En orden a las cuestiones privadas de los dioses griegos sabemos como el Olimpo era un lugar reservado a su propia publicidad, todo era sabido, para eso están los mitos, para relatarlos oralmente. Esa fue, a su vez, la propia dimensión del arte griego. La medida de las cosas públicas en el espacio integrado de su polis. Así, en el mítico relato oral griego de Amaltea, la madre de Zeus, Rea, tuvo que preservar a su hijo y ser criado por una Ninfa, su nodriza, dada la voracidad de su padre, Cronos.
Arthur Rimbaud anunciaba en “Una temporada en el infierno” «[…] He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. He creído adquirir poderes sobrenaturales. Pues bien, ¡tengo que enterrar mi imaginación y mis recuerdos! […] ». Su estancia en Londres junto a Paul Verlaine acabó con este último en prisión acusado de sodomía. ¿Por qué decía adiós el poeta-adolescente?
Un Rimbaud adolescente, apologeta de la creatividad, de la imagen simbolizada, del riesgo, vomita su adolescencia reconvertida para ya como adulto negociar su última huida hacia adelante. La reconversión al Rimbaud-adulto que encierra su imaginación en los límites de la practicidad, fuera del borderline supuesto del que practicaba el ejercicio extremo, coincide con la reconversión al cristianismo de Verlaine en prisión. ¿Coincidencia?
En contra de la traducción etimológica errónea del término adolescencia, que suele significarse como ‘adolecer’ por similitud de palabras. El término latino adolescere hace referencia a crecer y/o desarrollarse, término del que derivan las palabras adolescente y adulto.
El entierro de los recuerdos adolescentes queda vinculado al dejar de ser tras ese intervalo de tiempo en el que un adolescente puede convertirse en ciudadano de pleno de derecho. La pugna entre lo consciente y lo inconsciente nos subsume en la idea de ocultar, de privatizar esa parcela que en estos momentos como individuo público olvidamos para el resto al, supuestamente, asumir el rol desarrollado de adulto.
Esta logotomía parcial del tránsito social hacia la adultez no pierde, no entierra el cadáver de la adolescencia sino que encierra el ejercicio entre las paredes donde lo privado o lo supuesto anónimo, sin identidad, resucita su propio cadáver. Arthur no dejó de ser poeta, sus sueños codificados seguirían interpelando a las palabras en una ruta de continuidad.
La digitalización está construyendo esa ruta de continuidad donde la privacidad comienza, a su vez, a ser un continuo no subsumido a lo público. Mientras, ese interés por reinterpretar la realidad se topa con ese deseo de categorizar mundos divergentes: online y offline, como manera de preservar el ejercicio privado que vuelve, a la manera de un bucle, a ocultar éste, lo privado, bajo el velo de lo no-real.
La realidad es un continuo. Digitalización, virtualización y realidad son dos maneras de advertir ideas que no se deben contradecir.
De la misma manera que Rimbaud virtualizaba en sus sueños, igual nosotros, continuamos la forma cómo queremos adscribirnos a la realidad, normalmente en la necesidad de distinguir lo real de lo no real o como solemos pensarlo: digital versus analógico.
La matemática ha encontrado un terreno para abonar el cúmulo de teoremas demostrados. Su exploración está abarcando todo el territorio de lo digitalizado. No hay nada nuevo en el mundo, los matemáticos y geómetras existieron antes de la computación digital, formaban una red de mentes que se carteaban, y donde resonaban sus códigos. Con la digitalización, todo tipo de código desde la expresión más común hasta los sueños e iluminaciones de Rimbaud quedan recogidos en su traducción digital. Resonando, de esta manera, en la red que la digitalización ha extraído de las mentes de todos los geómetras y matemáticos habidos.
Como cualquier adolescente me puedo considerar seguidor del bloguero Sascha Lobo. Su aparente cresta roja, es más que eso, la digitalización de su comportamiento en el cruce transhumanista. Sus genes digitalizados no son diferentes al resto de los que no se manejan con cresta, pero ciertamente es más fácil de identificar como el mantra místico del yo soy.
La identidad se apresura a la co-acción, o por lo menos a ésta debe de estar dispuesta. Pero la coactividad no sólo describe procesos de los llamados cotidianos. Ahora sumamos más. Es un puro acto de higiene mental colectiva.
La apología de la creatividad parece requerir de ese tipo de energía en forma de pulsión, que parece querer domesticarse. La suma de las vergüenzas se asemeja a la suma de las privacidades, en su propio límite entre lo privado y lo impúdico están esos cuerpos desnudos enfundándose la faja, o las siliconas o látex modernos para mostrarse vestidos. En el caso, que como bienpensantes, nos atrevemos a creer los actos impúdicos y/o los crímenes que siempre ocurrieron en la privacidad de víctima y victimario. De la manera como siempre se han cometido los delitos. La jerga criminal sabe mucho de lo doméstico y de la apropiación de los seres humanos, niños/as y mujeres.
La capitalización de la privacidad, increiblemente, sigue encontrando en la escuela a sus avaros apropiándose de los réditos de Oliver Twist.
Llegado este momento, me planteo la siguiente pregunta, ¿Qué ganamos sin tanta esfera privada?, o ¿cuál es la medida de nuestra co-acción comunitaria?
Desearía compartir con todos y todas ustedes este reto, incapaz de encontrar los lugares comunes de pensamiento que requiere esta reflexión más esta pregunta. Esperaré sus respuestas.
No he entendido nada, y me lo he leído 2 veces. Creí que iba de la escuela, de algo como las nuevas tecnologías, ¿me lo explicas por favor?