar sus historias. Esa diversidad se expresa en nuestro vocabulario: emigración, inmigración, migración, transmutación, traslación, traslado, éxodo, salida, alejamiento, partida, abandono, mudanza, desplazamiento, exilio, separación, ruptura y alianza…

Se suman los sentimientos de ajenidad, integración, adaptación, asimilación, desubicación, extranjería, desapego, resistencia, apertura, soledad, cerrazón, laberinto, comprensión, entendimiento, afincamiento, instalación, arraigo y desarraigo…

La bella edición reúne diecinueve relatos de profesores y académicos que emigraron a Estados Unidos y comenzaron en el país del norte una nueva vida. La edición, muy cuidada, con fotografías del propio Gerardo Piña Rosales, inicia con las mudanzas llena de anécdotas, de Gerardo: de Málaga a Tánger, de Tánger a Tetúan, de Algeciras a Nueva York.

Y continúan los relatos del libro, con el de Guillermo Belt «Alta mar» que describe a sus antepasados balseros, saliendo de Cuba hacia los Cayos de la Florida. Conflictivo y poético es el relato «Cuando llegue o cuando bufe el Minotauro» de Daniel Fernández, donde Estados Unidos es el Laberinto pero nosotros también lo somos. La vida del hombre es una migración permanente, un viaje por el laberinto de vivir.

El relato de Roberto Lima que se titula: «Cuando salí de Cuba» me emocionó doblemente porque conocí a Luisito Aguilé cuando era una niña actriz famosa en Argentina. Igualmente conmovedores son los recuerdos de Marina Martín en «Sobre Sueños». O la España que se entremezcla con las calles de Wyoming, que revivimos en «Cartas a Olmedo» de Carlos Mellizo. Es interesante y filosófico el texto de Gonzalo Navajas: «El viaje y el Saber. Relato inicial de una marcha» donde nos habla del «exilio traumático» y el «exilio transformacional».

Hay, además un «exilio emocional» cuando Nueva York, Miami, o Boston, son escenarios de vivencias, de familia, trabajo y proyectos… entonces Estados Unidos se va filtrando en la sangre, allí están los hijos, los nietos, los 4 de julio y los reconocimientos laborales, Thanksgiving, porque el «gracias» no se puede eludir a esta tierra generosa, que de una u otra forma, nos ha acogido.

Alister Ramírez Márquez nos cuenta una historia que bien puede ser una novela o un guión de cine, «Ofelia la quinciañera», esta joven vive varias vidas antes de cruzar la frontera al país del norte.

«Ni de aquí ni de allá» de Christian Rubio, nos recuerda la identidad, que todos «llegamos de diversos rincones del mundo, a varias edades y durante diferentes épocas, que de una u otra manera afectan nuestra experiencia en este país.»

Mientras que Rose Mary Salum en «Plaza de las alegrías», nos trae la dura realidad de la frontera, el cruce, el miedo, buscar otro mundo, otra vida o la muerte.

Para Tino Villanueva se puede migrar de la prosa a un poema: «Andar, desandar. Nada es eterno.»

El libro se completa con los relatos de Luis Alberto Ambroggio, Gioconda Marún, Francisco Álvarez Koki, Manuel Garrido Palacio, Javier Junceda y Gabriela Ovando D’Avis y Lauro Zavala.

Extrañas historias de este libro, de pérdidas y logros, nostalgias y cambios; a todos, la emigración nos marca y nos une en una lengua, en este caso, el español. Tal vez, la lengua, para el que emigra, sea nuestra patria, el territorio que habitamos y nos expresa.

Los que tenemos el oficio de actor sabemos qué es «entrar en el personaje», la posesión del otro sin perder nuestra identidad. Llegar a un país es entrar en el personaje, poseerlo, pero el país también nos posee. A veces surge el amor y «la mirada al otro» no es más ajenidad, es nosotros, comunidad.

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