Me encanta ver el deseo en los ojos de los compañeros de viaje. Unos son más conocidos y queridos. Otros están en disposición de un encuentro que será cuando tenga que ser, incluso en sueños no identificables, entre fugaces estrellas de las que no seremos conscientes.
La existencia se compone de sentimientos, incluso cuando advertimos en ella materia. Lo tangible tiene valor de verdad si detrás y, en paralelo, damos con la belleza y con los aires de espíritus hondos, genuinos.
No es cuestión de fulgor ni de atractivos superficiales. La historia personal y colectiva, ésa en la que el tiempo sienta su huella ponderable e insoslayable, nos regala gratitud y felicidad, y hasta a la inversa, cuando nos tratamos con carisma y rectitud en el comportamiento, que ha de provocar el bienestar sincero.
Los atropellos, las críticas sin fuste, la trampa con su cartón mal intencionado, sólo generan odio, rencor, y apartamientos. No valen: eso no funciona. Aunque la historia nos lo demuestra, no lo advertimos de esta guisa en algunas ocasiones, que, por una equívoca apreciación, dejan de ser oportunidades, como indican intrínsecamente. Por desgracia, no nos corroboramos con hechos las 24 horas del día.
Cuando veo anhelos, ansias, en los demás, me emociono, pues diviso, realmente, vida. Las motivaciones nos han de servir para centrarnos, para no caer en el hastío que, a su vez, viene de la reiteración vacua, de costumbres o hábitos que no entendemos o que no atendemos de manera suficiente. Ver el día no es abrir los ojos: hay que escudriñar en lo que acontece, y tratar de “palpar” los hechos y los motivos o criterios que les gestan o acompañan.
La confianza, la fe en lo que hacemos, no salva de caer en la inacción, en la demencia por una soledad impuesta. Las depresiones de esta contemporaneidad que marca objetivos extraños, con ambiciones que no tienen hartura, ocasionan desniveles, despropósitos y males a los convecinos. Es claro que los éxitos y las modas no traen la dicha. Tampoco lo contrario. Es verdad. Es cuestión del eje argumental que sostengamos.
Aprovechar el momento
Aprovechar el momento, que huye, es una máxima. No seamos soberbios, y menos con nosotros mismos. Tomemos las aspiraciones, intuiciones e iniciativas desde el anonimato y la mejor catadura. Podemos ser en la jovialidad, que hemos de perseguir con rumbo y sin fijaciones ni obsesiones. Ya se sabe que lo que se indaga con ahínco se pierde. Hay que otorgar hilo a la cometa.
La actualidad, en una desestructurada crisis, nos brinda, asimismo, ejemplos de contento, de solidaridad, de lucha por y para salir adelante, de consideración, de amistad, de cariño, de soltura, de escape frente a los fines de concentrar riquezas y garantías fungibles. Nadie recordará los bienes cuantificables. No al menos asociados a personas y valores de éstas. Sí recordaremos la valentía, el coraje, la intelectualidad, las apuestas culturales, las expresiones de libertad, al igual que la defensa de los últimos y de las causas perdidas…
Todos los buenos actos y conceptos se registran en los ojos. Por eso, como se repite en este escrito, me gustan tanto las miradas que expanden lo que el corazón alberga. Además, cuando hay dudas sobre lo que ocurre, acerca de lo que se refiere, oteando la cara es más sencillo saber si el camino elegido o glosado es el adecuado.