Ni al más avezado de los guionistas de “Juego de tronos” podría habérsele ocurrido este final o desenlace de la serie en que nos han tenido metidos a los españoles sus señorías políticas durante cuatro meses para terminar acabando con la disolución de las Cortes y el anuncio de nuevas elecciones.
Y todo, porque han sido incapaces de llegar a un acuerdo para formar Gobierno, por intereses de unos y tacticismos de otros, más pendientes de su alforja política que de mirar hacia la situación de un país que ha depositado en ellos su confianza.
Y lo curioso de esta historia interminable es que al final han coincidido los dos polos supuestamente opuestos, pero que desde un principio han ido al alimón con un objetivo común: que no se llegara a un acuerdo, a la espera de tiempos mejores en los que las aguas fluyeran hacia sus cauces en busca de la pesca de votos que aumente su representación.
Por una parte ha estado en Partido Popular, que nunca buscó el acuerdo, y por otra Podemos, que disimulando con la demagogia que le caracteriza, ha hecho tres cuartos de lo mismo, ya que lo suyo, después de fagotizar a Izquierda Unida, es intentar dar el sorpasso al PSOE y hacerse con la hegemonía de la izquierda española.
Pero burla burlando, hete aquí que la famosa frase del líder de Podemos, de Pablo Iglesias, autodefiniéndose como “la sonrisa del destino”, lanzada hacia Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, ya que iba a convertirle en presidente del Gobierno, ha acabado recayendo en los labios de Mariano Rajoy, único beneficiario al fin y al cabo del desenlace, que a estas horas, henchido de gozo político se limita a ver pasar ante su puerta los cadáveres de sus adversarios políticos.
Porque guste o no al final ha sido el presidente en funciones, Mariano Rajoy, el único beneficiario de que no se haga llegado a un acuerdo. Como el Don Tancredo del que hace gala día tras día, Rajoy se ha limitado a no hacer nada, esperando que los demás se estrellaran para recoger los frutos del fracaso. Emulando al Cid Campeador, podría decirse que ha ganado la batalla después de muerto, ya que muchos lo consideraban un cadáver políticamente hablando, y resulta que no, que ahora está vivito y coleando.
Cualquiera que examine los fotogramas de este largometraje o historia interminable política que nos ha tocado presenciar a los españoles durante cuatro meses podrá sacar sus conclusiones, aunque algunos datos están meridianamente claros, porque están ahí, a pie de calle, en las hemerotecas, archivos grabados, filmados: tras las elecciones del 20 de diciembre el jefe del Estado, Felipe VI, llama a los líderes políticos para que intenten llegar a un acuerdo de cara a la formación de un Gobierno.
El presidente en funciones Mariano Rajoy se niega a hacerlo por dos veces, argumentado que no tiene los diputados suficientes, ofreciendo por su parte un acuerdo tripartido que sabe que no es de entrada posible. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, lo intenta a continuación tras llegar a un acuerdo con Ciudadanos plasmado en 200 medidas, al que invita a unirse a otras fuerzas políticas, fracasando por dos veces en la votación en el Parlamento. Pablo Iglesias, líder de Podemos, media hora después de entrevistarse con el jefe del Estado se autoproclama vicepresidente del Gobierno, exigiendo para la formación morada media docena de ministerios.
Lo que resulta más curioso de todo lo sucedido es que algunos intentan desde distintos ámbitos, tanto políticos como mediáticos, echarle la culpa del fracaso al socialista Pedro Sánchez, cuando el PSOE ha sido el único partido que ha intentado, junto a Ciudadanos, formar un Gobierno que sacara a España del atolladero en que se encuentra.
Este ha sido, a grandes rasgos, el panorama político que nos ha toca vivir –incluso sufrir- a los españoles durante estos cuatro meses. A todo eso se añade el hecho de que algunos han confundido el Parlamento con los platós de televisión, en los que se mueven a sus anchas, y de ahí el espectáculo contemplado en algunos momentos, más cercano a la telebasura que a lo que se espera de unos diputados a los que les pagamos el sueldo. Una breve legislatura en la que se ha pasado de la exhibición de niño de pecho a besos de sus señorías, para llegar al insulto en ocasiones, y acabar con la frase de un diputado de “Visca la revolució”. Así se escribe nuestra historia.
Entre las miles de opiniones que ha habido con respecto al fracaso político que hemos vivido, algunas merecerían tenerse en cuenta, ya que esta situación podría llegar a repetirse.
Así, para el hispanista irlandés Ian Gibson, nacionalizado español en 1984, ante la pregunta de qué ha fallado responde: “La derecha no necesita pactos, se tiene a sí misma. A la izquierda le cuesta un montón. Me ha gustado mucho la iniciativa del PSOE y Ciudadanos, y nada la manera de ser de Podemos. El mesianismo de Pablo Iglesias, su lenguaje corporal, sus arengas imparables, me exasperan. Si realmente estuviera pensando en España, entendería que llegar a una solución de compromiso con Sánchez y Ciudadanos tendría muchas ventajas. Dentro de unos años se podría ver”.
Por su parte la filósofa Victoria Camps, activista de la ética y de la democracia participativa, preguntada sobre si sabemos pactar, contesta: “Es evidente que no. Los partidos no saben negociar porque su interés interno se antepone al interés general que, en este caso, era encontrar una salida para formar Gobierno. Creo que el punto de partido del PSOE y Ciudadanos no era disparatado. Fallaron las concesiones a los extremos”…
Unos extremos, en este caso el Partido Popular y Podemos que, curiosamente, han coincidido para que se repitan las elecciones, cada uno con sus intereses. Lo cierto y verdad es que a estas alturas de la película, de esta historia interminable, no se ha escrito el final, y que es muy posible que el presidente en funciones, Mariano Rajoy, vuelva a ganar las próximas elecciones con mayor porcentaje de votos y mayor número de escaños y se convierta de nuevo en el próximo presidente del Gobierno. Momento en el que no habrá coincidencias, sino imposición de pareceres por el dictamen de las urnas. Pero para entonces, y en palabras de Bertolt Brecht, algunos podrán entonar: “Cuando vinieron a por mí ya no quedaba nadie para decir algo”.